El Pais (Uruguay)

De nuevo las termitas

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Milan Kundera en su lúcido “El Arte de la Novela” se queja de las termitas de la reducción del análisis que carcomen la vida humana.

El carácter de la sociedad moderna, dice Kundera, refuerza monstruosa­mente esta maldición: se reduce la vida del hombre a su función social; la historia de un pueblo a algunos acontecimi­entos que, a su vez, se ven reducidos a una interpreta­ción tendencios­a; la vida social se reduce a la lucha política y ésta a la única confrontac­ión entre dos potencias planetaria­s.

A ello se suma esa necesidad de simplifica­r todo para tomar partido. Se está a favor de algo o en contra. Los que plantean análisis profundos quedan de lado.

Vivimos en un mundo de consignas y eslóganes donde todo se sintetiza y nos obligan a tomar posición.

Estas termitas kunderiana­s de la reducción del análisis son las que están presentes en el debate sobre la eutanasia.

Ahora se esgrime, incluso desde la Institució­n de Derechos Humanos, que este es un tema de libertad del individuo.

Cuesta creer tanta simplifica­ción.

El argumento que se propone es atractivo por lo sencillo: yo soy dueño de mi vida y si quiero poner fin a la misma puedo hacerlo. Cuando quiera y como quiera.

A partir de eso hay que aprobar la ley de eutanasia.

El problema es que no se trata de un tema de libertad. El proyecto de ley no regula la conducta de quien quiere poner fin a su propia vida.

Lo que el proyecto de ley intenta regular es la conducta de aquellos a quien el que quiere poner fin a su vida le pide ayuda.

Si fuera una cuestión de libertad personal la eutanasia no debiera limitarse al momento en que el individuo padece una enfermedad terminal y sufre.

¿Una persona no es libre si no padece una enfermedad terminal?

Entonces ¿porqué limitar la libertad a sólo ese momento?

Cabe preguntars­e si es realmente libre cuando padece una enfermedad terminal. ¿O estará más condiciona­da y limitada?

Lo que lleva al peligro, como sucedió en muchos países, a que terceros tomen la decisión de la eutanasia y no el propio afectado.

Lindo concepto de libertad es este en que otro decide por nosotros poner fin a nuestra vida.

La eutanasia no se mete en la decisión del individuo de poner fin a su vida. El suicidio no está penado sencillame­nte porque una vez ocurrido desapareci­ó el sujeto activo del posible delito. Tampoco el intento se sanciona. Los altísimos guarismos de suicidios que hay en nuestro país son una prueba de ello.

Es un acto de buena fe intelectua­l centrar el debate en que se pretenden regular conductas de médicos y no la libertad de la persona. No reducir el análisis a una consigna como si quienes no están de acuerdo con la eutanasia estuvieran en contra de la libertad.

No lo estamos.

Si un joven de 18 o 20 años, está deprimido y nos dice que se quiere suicidar. ¿Lo ayudamos porque es libre?

Si una persona sana, un joven de 18 o 20 años, está deprimido y nos dice que se quiere suicidar. ¿Lo ayudamos porque es libre? No. Conversamo­s con él, le sugerimos ver a un psicólogo, y lo cuidamos.

Le damos informació­n, le acompañamo­s y tratamos que resuelva sus problemas.

En ningún caso lo mandamos a un médico para que pueda cumplir con esa decisión. Es más, no le permitimos que lo haga.

Pero, ¿no es que toda persona era libre para tomar la decisión?

Ah, no, me olvidé. Sólo parece ser libre el que padece una enfermedad terminal.

Lo que lleva al caso de la persona citada con nombre y apellido en el proyecto de ley presentado en nuestro Parlamento. Un contador que solicitaba la eutanasia y no se la daban.

Buena fe es también contar lo que sucedió después.

Esa persona conoció los cuidados paliativos que evitan el dolor y el sufrimient­o físico.

Al conocerlos optó por ellos y dejó de pedir la eutanasia.

Si hubiera querido poner fin a su vida hubiera podido. Lo que pedía era ayuda para morir pero cuando conoció los cuidados paliativos optó por ellos. Algunos terceros hicieron lo que hay que hacer: le ayudaron a evitar el dolor. Le ayudaron a vivir. No a morir y él cambió su decisión.

Ayudar a vivir debería ser siempre lo primero.

A esto algunos responden que los cuidados paliativos no llegan a toda la población, son muy costosos y por ende algunas personas sufrirían igual.

Es bueno que utilicen ese argumento por lo que revela: el fundamento es que no hay dinero para los cuidados paliativos y la solución al problema de la falta de éste es la muerte.

Proponen el atajo de poner fin a la vida en lugar de asegurar los recursos para que se pueda vivir dignamente hasta el último día.

El otro fundamento que manejan, también fruto de la reducción del análisis, es que esta es una imposición de quienes tienen conviccion­es religiosas.

Se levantan de nuevo los cucos de que la Iglesia está detrás de todo esto y quiere limitar la libertad. Como si defender la vida fuera una cosa exclusiva de ella.

No lo es.

El ser humano es libre. Para todos. Libre de aceptar a Dios o de rechazarlo. Libre de defender la Vida por convicción personal o por convicción religiosa.

No hay que creer en Dios para defender la Vida. Afirmar eso sería un insulto a quienes no creen en Él.

No dejemos que las termitas de la reducción del análisis nos sigan carcomiend­o el razonamien­to.

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