Cuando la voluntad no tiene límites
Augusto Lotito nació sin brazos. Se dedica a la música y milita por las personas con discapacidad
Después le dijeron que su nacimiento fue una conmoción. Que para una familia que había vivido siempre en el campo y que no había tenido, nunca, contacto con una situación similar, ver que su sexto hijo había nacido sin los brazos fue un sacudón, algo que los desestabilizó, que los llenó de incertidumbre.
Hoy, que es un martes de enero, en una cafetería en pleno centro de Montevideo Augusto Lotito, 39 años, músico y militante por los derechos de las personas con discapacidad, dice que, lo mismo que al comienzo dejó a su familia sin saber qué hacer fue, también, lo que hizo que después todo fuese diferente para él.
“Yo había nacido sin los brazos por una discapacidad congénita y mi familia no tenía ninguna información ni conocimiento al respecto, no conocían realidades similares y tenían una incertidumbre inmensa. Pero, al mismo tiempo, como eran personas de campo, tenían mucho conocimiento por observar la naturaleza. Mi padre se dedicaba a la cría de animales, había tenido animales que nacían con malformaciones y él los había visto nacer y los había cuidado hasta el último día de su vida. Entonces eso los ayudó a generar procesos positivos conmigo, a aceptar mi discapacidad y a impulsarme a medida que iba creciendo a hacer las cosas solo y no a criarme en un manto de sobreprotección donde los demás tuvieran que suplir lo que yo necesitara”.
Augusto nació en Valle del Lunarejo, en el departamento de Rivera y es el menor de seis hermanos. De ese lugar de arroyos y piedras solo recuerda la tranquilidad, la calma. Al poco tiempo su familia se mudó a la ciudad de Rivera, primero a la zona rural y después al centro. Todo, por esos años, era compartido: los juegos, las travesuras, los partidos de fútbol y las cartas, las idas a pescar y los tiros que practicaban con la chumbera. Todo sucedió como si la ausencia de sus brazos no existiera.
“Como yo nací sin brazos, nunca los tuve en cuenta. Para mí yo no soy una persona incompleta. No me falta nada. Y esto fue lo que, sin saberlo, fueron construyendo mis padres”.
Fue ahí, en la infancia, que con Daniel, uno de sus hermanos, empezaron a tararear y cantar las canciones que escuchaban en su casa. Y que, impulsados por sus padres, crearon un dúo: ensayaban canciones, inspirados por la música sertaneja de Brasil, armaban repertorios, jugaban.
Un año después tuvieron su primera presentación en público. Fue en la inauguración del liceo de la ciudad de Tranqueras. Su madre diseñó un vestuario y lo mandó a hacer con una modista y todos sus vecinos alquilaron un ómnibus para poder acompañarlos. Ese día empezaron a llamarse Dúo Hermanos Lotito y la música empezó, de a poco, a entrar en su vida hasta tomarlo por completo.
Recorrieron el país, se presentaron en fiestas y en festivales, viajaron a Brasil y a Argentina. “Para mí la música era algo que trascendía todo y eso me potenció muchísimo en el contacto con la gente. Yo era un niño, no entendía que había una mirada hacia mi discapacidad. A medida que fui creciendo fui empezando a percibirlo un poco más, pero el mensaje de mis padres siempre fue: ‘No intentes llamar la atención por la discapacidad, sino por la calidad de música que vas a presentar.’ Y eso es algo que me marcó y que tengo como lema hasta hoy en día”.
Unos años después, cuando estaba en la casa de su padrino, vio que había un teclado pequeño y empezó a tocarlo con los pies. Si se tocaba bien, el instrumento emitía una luz verde. Si no, una roja. La primera vez salió amarillo. La segunda fue verde. Entonces su padre vendió una vaca y le compró uno propio.
Fue a clases y de música con una profesora que adaptaba las canciones para que él pudiera tocarlas utilizando los pies. Con su hermano tuvo el dúo hasta el año 2000. Su familia se mudó a Canelones y él empezó a estudiar en Montevideo y, también, a buscar oportunidades para poder cantar.
En eso estaba cuando conoció al cantante brasileño Alexander Pires, que lo vinculó con una productora brasileña. Augusto se fue a San Pablo, acompañado por una de sus hermanas y su cuñado y con un proyecto junto al cantante que terminó por desarmarse antes de empezar.
Trabajó con una productora, cantó en algunos lugares con algunos músicos, pero, en algún momento, tuvo que empezar a decir que no. “Siempre que intentaba dar un paso más surgía esa mirada desde la lástima que yo no quería. Tenía 20 y pocos años y cedía un poco a algunas cosas, pero en un momento todo llegó a tal punto que tuve que empezar a negarme, como por ejemplo, a ir a programas de televisión en los que querían hacerme donaciones. Yo no quería donaciones, yo quería cantar”.
Vivió tres años y medio en la casa de un productor brasileño y empezó a trabajar en su estudio: como técnico de grabación, como técnico de edición, como profesor de canto, haciendo coros en discos de otros. “Pero a medida que pasaron los años mi carrera y mi objetivo inicial iba quedando relegado. Mi sueño era poder vivir de cantar y lo que yo estaba haciendo era participar de los sueños de otros”.
Volvió a Uruguay en 2008, cuando la crisis financiera en Brasil hizo que quedarse resultara insostenible. Y entonces, cuando estaba viendo qué hacía con su vida, mientras golpeaba puertas para poder tocar y se le abrían muy pocas, empezó a trabajar en el Taller Uruguayo de Música Popular. Y gracias al convenio que tenían con la intendencia empezó a dar talleres de música en escuelas convencionales y especiales.
El contacto con esos niños fue, dice ahora, un quiebre. “Fue la primera vez que tuve un vínculo tan directo con otras personas con discapacidad. Y fue un momento re introspectivo de analizar quién soy yo, por qué mi realidad fue tan distinta a la que veía que tenían esos niños, por qué yo fui a una escuela convencional y ellos no. Fue un momento muy particular, que empezó a generar un proceso como militante por la temática discapacidad”.
En 2012, después de haberse formado en Recursos Humanos, empezó a trabajar en el Ministerio de Desarrollo Social, en un proyecto sobre discapacidad y empleo. Hoy sigue allí, trabajando en la Dirección de Discapacidad de la Secretaría Nacional de Cuidados y Discapacidad.
Cree que se ha avanzado en el tema, pero que todavía falta mucho por hacer. Dice, una y otra vez, que él tiene esperanza y que por eso hace lo que hace. —¿Y la música dónde quedó?
—Tenía un proyecto musical que trataba de impulsar con todas mis fuerzas, pero siempre fue muy difícil vincular una presentación musical a un espacio que no tuviera que ver con la discapacidad. Aún hoy me es muy difícil conseguir lugares para poder tocar. A muchos artistas nos sucede. Y tuve un divorcio de la música, era muy grande el esfuerzo que estaba realizando para las pocas concreciones que estaba logrando. En algún momento me cansé y me concentré mucho en el trabajo en el Ministerio. Durante la pandemia quise volver a cantar y las cuerdas vocales no me respondían. Pero ahora, de a poco estoy volviendo, porque la música siempre está.
Como nací sin brazos, nunca los tuve en cuenta. Para mí, no soy una persona incompleta”.