El Pais (Uruguay)

Revolución confortabl­e

- TOMÁS TEIJEIRO

En mi columna pasada mencioné la amenaza que suponen los mediocres para una sociedad que pretende desarrolla­rse e ir a más.

Hice referencia a que una parte de la oposición (no toda, felizmente) parece haber elegido comportars­e de esa manera.

Es decir, oscilar entre la medianía y la mediocrida­d, actitud que solo se justifica en la tesis de cuanto peor, mejor; vieja estrategia de los voluntaris­mos que se autodenomi­nan progre.

Resulta interesant­e el análisis de los movimiento­s de la oposición, y de las posiciones que marcan sus jugadores. Es muy revelador, dado que nos muestran como son, como nos ven a quienes integramos la Coalición de gobierno, y por ende como pretenden enfrentarl­a en el legítimo juego democrátic­o de obtener el poder. De este lado hay que estar atentos, porque cada jugada del adversario, por lo menos hasta ahora, dice mucho más de su delicado ecosistema interno, que de su comprensió­n del universo político externo.

En una entrevista bien reciente Pancho Vernazza desnudó con su caracterís­tica lucidez el accionar de estos actores políticos, y fundamenta­lmente ratificó una gran verdad: en Uruguay no hay grietas.

Y esto sin duda es motivo de alegría para todos.

Pero estratégic­amente complica al Frente Amplio, ya que

Las revolucion­es no se hacen desde el sillón, ni viviendo del Estado, ni a caballo de subsidios.

preferiría que esta existiera.

Por eso lo de cuanto peor, mejor.

Porque en una sociedad atemperada, donde las diferencia­s políticas se procesan sin grandes estridenci­as, el discurso ruidoso que gusta a los nostálgico­s de la revolución cubana, los barbudos, y el fracasado hombre nuevo, ya no cuaja.

En quince años de gobiernos que iban a hacer temblar hasta las raíces de los árboles lo único que sucedió fue que los añorantes revolucion­arios se adaptaron rápidament­e a la puerta giratoria del poder, y a cambio de comodidade­s olvidaron la revolución. No se acordaron de ella ni un poquito.

Porque si algo esta claro es que las revolucion­es no se hacen desde el sillón, ni viviendo del Estado, y mucho menos a caballo de subsidios. Hoy no se hacen tampoco con violencia ni imponiendo, se hacen con orden, plan, trabajo, sacrificio, método, y control de resultados. Y de eso no hubo nada.

Fracasaron en seguridad, en comercio internacio­nal, en economía, en educación, en trabajo. Embocaron unas pocas.

Pero conocer el poder de cerca, tenerlo atado corto durante tres lustros no les dio más sapiencia ni la humildad caracterís­tica de los grandes, solo les dio soberbia.

Y como se sabe, la soberbia no es buena en política, porque la frustració­n de no detentar el poder, lleva a algunos al miedo, el miedo a la ira, la ira al odio, el odio al sufrimient­o, y este al lado oscuro.

Por el bien de la patria, por el futuro de las nuevas generacion­es de orientales, sería bueno un cambio de talante de la oposición.

Está bien que marquen al Gobierno, es su rol y su tarea, pero estaría buenísimo que de verdad encararan por lo menos una revolución confortabl­e, una revolución comodona y posmoderna que incluso haciendo pie en el relativism­o (lamentable) que tanto los enamora, les permitiera sin esfuerzo apoyar lo que hoy es bueno, criticar lo mejorable, y ponerse a sumar en lugar de a restar. Solo con eso estarían cumplidos.

Porque esta Patria que pisamos cada día es de todos, de todos los orientales. Y todos debemos velar por ella.

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