¡A la guerra!
La evolución en Europa hace pensar que el conflicto en Ucrania generará un cambio de época radical. Hubo dos decisiones claves esta semana. Por un lado, la Unión Europea (UE) aceptó la candidatura de integración de Ucrania, a pesar de ser un país en guerra y de estar muy lejos de respetar los criterios políticos de Copenhague, que son los que guían la aceptación de una posible nueva adhesión a la Unión. Por otro lado, la OTAN aceptó las futuras incorporaciones de Finlandia y de Suecia, países con fronteras terrestres y marítimas con Rusia; y también decidió pasar de 40.000 a 300.000 los militares de su “fuerza de reacción rápida”, cuyo despliegue ocurre sobre todo en países de Europa del Este.
Son dos señales congruentes para la visión más potente en Moscú, que al menos desde 2000 interpreta los movimientos de la UE y de la OTAN en Europa del Este como una estrategia de encierro a Rusia, que buscan agredir los intereses geopolíticos y el natural espacio de influencia neo- imperial del Kremlin. Desde esta perspectiva, el ataque de febrero a Ucrania fue preventivo e, incluso, inevitable: ¿a qué ruso se le puede ocurrir que la base naval de Sebastopol o la costa norte del mar Negro puedan terminar
El profundo error de los países de Europa occidental es alinearse tras los intereses de EE.UU..
en manos de la OTAN?
El profundo error de los países de Europa occidental es alinearse tras los intereses de Estados Unidos (EEUU). En efecto, el primer principio realista de la política exterior, que es que países diferentes tienen intereses distintos, ha dejado el lugar a una lógica en la que solo prima la prioridad de Washington. Ella, secretamente, pasa por dividir a su único rival serio en Occidente
—que, como bien sabía De Gaulle, es una entente independiente hecha de una gran Europa de naciones del Atlántico a los Urales—, a partir del fantasma de una nueva guerra fría que movilice viejos y legítimos sentimientos antirusos.
El problema es que la historia enseña desde Bismark que es pésimo que Alemania se transforme en la primera fuerza militar de Europa; la geografía muestra que nadie puede proveer energía tan buena y abundante como Moscú para el desarrollo de todo el continente; y la prospectiva explica que el peor horizonte de decadencia de Occidente pasa por dejar a merced del totalitarismo de Pekín —que es, en verdad, el gran enemigo civilizacional del mundo judeo-cristianogreco-romano del cual formamos parte—, a una Rusia tan debilitada demográficamente como pujante vanguardia de Occidente en Asia desde hace al menos tres siglos.
Putin sabe de la resignación moral europea, al menos desde los ataques de la OTAN contra Serbia en 1999. Sabe también que EEUU es diestro en utilizar marionetas corruptas, como Zelensky, para desgastar militarmente a Rusia — Brzezinski lo aplicó, por cierto, en el Afganistán de los talibanes, hace más de cuarenta años—. Es consciente de que, hoy, la vigorosa alma patriótica rusa no tiene parangón en los países envejecidos de Europa Occidental —aunque sí, seguramente, en ciertos países bálticos—. Y, sobre todo, considera que Rusia no puede perder jamás la guerra en Ucrania, así sea que combata contra una Kiev bien armada por las potencias de la OTAN.
Así las cosas, como una tragedia griega de cuyo destino nadie puede escapar, el mundo va hacia una guerra mundial grave y duradera.