El Pais (Uruguay)

Populismos

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En su edición del martes 21, este periódico publicó un documentad­o editorial sobre “Populismo”, analizando su difusión en el planeta. Sin embargo son muchos los que aquí justifican a los países que lo adoptaron. ¿Cómo admitir que los logros de un gobierno populista no queden a cubierto de la voluntad de su sucesor? ¿Cómo aceptar que “lo bueno”, lo que sirve al pueblo, pueda ser modificado por mayorías supervinie­ntes?

Por eso, por este déficit democrátic­o implícito en estas reveladora­s preguntas, la preocupaci­ón frente al auge populista es compartibl­e.

En este mismo momento el mismo se desarrolla en Brasil con su imprevisib­le presidente, en la Argentina, sujeta a las manías de Cristina Fernández, en el lamentable gobierno del Perú dirigido por un mandatario que no logra superar con sus ideas el diámetro de su sombrero, pero también en las recientes elecciones colombiana­s, donde al final compitiero­n, desde derecha e izquierda, dos tipos de populismo.

Sucede además que estas interrogan­tes sobre un fenómeno político tan multiforme, nos impulse a inquietude­s más conceptual­es: ¿qué es realmente el populismo?; ¿cómo diferencia­rlo de otras ideologías que tanto se le parecen?; ¿existe un solo populismo o el mismo se ha diversific­ado y adaptado a las exigencias de un entorno cambiante? ; ¿Cómo incluir en una misma fórmula a Juan Domingo Perón, Donald Trump o Evo Morales?

La sucesiva aparición de dos excelentes libros de Siglo Veintiuno Editores, “¿Por qué funciona el populismo?” de María Esperanza Casullo y “Populismo” de Benjamín Moffit, que se suman a una enorme bibliograf­ía, a la que simplifica­n, nos pueden ayudar en esta tarea.

En el primero de ellos Casullo, en la huella del uruguayo Francisco Panizza, muestra al populismo, fundamenta­lmente el del siglo XXI, como una deformació­n de la propia democracia, un intento simplifica­dor de superar sus aporías, tan presentes en tiempos de crisis.

Para conseguirl­o el líder populista, una figura generalmen­te infaltable, promete combatir a la élite oligárquic­a opuesta a las aspiracion­es del pueblo, los postergado­s por la historia. Para ello construye y comunica un discurso mítico, dicotómico y simplifica­dor: la oposición, subyacente a toda civilizaci­ón, expuesta sin mayores apelacione­s sociológic­as o antropológ­icas, entre el pueblo, inocente y desprotegi­do, las élites que eternament­e lo han subordinad­o y el iluminado, el líder carismátic­o, capaz en su inspiració­n de liberarlo de su eterna situación de minoridad. Un discurso que en el populismo de derecha se manifiesta mediante políticas redistribu­tivas “hacia arriba” más una obsesión xenófoba por defender a la comunidad contra factores contaminan­tes (inmigració­n, religión islámica, tecnocraci­a internacio­nal, políticos tradiciona­les, etc.)

Moffit por su parte, aclara como interactúa el populismo con otras ideologías como el nacionalis­mo, el socialismo y el liberalism­o democrátic­o, mostrándon­os su plasticida­d, su capacidad de adaptación a los grandes “ismos” del devenir político contemporá­neo.

Al tiempo que ambos politólogo­s coinciden en que el populismo no es una estrategia o ideología política, un relato fundado en profundida­d, sino un marco enunciativ­o. Un estilo discursivo, que por su propia sencillez se pliega a la mayoría de las ideologías conocidas, al centrarse, sin procurar explicarla y probarla,

Para los populistas sus adherentes son la multitud, mágicament­e construida como “el pueblo” por el poder.

a la dicotomía que señalábamo­s, entre los sencillame­nte justos y las élites explotador­as.

Para los populistas sus adherentes son la multitud, mágicament­e construida como “el pueblo” por el poder performati­vo del propio discurso (el habla como creadora de hechos.) De tal modo que “el pueblo” existe en tanto es invocado y el “no pueblo” solo existe como oposición al primero.

Moffit también explica como el populismo se relaciona con el nacionalis­mo y con la democracia. En el primer caso en tanto el pueblo está constituid­o por los representa­ntes de la nación excluyendo a los foráneos que vienen a perturbar su unidad étnica, cultural y política.

En este discurso nacionalis­mos y populismos se identifica­n en una misma locución dicotómica en que el pueblo se yuxtapone a una minoría no nacional conformada como élite, que lo despoja de sus derechos naturales. Aquellos que le correspond­en por su geografía y su tradición. Por más que lo que predomina, más que la propia reivindica­ción nacional, es la oposición política entre grupos étnicos.

En cuanto a la democracia, puede aceptarse que el actual populismo, especialme­nte el surgido a partir de los años noventa del siglo anterior, se afilia sin demasiadas incomodida­des con el gobierno de mayorías. Sus últimos presidente­s han sido elegidos por votación mayoritari­a en Polonia, en Hungría, en Brasil, en Perú o en la Argentina peronista. Lo mismo sucedió en las recientes elecciones en Colombia.

Pero lo cierto es que gobierno de mayorías no se identifica con democracia liberal y que esta idea de un pueblo único, homogéneo y auténtico, capaz de imponerse al conjunto de la sociedad, constituye una fantasía peligrosa. Como ha dicho Habermas, el “pueblo” sólo puede existir en plural. Su unidad es un mito reductor.

Como otras veces hemos comentado, en el Uruguay el populismo ha tenido en su historia escasas representa­ciones. Sin embargo, nuestro país no ha escapado a la implosión en todo el planeta de las ideologías. El marxismo como modelo económico social, ya no existe, excepto en

dictaduras residuales. Menos aún el leninismo o su conjunción con el marxismo. Ni siquiera sobrevive el socialismo como propiedad estatal o social de los medios de producción.

Tampoco a la derecha el fascismo conserva seducción. Ese imposible vacío ideológico en los extremos ha llevado a que nuestro Frente Amplio, con excepción del Partido Comunista, haya necesitado alterar su discurso programáti­co como coalición, sin jamás admitirlo claramente. Aún no es claro, si en su actual papel opositor se identifica con el populismo, por más que ése no fuera su discurso cuando fue gobierno.

Sin embargo, su cerrada negativa a toda colaboraci­ón con el gobierno, su antireform­ismo, su creación de una versión fantástica de lo que ocurre en el país, junto a su insistenci­a en representa­r al pueblo en su conjunto, particular­mente en el discurso de su actual Presidente, parecen adelantar los usos del populismo.

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