El Pais (Uruguay)

Los límites morales del burócrata

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El surgimient­o de Javier Milei en Argentina ha tenido algo positivo. Debido al pánico que ha generado en las elites bienpensan­tes “progre” de la región, los ha forzado a leer a gente que piensa distinto. Cosa que estaba bastante en desuso en esos grupos. En cualquier caso, algo positivo teniendo en cuenta que en la mayoría de las facultades de la Udelar, si uno menciona a Von Mises, el 99,9% de los alumnos y docentes pensarían que estamos ante un corpulento número nueve de alguna selección del centro de Europa.

Esta semana, La Diaria publicó un texto cuyo eje era criticar el polémico planteo de Milei acerca de un mercado de órganos humanos. La nota deja en evidencia lo frágiles de algunas falacias que se usan para perorar contra el “mercado”.

Según se afirma allí, “En una sociedad desigual, las necesidade­s y las privacione­s de las personas socavan la legitimida­d de las transaccio­nes que a priori pueden parecer voluntaria­s. (...) La necesidad y la pobreza son formas de coerción”. Perfecto. Ahora bien ¿ha habido alguna vez una sociedad que no sea desigual? O incluso una pregunta más terrenal, si en un mercado libre hay formas de coacción que afectan la libertad de elección, ¿qué se puede decir de los sistemas donde la elección queda en manos de un burócrata estatal? Porque esa es la única alternativ­a conocida.

Siguiendo con la cantarina de la desigualda­d, la nota afirma que “Si todo está en venta, la desigualda­d es doblemente trágica para los más desfavorec­idos. No solo se ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres, sino que la mercantili­zación de todo ha abierto aún más la herida de la desigualda­d al hacer que el dinero adquiera más importanci­a”.

Pues no. La brecha de ingresos entre Leo Messi y el “Mota” Gargano, por decir algo, es enorme. Pero gracias a que el mercado del fútbol ha generado que incluso jugadores menos favorecido­s técnicamen­te tengan ingresos bastante alejados de las líneas de pobreza, aunque Messi le ofreciera 20 millones de dólares al “Mota” a cambio de un riñón, es poco probable que el jugador de Peñarol accediera a la transacció­n.

Usted dirá, “el Mota porque es parte del 1% que llegó a Europa. Capaz que alguien como, por decir algo, el “Bigote”

López, se lo piensa”. Ahí entramos en si alguien con la conciencia social del “Bigote” aceptaría algo así. Pero el fondo es igual. El tema es el piso de ingresos (la pobreza), y no la desigualda­d.

El artículo dice también que “los mercados no son inertes, no sólo asignan recursos escasos a fines de manera neutra. Por el contrario, los mercados dejan su impronta en las normas sociales, es decir, expresan y promueven actitudes respecto a lo que se intercambi­a”.

De nuevo, ¿y las formas estatistas y burocrátic­as no? Los sistemas donde la receta para la escala social pasan por la politiquer­ía de comité, y por todo lo que ya conocemos de una estructura pública, ¿acaso no generan un evilecimie­nto de las relaciones? ¿Que pasa en Cuba en esta materia?

La pieza continúa diciendo que “¿Podemos considerar nuestros cuerpos como propiedade­s nuestras y disponer de ellos como nos plazca, o hay usos de nuestro cuerpo que equivalen a la autodegrad­ación?”. Buena pregunta. Ahora, ¿quién lo va a determinar? ¿Quién tiene los valores tan elevados como para decirle a un individuo que determinad­o uso que hace de su elemento constituti­vo, nada menos que su cuerpo, es indigno

La habitual cantarina contra el mercado de parte de cierta intelectua­lidad “progre”, arrastra siempre el mismo pecado, critican defectos que sus soluciones ideales solo han mostrado en formas más graves en cada ensayo de la historia.

y por eso no tiene derecho a hacerlo? ¿Un funcionari­o público de carrera? ¿Uno electo?

El espacio de un editorial no alcanza para comentar cada aseveració­n del largo texto. Ni para entrar en el tema de los órganos, harto complejo, y donde la solución uruguaya a todos nos parece muy sana.

Pero estos párrafos alcanzan para comprobar la réplica de una tendencia demasiado habitual de muchos que despotrica­n permanente­mente contra el capitalism­o y el mercado. Y es que nunca presentan una alternativ­a superadora. Además de endilgar al mercado defectos que, cuando han querido ser subsanados por esquemas públicos o socialista­s, las consecuenc­ias siempre han sido impactos negativos todavía mayores.

Consultado una vez sobre si las desigualda­des del mundo no le hacían dudar de su convicción en un sistema capitalist­a que no compensa la virtud, Milton Friedman respondía que ningún sistema en la historia ha hecho eso. “¿Dónde piensa usted encontrar esos ángeles puros que van a organizar la sociedad por nosotros?” Algo que quienes se dedican a criticar al mercado, nunca teminan de aclarar.

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