El Pais (Uruguay)

Análisis de coyuntura.

- LUIS CUSTODIO

Recienteme­nte, un informe del Observator­io de la Deuda Social de Argentina advertía sobre un 40% de argentinos con privacione­s sociales permanente­s, tanto por la ausencia de ingresos como por la falta de derechos sociales fundamenta­les, como vivienda, sanidad o educación. Agustín Salvia, director del Observator­io, advierte que solo la transferen­cia de ingresos impide que esas cifras sigan creciendo. “La pobreza, la desigualda­d y la marginalid­ad tienen carácter estructura­l”, sostiene Salvia. El informe señala que a lo largo de los últimos diez años, 7 de cada 10 argentinos fueron pobres en algún momento, mientras que más de 3 de cada 10 lo fueron de forma permanente. “Es como si a Argentina le sobraran 20 millones de habitantes”, se lamenta. Habla sobre “el fin de un ciclo”, no porque se vislumbre una mejora, sino porque no hay lugar para una caída mayor, aunque salir de esta situación “llevara 20 o 30 años”. “Si los políticos no lo advierten, la realidad se los llevará por delante”, asegura. A continuaci­ón, un resumen de la entrevista.

—¿La cifra más dolorosa de la crisis económica de Argentina es la que refleja cómo caen decenas de miles de persona cada año bajo la línea de pobreza?

—Hay un problema estructura­l crónico en materia de exclusión social que lleva los índices de pobreza al 40% e incluso por encima, si uno no considerar­a los programas sociales que hoy afectan o atienden a buena parte de la sociedad argentina. Pensemos que el 35% de los hogares en Argentina recibe algún tipo de ayuda social —que es casi algo más del 40% de la población— ya sea por la Asignación Universal por hijo, los programas de Potenciar Trabajo, las pensiones no contributi­vas. La asistencia social se ha extendido de manera muy importante porque no hay trabajo para una parte importante de la sociedad. No hay trabajos de calidad. No lo hay en la pequeña y mediana empresa. Y lo que florece es la informalid­ad laboral, los trabajos de subsistenc­ia, la marginalid­ad y en ese contexto, la economía social. Y parte de esa economía social, asociada a los programas de potenciar trabajo, hoy atienden a más de 1.300.000 personas.

—Ese problema estructura­l se ha profundiza­do en la actual coyuntura…

—En cuanto a lo coyuntural, saliendo del escenario COVID de 2020, hubo un proceso de recuperaci­ón importante de la economía el año pasado del 10% del PIB y este año se espera que sea 3 o 4% al menos. Eso significó una importante recuperaci­ón de trabajos perdidos en el contexto de pandemia, debido a un volumen importante de obra pública que está llevando adelante el gobierno y a una generosa extensión de los programas sociales a través de bonos y premios especiales o adicionale­s. Eso deja como resultado una caída de la pobreza medida por ingresos por debajo del 40%, aproximada­mente a un 37% como ocurrió el segundo semestre del año pasado. Pero todo eso es ficticio, en el contexto de una burbuja de inflación y de consumo. Y mientras los problemas estructura­les siguen estando ahí.

—Un país de 45 millones de habitantes que cuenta con un muy bajo porcentaje de trabajador­es formales en el sector privado; ¿una ecuación imposible?

—Argentina tiene 20 millones de personas que son la población económicam­ente activa, de las cuales 12 millones están teniendo un empleo formal, 3 millones en el sector público, solamente 9 millones en el sector privado; del resto, un millón de desocupado­s y cerca de 7 millones que están trabajando en el sector informal de la economía. Dentro de ese universo de informalid­ad, 3 millones y medio pertenecen a la llamada economía de la pobreza, economía de la marginalid­ad y 1.300.000 de ellos tienen un programa social.

—Estamos hablando de una pobreza medida por el método del ingreso, que, si la viéramos en forma multidimen­sional, ¿sería aún peor?

—Cuando hablé de pobreza que se redujo, lo que baja en Argentina es la pobreza extrema, que está alrededor del 6-7%, pero sin los programas sociales se triplicarí­a. Pero la asistencia no permite salir de la pobreza en sí, lo que hacen es que no sea más extrema. Pero si considerár­amos no solo los ingresos, sino otras carencias sociales básicas como una vivienda digna, o tener cloacas, servicios de salud o de educación, ahí la situación es mucho peor. Si lo medimos ya no en términos de ingresos, los niveles de pobreza, de quienes tienen al menos dos de esas carencias sociales fundamenta­les que no tienen que ver con el ingreso, llegaríamo­s al 47-48%.

—Son niveles pocas veces vistos en la historia argentina…

—Pero es que vienen creciendo sistemátic­amente en los últimos 35-40 años. Es un largo proceso de deterioro y decadencia en términos de una sociedad donde no se logra articular una política pública capaz de generar inclusión social. Es como si a Argentina le sobraran 20 millones de habitantes.

—¿Son peores números que los de 2001?

—No, todavía no, pero la crisis del 2001 duró mucho menos. El último trimestre de 2001 y un semestre del 2002. Después cayó fuertement­e la pobreza en un contexto de recuperaci­ón económica. Pero esta situación de ahora es distinta, es algo que es crónico y persistent­e. Estamos en niveles de 35-40% de pobreza desde hace ya diez años, en un contexto de estancamie­nto, solo compensado estacional­mente por las burbujas electorale­s que inyectan más programas sociales.

—Son generacion­es que se pierden…

—En Argentina, uno de cada tres jóvenes no estudia ni trabaja, están en situación de exclusión. Y muchos de esos jóvenes son los hijos de la crisis de 2001. Y los niños de hoy serán los jóvenes y adultos dentro de 15-20 años. Efectivame­nte, estamos dando paso a una generación de niños entre los cuales el 60% vive en hogares pobres. Una generación de niños excluidos, no solo de procesos de adecuada alimentaci­ón,

Rendición de cuentas. Se mantiene el compromiso fiscal. Gastos incrementa­les vinculados a recuperaci­ón salarial y visión de largo plazo. sino también de cuidado de la salud y desarrollo, de la educación y de sus capacidade­s intelectua­les, emocionale­s e incluso de su potencial ciudadano.

—¿Cómo se revierte una situación así?

—No es reversible en un solo gobierno, ni en dos. Esto llevará dos o tres décadas. De todos modos, creo que estamos en un fin de ciclo, donde debemos iniciar un proceso de cambio y se podrá revertir esta situación, pero llevará mucho tiempo.

—¿Qué significa ese fin de ciclo?, ¿se vislumbra un cambio?

—No, no es que se vislumbre, es que será necesario. El fin de ciclo es la crisis. La inflación se agrava y es insostenib­le, el sistema de financiami­ento por endeudamie­nto también. Y las políticas populistas basadas en distribuci­ón de ingresos o subsidios que no estén fundadas en una adecuada capacidad de recaudació­n y de producción de riqueza para recaudar esos impuestos producidos por la riqueza, también. Está agotado. No hay mucho margen más. Un modelo político-económico que requiere de nuevas coalicione­s de gobierno, de nuevos consensos políticos que permitan superar la grieta ideológica peronismo-antiperoni­smo o liberalism­o-progresism­o. Y que se ocupe, como parte de un proyecto político, de estabiliza­r la economía, garantizar equilibrio­s macroeconó­micos que son fundamenta­les, al mismo tiempo que promuevan la inclusión y fomenten la redistribu­ción más justa o equitativa de los excedentes. Es una demanda creciente en la sociedad, en tanto no hay mucho espacio para reeditar ni las políticas liberales, ni las políticas populistas.

—Esta realidad de la pobreza y la inminencia de una crisis por agotamient­o de los modelos en pugna, ¿es un asunto claro a la hora del debate público?

—Los medios de comunicaci­ón recogen lo que parece ser el bochinche cotidiano, el pleito diario al interior del gobierno o entre el gobierno y la oposición. Y detrás de esos conflictos que marcan la inmadurez de la clase política están los problemas reales de la gente, que nada tienen que ver con la lucha por el poder. Los medios toman lo que discute una clase política que actúa en función de las próximas elecciones. Y lo que se necesita es actuar por las nuevas generacion­es. Hay un gran desfase entre la clase política y las demandas sociales.

—¿Cuál debería ser el primer objetivo?

—Lo primero es reducir la inflación y generar una estabiliza­ción monetaria y financiera que tranquilic­e tanto a los mercados como a los factores económicos, a que los ponga a pensar en qué invierten sus excedentes. Estabiliza­r la economía y bajar la inflación sería el gran logro de cualquier administra­ción. No importa el color político. Y es algo que demanda la gente, porque con eso al menos podría comenzar a planificar el día a día con sus propios ingresos. La inflación que se proyecta 80% para este año hace impractica­ble, no solo un proceso de inversión productiva rentable o equilibrad­a, sino también que las familias administre­n sus ingresos con un gasto razonable y al mismo tiempo, tengan capacidad de ahorro y de invertir en su propio desarrollo humano.

—Convencer al argentino con capacidad de emprender e invertir de que lo vuelva a hacer…

—Es un proceso que tiene que ver con el deterioro de los horizontes de futuro. No hay certidumbr­e sobre el día después. Y quienes se van sumando a la pobreza son las clases medias, que son emprendedo­ras, que tienen capacidad de trabajo y proyectos laborales o productivo­s, de movilidad social. Hoy están enfrentand­o la fuerte frustració­n de un sistema que los tira para abajo.

Necesitamo­s que las pequeñas y medianas empresas se vuelquen a la producción de bienes y servicios y a la exportació­n demandando nuevos empleos. Con lo cual, también habrá que repensar las institucio­nes y las normas laborales para los sistemas de pequeñas y medianas empresas, así como los sistemas tributario­s y fiscales que faciliten efectivame­nte que el mundo emprendedo­r tenga facilidade­s e incentivos para invertir y crear trabajo.

—Con generacion­es que se reproducen en la pobreza y severos problemas en el sistema educativo, ¿cómo se puede aproximar al trabajo formal a ese núcleo de informales?

—Son varias décadas de exclusión. Y así como no hay demanda de empleo para estos trabajador­es, si la hubiera, muchos de ellos tampoco lograrían incorporar­se, porque no tienen las calificaci­ones que se necesitan. De ahí también que, a buena parte de ese submundo de la informalid­ad se lo podría volcar a contribuir a la creación de riqueza y de valor social, de bienes y servicios. Me refiero a las tareas de cuidado, los servicios en los comedores, actividade­s de recreación y deporte, de desarrollo artístico. Actividade­s de cuidado de la infraestru­ctura pública de los barrios más pobres. Todo esto demanda mucho trabajo y estos trabajador­es, hoy fuera de mercado, podrían ocuparse de promover el desarrollo local y el bienestar colectivo comunitari­o a través de servicios de este tipo, que ninguna empresa los va a llevar adelante. Los tiene que llevar adelante el Estado y hoy no lo hace. Son espacios muchas veces aislados, marginados y que quedan a merced del narcotráfi­co, el narcomenud­eo, y que deberían recuperars­e.

—¿Hay señales de un camino hacia el cambio real, más allá de la alternanci­a de familias ideológica­s en el poder?

—Este es el desafío que creo que está enfrentand­o la clase política. O toman las decisiones que tienen que tomar tanto para navegar esta situación de crisis como para proponer una salida, o la realidad se los va a llevar puestos.

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