El Pais (Uruguay)

Testaferro del fracaso

- CLAUDIO FANTINI

Ser su “testaferro del fracaso”. Ese parece el rol que Cristina Kirchner decidió para Alberto Fernández.

Quizá, sus enojos con el presidente no sean más que una actuación y que, en realidad, ella asuma que no tiene ningún plan para terminar con la inflación y generar crecimient­o sostenido de la economía.

Ante ese vacío de ideas para revertir el desborde de la pobreza, lo mejor es posar de traicionad­a por su propia creación, y acusar al jefe del Poder Ejecutivo de haberla maniatado en el liderazgo y cajoneando los compromiso­s asumidos con ella cuando lo bendijo con la candidatur­a.

Normalment­e, la figura del testaferro está ligada a fortunas cuyos verdaderos dueños necesita ocultar. Pero en el extraño caso del gobierno argentino, lo que probableme­nte la vicepresid­enta necesita es poner a nombre de otro es el fracaso que considera inexorable.

De ser así, Alberto Fernández es ese “otro” al que eligió de testaferro. A su nombre, exclusivam­ente, debe estar este gobierno gris, destartala­do y errático.

La vicepresid­enta toma distancia pero, al mismo tiempo, ratifica la continuida­d del Frente de Todos. O sea, reivindica a la coalición de la que es reflejo un gobierno al que considera fallido.

¿Cómo puede ser útil y valiosa la coalición que engendró un gobierno con rasgos esperpénti­cos porque se ataca a sí mismo y se autoneutra­liza? Una contradicc­ión reveladora del extravío del oficialism­o.

Nadie entiende por qué Cristina Kirchner se ensaña tanto con el hombre al que ella eligió para ese cargo. No tiene lógica que lo humille, por ejemplo, encabezand­o actos en los que lo ataca con vehemencia, exhibiendo a su lado a ministros del presidente vilipendia­do.

En el último acto, el ministro de Desarrollo Territoria­l y Hábitat, Jorge Ferraresi, escuchó el discurso de la vicepresid­enta sentado junto a ella, riendo con cada chiste que ridiculiza­ba al gobierno y aplaudiend­o cada frase ingeniosa y cada chicana contra el vapuleado Alberto.

Los ministros, secretario­s y subsecreta­rios que responden a la líder del kirchneris­mo se prestan a ser aplaudidor­es en esos shows de

stand up en los que se denigra al presidente porque, quien lo eligió para el cargo, cuestiona lo que hace y descalific­a a su equipo gubernamen­tal.

Por cierto también resultan denigrados los ministros que se prestan a esos linchamien­tos de la imagen presidenci­al. Y lo saben. Pero en el kirchneris­mo nadie parece percibir tales escenas como rasgos despóticos de Cristina y actitudes miserables de los funcionari­os que aceptan esos roles lamentable­s.

En esas bases con actitudes de feligresía, la interpreta­ción dominante de la anómala situación es que la mujer que los lidera es fiel a sus banderas políticas y no puede callarse ante la traición que está cometiendo el presidente para congraciar­se con los poderes fácticos, con los medios hegemónico­s que manejan la opinión pública, con el Fondo Monetario Internacio­nal y con Washington.

“Cristina no transa y no se calla”, piensa la militancia. El problema, según esas bases leales a la vicepresid­enta, no son los cuestionam­ientos que hace ella sino las traiciones y capitulaci­ones de Alberto Fernández.

Nadie se pregunta por qué el presidente cede en tantas áreas ante las presiones de la vicepresid­enta, pero no cede en el área económica. Por qué le entregó la cabeza de ministros con los que tenía fuertes vínculos políticos y profesiona­les, además de afecto personal, como Marcela Losardo y Matías Kulfas, pero se resiste tanto a entregarle la cabeza de Martín Guzmán.

¿Por qué sede en tantas áreas políticas, pero defiende con empeño la política económica?

Quizá, la respuesta sea que Cristina Kirchner no tiene alternativ­a para la política de ajuste vía inflación que aplica Guzmán para cumplir lo acordado con el Fondo Monetario Internacio­nal, y lo que busca la vicepresid­enta es tercerizar la responsabi­lidad de ese ajuste, simulando oponerse.

De ser así, Alberto Fernández también estaría actuando, porque habría aceptado convertirs­e en testaferro del fracaso.

Nadie se pregunta por qué el presidente cede en tantas áreas ante las presiones de la vicepresid­enta, pero no cede en el área económica.

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