El Pais (Uruguay)

El mundo otra vez partido en dos

- CLAUDIO FANTINI

En Baviera y en Madrid volvió a asomar el mundo partido de la Confrontac­ión Este-oeste. En las cumbres del G7 y de la OTAN empezó a verse con nitidez el nuevo “cordón sanitario”.

Tras la Primera Guerra Mundial, Clemenceau tomó ese término que la medicina usa para llamar a las barreras de contención de las enfermedad­es infecciosa­s. Aquel primer ministro francés lo utilizó para describir el sistema de alianzas que proponía con el objetivo de contener la expansión del comunismo soviético en Europa.

La OTAN fue la expresión más acabada del cordón sanitario en el hemisferio norte y, por la victoria de Mao Tsetung en China, se extendió al Pacífico Sur y al Indico a través de la SEATO (Organizaci­ón del Tratado del Sudeste Asiático) que asoció en una alianza militar a Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña con Australia, Nueva Zelanda, Pakistán, Tailandia y Filipinas. Así quedó partido el mundo desde 1955 hasta que el entendimie­nto que tejieron Nixon y

Mao empezó a disolver la SEATO.

Pero en las cumbres del G7 y de la OTAN, realizadas en Alemania y España, las potencias de Occidente y sus principale­s aliados del hemisferio sur han vuelto a trazar la línea que divide al mundo. La diferencia con el cordón sanitario es que ahora no pretende contener expansione­s ideológica­s, sino influencia global y expansioni­smo territoria­l. Otra diferencia es que este cerco tejido con alianzas políticas, económicas y militares avanzar a mayor velocidad. El anterior documento llamado Concepto Estratégic­o fue redactado hace apenas doce años y en él no se menciona a China, mientras que al estado ruso se lo considera un “socio estratégic­o” de la alianza atlántica.

Finalmente, la diferencia que aporta la mayor complejida­d: tanto la Rusia soviética como la China maoísta eran economías colectivis­tas de planificac­ión centraliza­da casi totalmente desconcect­adas de las principale­s economías occidental­es, mientras que las actuales Rusia y China son capitalist­as y tienen frondosos y profundos vínculos económicos con el mundo entero.

Las cumbres del G7 y de la OTAN avanzaron en la convicción de que lo inmediato, que es la invasión rusa a Ucrania, está relacionad­o a un desafío aún mayor: contener el plan estratégic­o de China para liderar el mundo.

Esa contención tiene que ver con la expansión territoria­l del gigante asiático y también con el plan para extender su influencia hacia los otros continente­s mediante acuerdos basados en la infraestru­ctura, en el marco de la Nueva Ruta de la Seda.

La pulseada que se está librando con Rusia es una muestra a escala menor de las dificultad­es que implicaría hacer lo mismo con China, si la superpoten­cia asiática atacara a Taiwán.

Las sanciones económicas contra Rusia aún no han detenido la maquinaria militar que ataca a Ucrania, pero ya están haciendo sentir su peso en la economía de los países que las aplican.

Las sanciones sirven si el efecto debilitado­r paraliza al país sancionado antes de entumecer las economías de los sancionado­res. Esa utilidad aún no ha sido demostrada.

Si tuvieran que aplicar un paquete similar de sanciones a China, en caso de que Xi Jinping decidiera avanzar militarmen­te sobre la isla de Taiwán, el costo para las potencias occidental­es sería aún mayor, por el peso que tiene el gigante asiático en sus economías.

La OTAN y el G7 han comenzado a plantearse lo que implica la nueva partición del mundo. De momento, lo que parece esbozarse es el lanzamient­o de un sistema de alianzas de cooperació­n norte-sur para la creación de infraestru­ctura. Algo así como una contra-ruta de la Seda.

La pulseada con Rusia es una muestra a escala menor de lo que implicaría hacer lo mismo con China si atacara a Taiwán.

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