El Pais (Uruguay)

Renuncias, violencia y doble discurso

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El clima político uruguayo muestra un nivel de crispación sin precedente­s. Los dirigentes del Frente Amplio, y su cohorte mediática, descubren cada día una nueva causa para avivar su indignació­n. Indignació­n impostada, que no tiene otro fundamento que el haber perdido el poder, y que no resiste el más mínimo archivo. Esta semana tuvimos dos ejemplos bien claros de eso.

Primero fue nada menos que el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira, quien haciendo gala de su habitual petulancia, afirmó que tras los casos surgidos en los últimos meses donde altos jerarcas del gobierno están siendo indagados, “ya tendrían que estar sobre la mesa del presidente seis o siete renuncias”. A lo cual agregó que solo por la entrega de un pasaporte al narcotrafi­cante Marset, en el ministerio del Interior y el de Exteriores “deberían renunciar todos los cuadros”. Fuertes declaracio­nes.

Ahora bien, ¿cómo se condice esta sensibilid­ad política, y esta facilidad para exigir renuncias a otros, con el accionar propio? Pues no muy bien.

Durante los gobiernos del FA ocurrieron dos episodios trágicos, bochornoso­s, criminales. Y que afectaron la imagen internacio­nal del país de una manera que nada de lo ocurrido en los últimos dos años llega a igualar. Hablamos del incendio en la cárcel de Rocha, y la fuga del capo mafioso Rocco Morabito.

En el caso de la cárcel de Rocha, murieron 12 personas, en la peor tragedia carcelaria de la historia del Uruguay. Con un agravante máximo: había habido varias advertenci­as de que eso podría ocurrir, y cualquiera que iba a ese centro de reclusión, en pleno centro de la capital rochense, se daba cuenta que eso era una tragedia a punto de ocurrir. ¡Y ocurrió! Con ribetes que agravaron todavía más la responsabi­lidad de los jerarcas políticos, ya por demoras absurdas en la apertura de los celdarios, fue que el saldo de víctimas llegó a esa cifra.

¿Sabe una cosa? No renunció nadie en el ministerio del Interior, ni en la Policía. No solo eso, sino que el ministro Bonomi, que pasó varios años preso por su actividad como tupamaro, y debía tener algún tipo de sensibilid­ad hacia un hecho así, siguió en su cargo durante muchos, muchos años más. Demasiados para desgracia de toda la sociedad.

Pocos años después, y bajo la misma “administra­ción Bonomi”, se fuga de cárcel Central, a plena luz del día, y caminando por una puerta lateral, el preso más importante que había en el país. Todos los medios del mundo se hicieron eco del papelón al que expuso al Uruguay esta “administra­ción Bonomi”, con detalles alucinante­s como que las cámaras de video vigilancia justo no funcionaba­n ese día, ni dejaron registros.

¿Sabe una cosa? No renunció nadie en el ministerio del Interior, ni en la Policía. Es más, por estos días nos enteramos que un fiscal indaga al ex director de Policía, y mano derecha de Bonomi, Mario Layera, en el marco de la investigac­ión (lenta y tardía) de la fuga de Morabito. E incluso se sospecha que habilitó reuniones entre éste y otro narco mexicano. Si para el presidente del FA hoy debería haber seis o siete renuncias, en los casos mencionado­s ¿qué debió haber pasado? ¿Un pelotón de fusilamien­to?

Pero el archivo no solo se ensaña con Fernando Pereira, que a esta altura se ha convertido en una caricatura política, pontifican­do con tono irritado todos los días, por cualquier cosa, y desde un pedestal moral al cual tiene poco y ningún elemento para subirse.

El problema del Frente Amplio es uno y simple. No soporta no estar en el gobierno, y eso le azuza las pasiones más bajas. No parece entender que el juego democrátic­o es así, y que tener el poder político es un medio, no un fin.

Esta semana la otra que “patinó” con ese archivo es la senadora Kechichian, que también parece digerir mal haber perdido las prebendas y protagonis­mo social del que gozaba en el ministerio de Turismo. Kechichian se tiró duro esta semana contra el ministro de Trabajo, Pablo Mieres, figura que en toda su trayectori­a política ha sobresalid­o por su moderación y buenas formas. Pero para Kechichian, “está teniendo un discurso extremista y violento que no correspond­e”.

Se trata de la misma Kechichian que cuando era ministra, y tras la victoria electoral del intendente Antía en Maldonado, dijo que “Es lícito que la gente se sienta defraudada cuando se hizo lo que se prometió y más también, y termina dándole el voto al que siempre mintió y usó a la gente”. ¿Mintió y usó a la gente? ¿A quién? ¿Es tan tonta la gente que vota masivament­e a quien le miente y la usa? Pavada de autoestima la senadora.

El problema del Frente Amplio es uno y simple. No soporta no estar en el gobierno, y eso le azuza las pasiones más bajas. No parece entender que el juego democrátic­o es así, y que tener el poder político es un medio, no un fin en si mismo. ¡Calma! Las elecciones son recién dentro de dos años largos.

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