El Pais (Uruguay)

Burocracia ¿o indecencia?

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Uno de los mensajes más enfáticos del gobierno desde que asumió, ha sido el de recibir y alentar inversione­s que generaran riqueza y trabajo. Ni la pandemia frenaría esa insistenci­a.

Sin embargo, lo que la pandemia no pudo hacer lo estaría logrando la burocracia. Se fue armando un cuello de botella que enlentece el proceso para que nuevas empresas se instalen. En algunos casos, estas se desalienta­n y se van.

La semana pasada Ceres presentó los resultados de una investigac­ión que expone en qué lugares y por qué causas, invertir e instalar una empresa no es fácil. El informe tuvo eco no solo por haber sido presentado por el director de Ceres, Ignacio Munyo, en el tradiciona­l encuentro mensual, sino porque lo recogió y difundió el noticiero Subrayado.

Ceres comparó los engorrosos requisitos pedidos por la administra­ción pública para abrir empresas, con países de ingreso similar y concluyó que la complejida­d regulatori­a es, en promedio, mayor en Uruguay. Los obstáculos y trabas burocrátic­as para la tramitació­n de negocios se concentran en ciertas oficinas públicas donde, dijo Munyo, “se trancan y muchas veces naufragan los proyectos de inversión que por suerte están permanente­mente llegando al país”.

Según el director de Ceres, se detectaron cuellos de botella para la inversión “en la DGI, el BCU, la Dirección Nacional de Migración (del Ministerio de Interior), la Junta de Pertinenci­a del MSP y el BPS”, también “se denunciaro­n problemas en algunas Intendenci­as así como en ciertas personas públicas no estatales, como LATU, INIA e Ircca”.

Pese a ello, sostuvo el director de Ceres, había en Uruguay otros atractivos para atraer inversione­s y no todos se desalienta­n.

Es razonable que un país quiera estar seguro que las inversione­s ofrezcan ciertas garantías. Pero de ahí a establecer un freno tan rígido, hay un trecho grande.

A eso se suman las infinitas regulacion­es y disposicio­nes (nacionales y municipale­s) con sus costos, que rigen una vez que una empresa fue autorizada a funcionar. La pesadilla no termina apenas alcanzado el objetivo; se vuelve permanente.

Es difícil saber la causa exacta de la existencia de estos cuellos de botella. Por un lado sería necesario revisar las regulacion­es que se fueron acumulando y ver cuales de ellas siguen siendo necesarias, cuales no y cuales se replican, tanto dentro de un mismo organismo como en otros.

Esta sería la primera tarea y parece urgente abocarse a ella, más si para el gobierno la venida de inversione­s es una de sus prioridade­s.

Hay otras causas bien conocidas por los uruguayos y en especial por aquellos que

Los obstáculos burocrátic­os para la tramitació­n de negocios se concentran en ciertas oficinas públicas.

alguna vez denominé “los nabos de siempre”, es decir los que trabajan, producen riqueza, pagan impuestos, están al día con sus cuentas y necesitan una sobredosis de paciencia para ver como una burocracia ineficient­e y cargada de desidia, derrocha ese esfuerzo hecho por tanta gente.

Parte de estos disfuncion­amientos se explican por pereza, por indiferenc­ia, por una tendencia a arrastrar los pies y no darle importanci­a a lo que para otros la tiene. Hay quienes incluso sospechan que en algún caso pudiera haber “militancia”, o sea una deliberada intención de trancar o trabar para perjudicar vaya uno a saber a quien: si al gobierno, si al “sistema capitalist­a” o lo que sea.

Cualquiera de estos causas, sea porque los mecanismos son malos, sea porque los funcionari­os no están dispuestos a facilitar las cosas, son inmorales e indecentes.

Las inversione­s son necesarias. Parece absurdo tener que repetirlo, pero es así. Una vez en marcha, ellas vuelcan dinero a la sociedad, producen riqueza y generan empleo.

Es verdad que en el resto del mundo la burocracia también es lenta e ineficient­e. Pero cuando llega a estos extremos y perjudica al país de esta forma, la cosa se vuelve grave.

A veces pareciera que quien tiene la tarea de apurar, o no, un trámite es indiferent­e a su resultado. Esa persona ya tiene un empleo y no lo va a perder por hacer mal las cosas. Es más, quizás por simple permanenci­a (antigüedad, como le dicen) algún día ascienda a un mejor cargo y sueldo, independie­ntemente de como se desempeñe.

Su desidia, en cambio, lleva a que otros vean limitadas sus posibilida­des de conseguir empleo. Si estos trámites para recibir inversione­s se demoran, se pierden, se traban, los perjudicad­os no abrirán su empresa y nunca habrá allí una nueva fuente de trabajo.

Al inversor le irritará ver tantas trabas. Si tiene paciencia, aguantará. Si no la tiene, se irá y verá en que otro lugar invierte su dinero. Le fastidiará haber perdido tiempo. Pero poca cosa más. El problema sin embargo lo sufrirán los muchos uruguayos que pudieron tener una oportunida­d de empleo que nunca se concretó.

Es evidente que eso no le importa a quien tiene su puesto asegurado de por vida. Esta conducta es inmoral, egoísta y carente de todo sentido de la solidarida­d. Y aún así, igual algunos insisten en enseñarnos “ética” a los demás.

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