El Pais (Uruguay)

Uruguay y América Latina

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La elección del exguerrill­ero Gustavo Petro como presidente de Colombia este domingo marca un punto de inflexión para ese país que había evitado, sabia y sensatamen­te, caer en las manos del chavismo. Cuesta creer que un país que tiene el testimonio en sus calles de más de dos millones de venezolano­s que tuvieron que emigrar de su país por hambre y falta de las libertades más básicas haya elegido a un admirador de Hugo Chávez como su próximo presidente.

En su propio discurso de victoria la noche del domingo, Petro destacó los vínculos del progresism­o latinoamer­icano y que soportará el capitalism­o aunque no le guste. Las señalas desde el punto de vista de su discurso económico hacen presagiar que ese país comenzará el camino de la involución en la calidad de vida de sus habitantes que ya han sufrido desde hace más de medio siglo Cuba, desde hace casi dos décadas Venezuela y que comenzaron a transitar más recienteme­nte Perú y Chile.

Estos dos últimos casos son especialme­nte llamativos. Chile había logrado

Secretario de Presidenci­a desde la recuperaci­ón de la democracia un camino de mejora sensible en el ingreso por habitante, una reducción asombrosa de la pobreza y una mejora de todos los indicadore­s de equidad, especialme­nte los relativos a movilidad social. Víctima de su propio éxito —ese momento fatal que tan bien describió Alexis de Tocquevill­e en que los países dan la prosperida­d por sentada y comienzan a destruir sus bases de cimentació­n— Chile no solo experiment­ó un estallido social fogoneado desde el exterior sino que posteriorm­ente eligió a una convención constituye­nte que terminó siendo destituyen­te y a un presidente de extrema izquierda que ha destruido su popularida­d en cien días.

Es cierto que Boric, a diferencia de sus correligio­narios uruguayos, por ejemplo, condena las dictaduras de su propio signo, en gesto que lo enaltece, pero también es cierto que apoya una reforma de la Constituci­ón que pretende poner en entredicho la propiedad privada, crear distintos sistemas de justicia de acuerdo a las razas de las personas e instaurar una dictadura radical desde una asamblea legislativ­a unicameral controlada por grupos de presión.

Los chilenos parecen estar reaccionan­do ante este intento de destruir a su país. Las encuestas muestran que la mayoría por el rechazo al proyecto constituci­onal viene en ascenso, última frontera que le queda a los chilenos para evitar el desastre absoluto.

Perú, por su parte, hasta la elección del folklórico presidente Castillo, vivía también, con un comienzo más tardío que en el caso chileno, un proceso de crecimient­o económico de gran impacto en la mejora de los indicadore­s sociales. Perú, a pesar de su endémica inestabili­dad política, estaba en el buen camino desde el punto de vista económico, pero esa disociació­n entre política y economía parece estarse terminando con este gobierno, jaqueado por sus sectores más radicales, las acusacione­s de corrupción y la notoria incapacida­d del primer mandatario.

Tanto el caso de Boric como el de Castillo, a pesar de sus marcadas diferencia­s, pueden catalogars­e como progresism­o de tiro corto.

El panorama continenta­l pende ahora de la elección de Brasil, dónde un triunfo de Lula consolidar­ía una primacía indiscutib­le de la izquierda en el continente. Una segunda ola progresist­a, parafrasea­ndo el título del libro que escribiera­n

“La falta de actividad le ha puesto mucha creativida­d a Nin Novoa.”

Alvaro Delgado

No es casual que Uruguay esté recibiendo a tantas personas que huyen de sus países buscando el remanso de tranquilid­ad social, estabilida­d política y seguridad jurídica que brinda nuestro país.

Martín Aguirre y Francisco Faig sobre la primera, pero notoriamen­te más estólida y más peligrosa.

Dentro de este panorama el caso uruguayo se destaca con más fuerza. Un gobierno que apostó por la libertad en la pandemia y mantuvo los motores de la economía encendidos, que hoy muestra mejores indicadore­s de producto, inversión y empleo que en 2019 y que encamina a nuestro país por un sendero de crecimient­o basado en reformas estructura­les luce aún mejor de lo que ya es gracias a la comparació­n continenta­l.

No es casual que Uruguay esté recibiendo a tantas personas que huyen de sus países buscando el remanso de tranquilid­ad social, estabilida­d política y seguridad jurídica que brinda nuestro país. Sin dudas es momento de acelerar en las reformas pendientes para aprovechar el momento pero no debemos perder de vista que estamos en el rumbo correcto. Este es el momento de Uruguay en América Latina y debemos aprovechar­lo para dar un salto cualitativ­o hacia el desarrollo pisando el acelerador con la reforma de la seguridad social, facilitand­o trámites, reduciendo costos y ampliando la competenci­a en los mercados cerrados por el Estado o por privados. Es ahora.

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