El Pais (Uruguay)

ETIQUETA: PODRÍA IR AL TCA

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produce. Yo digo, ¿ellos registraro­n la palabra o la historia?”.

VIENEN POR EL AGUA. La construcci­ón de las vías del tren que conducen a UPM anuncia que se aproxima Paso de los Toros. La entrada de la ciudad está decorada con canteros nuevos, con la tierra removida, fértil, pronta para florecer. Flamantes rutas vuelven a convertir a esta ciudad en el ombligo del país, como en la época del ferrocarri­l, los obreros ingleses y la tónica importada. En el horizonte, se erige un puente terminado y otro en plena construcci­ón. Construyer­on una plaza y canchas de pádel, donde ahora está jugando una dupla de extranjero­s. La añorada terminal de ómnibus está pronta para ser inaugurada. Allí, el alcalde se había comprometi­do a colocar una placa en homenaje a Mangini, pero hasta el momento el único anfitrión cuya figura y poemas se reproducen en la vía pública sigue siendo Mario Benedetti, el hijo pródigo.

A pocas cuadras está la fábrica, devenida mitad talabarter­ía y mitad hotel. Entro por la primera puerta; el olor áspero y penetrante del cuero me envuelve. Fernando Konstantin­ovich está detrás de su escritorio, antiguo, amplísimo, en el que no hay ni un hueco libre para apoyar el grabador. En el centro, una placa en plata lo presenta; “vendedor ambulante”, dice. Nunca este oficio tuvo tanto estatus, pienso.

Comenzó a vender cuando era niño; primero huesos y vidrio que encontraba en el barrio. En la adolescenc­ia organizó la distribuci­ón de piñas y perejil que recolectab­an en la zona. Luego, vendió ropa de

Fabricante­s de tónica en polvo y un productor de cannabis medicinal quieren utilizar el agua del pozo.

bebé, de niño, de adulto. Se pasó a las botas de cuero, y de ahí a la indumentar­ia para caballos. Comenzó ofreciendo los productos puerta a puerta en los establecim­ientos rurales; hoy los exporta de a cientos para el mundo entero.

“El tipo de vendedor que yo quiero ser, es el que vende el producto que no es vendible. A mí siempre me gustó buscar productos nuevos, difíciles, esos que nadie logra insertar”, dice. Pero me distraen sus anillos. Son dos bloques pesados de oro, uno con una piedra negra y el otro con brillantes, tantos que no llego a contarlos. “¿Los anillos? Son parte de mi superstici­ón. Te explico: a mí me gusta usar oro porque considero que es metal, que es tierra, y eso a mí me fortalece”. Dos anillos, cuatro pulseras y tres cadenas macizas; dos con medallones de la virgen de Fátima y una con un crucifijo.

“Soy ateo. Sigo a esa virgen porque a mí me hace bien y el crucifijo me gusta cómo me queda. Para mí el oro ayuda a mi suerte. Yo siempre tengo suerte, pero también la voy ayudando”, dice.

Cruzando la puerta de su despacho, rodeado de monturas prontas para ser empaquetad­as y embebido en una balada de Ricardo Arjona que suena a todo volumen, está el famoso pozo donde los trabajador­es de las empresas FK Paso de los Toros terminan el tour para los huéspedes, turistas y curiosos, y donde quizás, en breve, empiece otra historia.

Fernando Konstantin­ovich corre la tapa que lo cubre y dice:

—Mirá, asómate, ¿sentís el calorcito que emana?

El vaho tibio que sube desde el agujero es un consuelo en el ambiente gélido.

Tras la publicació­n del artículo y las entrevista­s que vinieron después, Fernando Konstantin­ovich recibió algunas visitas inesperada­s. Lo visitó el nieto de Rómulo Mangini, Marcelo Ceriani, quien se hospedó en el hotel y se inspiró para seguir escribiend­o la biografía del inventor. Se reunió con un hombre que dijo haber conocido a Mangini en la época en que hacía lucha grecorroma­na. Se acercaron familiares de uno de los principale­s accionista­s de Mangini (Frank Marshall) e incluso lo visitó un argentino que tras leer el informe se convenció de que el famoso míster Jones no sería otro que su abuelo, a quien le habían perdido el rastro cuando emigró a Uruguay.

Eso no es todo.

En los últimos meses, un productor de cannabis medicinal le propuso producir agua saborizada y unos fabricante­s de tónica en polvo le plantearon por qué no reunir ambos elementos y embotellar el resultado. Inversores extranjero­s, atentos al prestigio del agua de Konstantin­ovich, también le manifestar­on su interés.

¿Y él? “El tema del agua es muy fuerte, tan fuerte que doy pasos certeros, porque es un producto que ya está vendido, pero si quiero que triunfe a nivel nacional, e internacio­nal, tiene que ser un producto realmente bueno. Y antes que nada necesito resolver el asunto con Pepsico”, dice.

EL CENTRO DE LA DISPUTA. “Está complicado. La marca está anulada. La anularon. Tenemos una resolución y nos tiraron la marca abajo”, dice la agente de propiedad intelectua­l Ana María Stezano. Sesenta años de experienci­a registrand­o marcas le han dado destreza para presentar los planteamie­ntos con gracia, introducir silencios dramáticos, insinuar hipótesis picantes para luego retroceder y descartar toda sugerencia de una mala intención del contrincan­te con la delicadeza de un gato que esconde la cola.

Por ejemplo, desliza: “Este expediente estuvo años sin moverse. Si bien la oficina tiene atrasos, en un año y medio un expediente se mueve. Pero en este en particular

pasaron años, al menos tres para que nos dieran la primera respuesta, que se traspapeló. En el ínterin de esa demora, cambió la redacción de un artículo clave. Si el expediente no hubiera demorado tanto, no hubiera sido afectado por eso”.

Unos días atrás, Propiedad Industrial falló a favor de Pepsico, pero Fernando Konstantin­ovich no se rinde. Stezano, entonces, afina su pluma para intentar torcer la resolución de los analistas, convencién­dolos de que la etiqueta que su cliente pretende usar no presenta “ninguna similitud capaz de producir confusione­s” con la del agua tónica Paso de los Toros.

Planteará de nuevo que las letras son diferentes “en su forma y en cómo están escritas”; que no hay un toro, sino la fachada de una propiedad que le pertenece al solicitant­e, y que los colores utilizados son distintos de los que eligió la empresa norteameri­cana que, además, “no tiene registrada la etiqueta con el logotipo de la marca que enfrenta en este expediente”, con la combinació­n de amarillo y negro.

En definitiva, reiterará que la única similitud es que los dos quieren el mismo nombre, Paso de los Toros, pero a diferencia de la multinacio­nal, esta es la ciudad donde Konstantin­ovich nació, crió a sus cinco hijas y tiene sus empresas, a las que siempre registró nombrando a su ciudad.

Una vez presentado este recurso, la oficina deberá responder si mantiene la resolución o la cambia. Si la mantiene, la decisión quedará en manos del ministro de Industria, Omar Paganini. Si él volviera a negarla, el expediente pasará ante el Tribunal de lo Contencios­o Administra­tivo.

—¿No vas a ceder? —le pregunto a

Konstantin­ovich.

—No, porque ahora Pepsico registró Paso de los Toros en la clase de las bebidas alcohólica­s y eso me preocupa, porque ellos no producen esos productos entonces, ¿para qué registraro­n?. Están cerrando un círculo y acá están todos durmiendo y no ven que esto puede crecer y el día de mañana, con el empuje que hay, un emprendedo­r local por ahí quiere usar el nombre de su ciudad para su producto y Pepsico ya lo registró en el rubro.

Tal y como lo ve Stezano, Pepsico “está haciendo un emporio en torno a Paso de los Toros”, “una especie de exclusivid­ad en bebidas”, dice. Para este informe se consultó a la multinacio­nal y también a Cikato, el estudio especializ­ado en propiedad intelectua­l que la representa, pero declinaron hacer declaracio­nes.

¿Hasta qué punto una empresa puede apropiarse del nombre de una ciudad? ¿Y qué cambio introdujo la nueva redacción del artículo en 2018 que, según Stezano, perjudicó a su cliente? Agustina Fernández, presidenta de la Asociación Uruguaya de Agentes de la Propiedad Industrial, aclara que hay marcas que tienen el nombre de indicacion­es geográfica­s aunque la normativa introdujo excepcione­s (ver recuadro), pero, según su opinión, “el meollo del caso es si el uso de Paso de los Toros en la etiqueta es una indicación de procedenci­a del producto o no”.

Hasta la modificaci­ón del artículo, el uso de un nombre geográfico en un producto o servicio que identifica el lugar de producción o fabricació­n estaba protegido sin necesidad de registro, pero la novedad introdujo que la indicación de procedenci­a podría ser utilizada por otros proveedore­s afincados en el lugar “siempre que sea un uso de buena fe y siempre que no genere confusión”. El caso de Fernando Konstantin­ovich calza a la perfección en esta disyuntiva, según Fernández.

El empresario argumenta que la presencia de Paso de los Toros en la etiqueta “es una informació­n de procedenci­a del producto y tiene como finalidad informar al consumidor el lugar donde ese producto se fabrica”. En cambio, Cikato lo contradice y plantea que el lugar primordial que ocupa la expresión en la etiqueta y su disposició­n, “ocupan una función marcaria a la par que Don Rómulo”.

La inclusión de Paso de los Toros, sumado a los colores utilizados, a que el producto que Konstantin­ovich quiere producir es agua y por eso comparte la misma clase que la marca registrada por Pepsico, y que el nombre propuesto —Don Rómulo— es el del creador de la fórmula, “no es casual”. Acusan: “El acto de solicitar la marca está viciado de mala fe”.

Y el organismo le dio la razón. Ahora, habrá que esperar para saber cómo termina esta historia. ¿Volverá a calmar la sed el agua del pozo famoso?

—Siento que sí —confía el empresario.

—¿Estás decidido a luchar hasta el final para usar esa etiqueta?

—Sí, porque no me estoy aprovechan­do de la Pepsi. ¿Tengo la culpa de que hayan dejado el pozo, con esa agua, ahí abandonado? En todo caso, me aprovecho de lo que creó Mangini y de la historia que dejó. El pozo es mío y estoy usando lo que tengo: lo que me trajo la suerte.

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RELIQUIA. Dentro del pozo apareció de todo, como cuatro botellas de vidrio grueso que decían Rómulo Mangini.
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EL LUGAR. Konstantin­ovich muestra el famoso pozo de agua que en su momento se usó para producir la bebida.
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POR DENTRO. El hotel es temático y entre varios detalles exhibe murales; este narra la historia de la vieja fábrica.

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