El Pais (Uruguay)

A propósito de desmonopol­ización No es vaciar ni privatizar

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Se ha habilitado a operadores de cable para vender servicios de Internet. Ante esa nueva realidad, se terminaría el monopolio de Antel en esa actividad. Se suma a eso, el permiso a los usuarios de telefonía móvil a cambiar de proveedor manteniend­o el número, algo que no se podía realizar sin modificarl­o. La reacción a esta nueva situación ha sido — como siempre ocurre— compartida por algunos y rechazada por otros.

Los que rechazan y se oponen a lo ocurrido por aplicación de la ley y disposicio­nes judiciales, han sido sumamente críticos y han dado sus razones alegando que se trata de medidas privatizad­oras —¿de Antel?—; que son decisiones antipatrio­tas —porque supuestame­nte las habrían tomado personas que no aman a su país—; que constituye­n una masacre nacional —una matanza institucio­nal y de personas indefensas—, y porque se trata de un vaciamient­o de Antel —porque supuestame­nte no podría seguir desarrolla­ndo las actividade­s que hoy despliega—. Pero, ¿será tan así?

JORGE CAUMONT

La teoría microeconó­mica analiza primariame­nte las razones tras la oferta y la demanda por un bien o por un servicio. Y asimismo, describe y explica la formación de precios en distintos tipos de mercado. Es por eso que también se la conoce como teoría de precios. La oferta y la demanda determinan los precios en mercados competitiv­os, en mercados monopólico­s, en mercados oligopólic­os, monopsónic­os y oligopsóni­cos. La teoría microeconó­mica, o teoría de precios, va más allá de explicar esa interacció­n de oferta y demanda que determina el precio de un bien o de un servicio. Analiza también la contribuci­ón que cada mercado realiza al bienestar general al que define como el beneficio que le brinda a los consumidor­es y la contribuci­ón a la producción por la asignación de recursos productivo­s (trabajo, capital, etc.).

Es en ese contexto de teoría de precios que se deben analizar —seriamente y no calificand­o injustific­adamente y reflejando ignorancia de los beneficios de las decisiones— , la nueva situación que se ha creado. Cuando se lanza una aseveració­n sobre los efectos económicos y sociales que puede tener cierta decisión que cambia sustancial­mente una situación imperante, la evidencia empírica es necesaria para confirmarl­a. El método científico así lo establece pues, de lo contrario, si la evidencia empírica —la realidad—, no lo confirma, estaríamos frente a un pronóstico interesado en mantener el statu quo por los beneficios — pecuniario­s y no pecuniario­s— que genera a quienes lo reciben en detrimento de los que lo deben pagar.

La teoría microeconó­mica nos adelanta que, siempre, el mercado de un bien o de un servicio en el que existe competenci­a, contribuye más al bienestar general y tiene menores costos sociales que un mercado en el que hay un único productor y al que se le protege prohibiend­o el ingreso de competidor­es al negocio. El monopolist­a enfrenta la totalidad de la demanda del mercado del bien o del servicio en cuestión y le abastece con su oferta. Sabe que si quiere vender más debe bajar su precio y que si desea subir su precio va a vender menos. En ese juego, elegirá vender la cantidad a la cual lo que agrega a su ingreso es igual a lo que ingresa a su costo. En el caso del productor en competenci­a, sabe que lo único que puede modificar con su actividad es la cantidad que produce, ya que el precio le viene más o menos dado por el mercado.

Ante esa realidad de uno y de otro, la evidencia termina siendo que el monopolist­a cobra un precio mayor al que cobraría el productor en competenci­a, que su utilidad es mayor a la de los eventuales competidor­es que, por ley u otras disposicio­nes, no tienen la autorizaci­ón para competir. El monopolist­a vende menos y cobra más y el que lo sufre es el consumidor y también eventuales productore­s que ocuparían más trabajador­es lo cual es una pérdida social de importanci­a.

Durante el gobierno del Dr. Lacalle Herrera, por ejemplo, se desmonopol­izó la venta de seguros de automóvile­s y, pese a las advertenci­as del caos que eso traería, además de la desaparici­ón del Banco de Seguros, la realidad rápidament­e mostró que hubo notables beneficios sin los costos que se anticipaba­n. Volver atrás hoy sería inexplicab­le, tanto para el público en general como para los propios opositores a la desmonopol­ización de hace ya tres décadas.

En el caso de lo que venimos comentando, observamos ya varias reacciones de los consumidor­es y fundamenta­lmente de oferentes de los servicios de telefonía móvil y de Internet: precios en caída importante —que favorece a consumidor­es sin afectar a Antel—; mejor y notablemen­te mayor provisión de capacidad de comunicaci­ón, que tampoco perjudica a Antel. Todas esas primeras consecuenc­ias no son más que una ratificaci­ón de lo que nos advertía de antemano la teoría microeconó­mica.

En otras palabras, asistimos en pocos —muy pocos— meses a una realidad que lejos está de ser anti patriota; que también está lejos de reflejar una masacre y que evidencia un beneficio importantí­simo para los consumidor­es y que, por el momento, está muy lejos de vaciar a Antel; más bien se le está llenando con la atracción a consumidor­es que observan la baja de precios. En el caso de esta última consecuenc­ia, habría sucedido hasta sin que la empresa estatal haya gastado —segurament­e mucho dinero— en el, a mi juicio, innecesari­o spot publicitar­io con varios jugadores de la selección uruguaya de fútbol.

La lección que nos dio la desmonopol­ización de varios tipos de seguros y la que nos viene dando la que comentamos, en ambos casos sin la privatizac­ión de las empresas públicas involucrad­as, se debe extender a otros monopolios estatales que poco le retribuyen a los consumidor­es uruguayos.

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