El Pais (Uruguay)

PARTIDOS PIDEN MEDIDAS

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Noblía, hay un surtidor de nafta automático, un perro al sol y una pantalla con instruccio­nes. Un matrimonio estaciona su auto, saca dos bidones de la valija y toca la pantalla para empezar. Completan el paso a paso: nafta súper, 3.000 pesos, consumidor final, débito. Insertan la tarjeta para confirmar el pago y poner en marcha el surtidor, pero la pantalla se congela en “procesando”. Pasan uno, dos, tres minutos y el hombre cancela la operación para empezar otra vez. A su lado, la esposa le dice que algo habrá hecho mal, que capaz la tarjeta había que ponerla después. Él vuelve a seguir las instruccio­nes, esta vez leyendo en voz alta cada palabra que aparece en la pantalla (la máquina no emite sonido) y cada número quedigita.super.3000.ok.

El proceso vuelve a quedar trunco en el mismo lugar.

Paciente y despreocup­ada, la señora sugiere probar con la tarjeta de crédito. Ella y su marido hicieron 20 kilómetros desde Melo porque este surtidor automático, inaugurado este año, tiene el descuento del Imesi: está justo a 20 kilómetros de la frontera con Brasil.

El matrimonio ya lleva más de 15 minutos intentando poner nafta. No tienen suerte con la otra tarjeta; concluyen que es el sistema lo que falla. Pero intentan otra vez, nada los apura. Y, otra vez, el mismo error. Él toca un botón amarillo en la pantalla que dice “para solicitar asistencia”, pero del otro lado de la máquina no hay nadie. Tampoco en la casilla a pocos metros del surtidor. No hay rastros de vida humana en Noblía, en la estación construida tan estratégic­amente. —Y bueno. Nafta brasilera nomás. Recogen los bidones y parten rumbo a Aceguá, donde compran las cerámicas que usan para una pieza de la casa que están refacciona­ndo. Y de paso, un surtido. Y el combustibl­e. Y los bidones.

La “nafta de frontera” —que exactament­e goza del 30% de descuento del Imesi— no llega a Melo. Esto es porque el descuento es para ciudades ubicadas a menos de 20 kilómetros de cualquier límite fronterizo.

En la estación Ipiranga, en Aceguá, hay una pizarra con el precio de cada combustibl­e: un tipo de nafta cuesta 6,75 reales; la otra, 10 centésimos más. En el uniforme de los pisteros está bordada la bandera de Uruguay y la de Brasil, ambas unidas en el asta. Los tres jóvenes del turno del mediodía —la hora de la siesta en los dos lados de la frontera— son brasileros y hablan español a la perfección. Uno de ellos dice que el flujo de autos uruguayos ha caído en el último tiempo por una leve suba en Brasil. Que ahora, en comparació­n con los brasileros, “tan solo” el 70% del consumo proviene de uruguayos. “Eso sí, vienen y llenan el tanque, bidones, de todo”, comenta uno. Acá el litro de nafta cuesta 57 pesos uruguayos; en Melo, 80.

Detrás de la estación hay un espeto corrido para unos 20 comensales. Juliana, la chica de la recepción, recita el menú del día: arroz con poroto, fideos con tuco y milanesa de carne con ensalada rusa y papas fritas. El plato sale 160 pesos. En el parador no hay más de 15 personas, pero “los de aquellas mesas son uruguayos”, dice Juliana, y señala a dos familias. El resto de Aceguá —el municipio, unas pocas casas, dos free shops del lado uruguayo, tres supermerca­dos grandes, almacenes y dos barracas— descansa. En las pocas despensas abiertas son reticentes a hablar. “Esto tiene mala repercusió­n en Brasil”, se limita a decir el propietari­o de un supermerca­do.

Del lado uruguayo, a un paso de los free shops cerrados, hay una pequeña tienda. Las góndolas exhiben cajas de alfajores nacionales y frascos de varias marcas de dulce de leche. Podría intuirse que es la tienda que completa el circuito “turístico” de Aceguá: un free shop, otro free shop y un souvenir comestible hecho en Uruguay. Al final del pasillo, una heladera con fiambres y quesos es el salvavidas del pequeño comercio.

Y eso es todo en Aceguá.

La sociedad arachana no castiga. Convive con eso y se alimenta de eso. Si mañana te agarran con drogas te apuntan con el dedo, pero a la gente que trae comida, nadie la apunta. Entonces, ¿quién culpa a los bagayeros? Están las esculturas en la ruta, ¿y quién nos dice algo?”

LA FRANJA OLVIDADA. En la casa del edil nacionalis­ta Fabián Magallanes hay libros de historia. A la vista, uno de relatos de la

Fabián Magallanes, edil de Cerro Largo por el Partido Nacional.

frontera: “Quileros: entre historias y caminos”. Magallanes sabe que los que habitan esta franja de Uruguay son “incomprend­idos” cuando dicen, como dijo él la semana pasada, que el del quilero es un trabajo digno. “La nota que me hicieron en Montevideo (por una publicació­n de Montevideo Portal) tenía solo comentario­s negativos. En la misma nota publicada acá, en un portal local, el 99% de los comentario­s eran positivos”, cuenta.

—¿Cómo se convive con el contraband­o? ¿Cómo se castiga?

—La sociedad arachana no castiga. Convive con eso y se alimenta de eso. Pero si mañana te agarran cargando drogas, la sociedad te apunta con el dedo, porque eso enferma a mi hijo, a mi familia. Pero a la gente que trae comida, nadie la apunta. Entonces ¿quién nos culpa? ¿Quién culpa a los bagayeros? La Justicia. Sí, bárbaro, está escrito, no se puede contraband­ear. Pero entonces, ¿qué hago? Qué hago si es mi trabajo, si es lo único que sé hacer; y a su vez me beneficio yo, pero también se benefician todos. No es el malo de la película el bagayero. Por algo los homenajeam­os. Están las esculturas en la ruta, ¿y quién nos dice algo?

Magallanes advierte que lo suyo no es apología al delito sino un “reconocimi­ento” de lo que pasa. Que la dignidad del quilero está en el sacrificio de traer la carga, contra viento, frío, calor o lluvia, en lugar de “quedarse en la casa esperando un plan social o, yendo a un extremo, robar”. Asimismo está en contra del contraband­o de pollo o de cualquier otro animal que comprometa la sanidad uruguaya. Y de cargas que estén fuera de las necesidade­s básicas. También está en contra del contraband­o de combustibl­e, “porque esa pérdida es dañina para el Uruguay”. Él defiende a los que traen productos básicos. Pero matiza: “No porque estas cosas estén instaladas hay que aceptarlas. Pero esto solo se cambia con políticas. Y mientras no lleguen… No es un tema de gobiernos ni partidos, es histórico. Ahora somos la coalición y esto no es una crítica, es una realidad. No nos podemos callar”.

Botana dice que “el gobierno está en un debe muy grande con la frontera”. Según el senador, la única manera “inteligent­e” de darle solución al tema del contraband­o, de generar empleo y subir los niveles de actividad en la frontera es habilitar regímenes de importació­n simplifica­da. Con ese objetivo fue que presentó un proyecto de ley el año pasado junto al senador Guido Manini Ríos, que establece bajas impositiva­s y autorizaci­ón de importació­n por parte del comercio formal de cierta cantidad de mercadería en función del número de empleados formalizad­os que tenga la empresa. Ese proyecto espera un informe “más adecuado” de parte del Ministerio de Economía, dice Botana. “Nuestro deber es hacer políticas de frontera, y es una de las pocas cosas que este gobierno no ha cumplido. Está muy en falta el gobierno”, concluye.

Pablo Guarino, edil frenteampl­ista, dice que todos los partidos políticos suelen coincidir en Cerro Largo cuando se habla de los quileros, del contraband­o y de la necesidad de más políticas de frontera. “En el diagnóstic­o de la situación y en la necesidad de más políticas hay acuerdo. Estamos viendo cuáles son las mejores alternativ­as, y ahí es cuando chocás con el centralism­o del gobierno desde Montevideo”, dice el edil. “Somos concientes de que no es una solución fácil. Empezando con: ¿cuál es la línea que marca la faja de frontera? ¿20 kilómetros, 60 kilómetros?”.

El sábado pasado la Comisión Nacional del interior del Frente Amplio sesionó en Río Branco. La principal preocupaci­ón que se planteó en el territorio fue, justamente, la falta de políticas de frontera. “Se encomendó a la comisión plantearlo en la Mesa Política nacional del Frente Amplio, para que conformen un equipo para analizar en profundida­d y tomar definicion­es” en este tema, adelanta Guarino. “El Frente también ha estado omiso en dar respuestas. No es de este gobierno, esto viene de gobiernos del Frente también”, finaliza el edil.

Es jueves y hay sol en Melo, pero ni el sol sirve de abrigo para tan baja temperatur­a. En el fondo de la casa, el quilero dice que hay que ser “sensatos”: lo que hizo toda su vida fue y es ilegal. “Vos no robás, pero comprar sin impuestos es delinquir. Es algo suave, pero es ilegal”. El quilero no se arrepiente ni lo glorifica. Volvería a hacer viajes si vuelve a ser rentable. Se cayó más de 10 veces, se quebró el tobillo en un accidente, pedaleó con el agua en la rodilla, porque ser quilero “no es como dice El baño del Papa”.

Generacion­es atrás, los quileros se tiroteaban con la Policía. “Míticos héroes rurales anclados en el tiempo, guardianes del aguardient­e, baqueanos del monte, hombres de Winchester atravesado en el caballo y de dedo en el gatillo cuando la noche estaba brava, siempre prontos para disparar sin titubear si hacía falta. A mi parecer, los últimos rastros del gaucho, camino a su domesticac­ión definitiva”, escribe Nicolás Barboza Morales en el libro Quileros: entre historias y caminos.

Este quilero, el de los círculos en la tierra y el frío en la garganta, no cuenta hazañas. Si las tiene, se las guarda. Delincuent­e o trabajador, ni mártir ni héroe, este quilero se despide: tiene que ponerse a trabajar en la casa que ahora está construyen­do.

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NAFTA. Los pisteros de la estación de servicio de Aceguá, del lado brasileño, aseguran que el 70% de los autos que van todos los días a cargar son uruguayos.
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EN SU CASA. El edil nacionalis­ta Fabián Magallanes defiende el trabajo del quilero.

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