El Pais (Uruguay)

Vida dedicada al trabajo con enfermedad­es autoinmune­s

El Grado 5 Gaspar Catalá publicó libro que resume su experienci­a en el campo

- TATIANA SCHERZ BRENER

La relación médico paciente es el primer eslabón del éxito o fracaso del acto médico”, aseguró Gaspar Catalá, doctor especializ­ado en Medicina Interna y Oncología Clínica, en diálogo con El País. Para él, es importante asesorar al paciente para que este pueda tomar decisiones informadas: “Nunca acepté al que dice ‘tome esto porque soy médico y usted como paciente lo tiene que cumplir”.

En este afán por siempre darle al paciente las herramient­as necesarias para elegir, surgió el deseo de crear un libro: Mis apuntes sobre enfermedad­es autoinmune­s. Según indicó el médico, estas se definen por el mecanismo que las produce, en el que el sistema de defensas inmunológi­cas del individuo agrede algunas de las propias estructura­s. “Son enfermedad­es que exigen una explicació­n constante, porque las personas se culpan a sí mismas y se cuestionan por qué les vino”, expuso.

SERES FRÁGILES. Durante su carrera, Catalá siempre se ocupó de asesorar a sus pacientes. Se jubiló el pasado 31 de marzo de 2022, así que su libro es una manera de continuar transmitie­ndo informació­n: “Mucho de lo que está acá es lo que repetía con cada uno de mis pacientes con enfermedad­es autoinmune­s”.

— ¿Qué es lo más difícil a la hora de atender a un paciente con una enfermedad autoinmune?

— Tomar decisiones. A veces, para tener toda la informació­n, necesitás una cantidad de estudios y algunos pueden demorar. De hecho, uno de los casos clínicos que se mencionan en el libro es de un hombre de 69 años que estaba en diálisis, pero no sabían por qué se le habían dañado los riñones. Me llamaron, lo evalué y les dije que tenía una vasculitis y que habría que hacer determinad­o tratamient­o, pero los médicos no estaban muy convencido­s porque aún faltaban algunos resultados de los análisis. Al final, como no tenían opción, hicieron lo que yo había sugerido y a los pocos días el paciente estaba bien. Era muy difícil tomar esa decisión porque el medicament­o era muy fuerte, pero si no se hacía, el hombre estaba liquidado. Muchas veces tenés que tomar decisiones sin tener todas las cartas del mazo. He tratado muchas vasculitis cuyo análisis que confirmaba el diagnóstic­o lo recibí meses después. Y hay colegas que discrepan, pero si esperás a tener toda la certeza que como médico te hace sentir más seguro, podés perder al paciente.

— ¿Hay algún caso que lo haya marcado especialme­nte?

— Sí, por el año noventa y pico. Era un chiquilín de 11 años, hijo de un colega. Lo estaban tratando por una mononucleo­sis, pero pronto empezó a marchar mal y me pidieron que lo viera. Resultó que tenía un lupus gravísimo. Y costó muchísimo, pero fue mejorando. Una vez, estaba en consulta con él y sus padres, y ellos estaban contentos porque parecía que venía todo bien, pero lo empecé a mirar y lo vi distinto, con la mirada extraviada. El lupus puede dar manifestac­iones neurológic­as orgánicas o psiquiátri­cas y de hecho se confirmó que él tenía una encefaliti­s lúpica. Lo traté, mejoró, y después de transitar todos esos temporales le fui bajando la medicación, hasta que en los últimos meses se la había sacado casi por completo. Entonces, un domingo me llamó otro colega y me dijo que el chico y su padre habían chocado y que ambos estaban muertos. Fue horrible, porque me había encariñado con él. Habíamos transitado la enfermedad como si hubiéramos estado en una balsa en medio de una catarata.

— ¿Cómo han influido este tipo de experienci­as en usted?

— En esta profesión vivís entre la vida y la muerte y ves a cada rato lo frágiles que somos. No me olvido de una de las primeras guardias, cuando estaba como estudiante. En ese momento, había unos ómnibus que se conectaban por una línea eléctrica de cable, los trolleys, y trajeron a una chica que estaba en la parada cuando una zapatilla se soltó, le pegó en la cabeza y la mató. Al convivir al borde de la muerte, uno tendría que jerarquiza­r mejor en la vida, en las cosas que se hace problema, y algo he jerarquiza­do, pero no lo suficiente. De pronto se me raya el auto y me preocupo o me pongo a mirar un partido del cuadro del cual soy hincha y me dejo llevar y me enojo. La verdad es que el ser humano es lo más frágil que hay. La otra vez, una empleada que trabaja en casa comentó que alguien había fallecido y mi señora dijo: ‘No puede ser, ayer lo vi en la televisión’. Y yo dije: ‘Bueno, si ayer lo viste en la televisión, tenía la única condición necesaria para morirse: estar vivo’. Todos podemos tener un microaneur­isma en los vasos cerebrales, que son bombas que si se revientan, según el tamaño, te liquidan de un momento para otro. Bombas de tiempo tenemos muchas, ni que hablar cardiovasc­ulares. Por eso mismo siempre me reprocho que hay que padecer menos los problemas que jerárquica­mente son menores, pero uno en la vorágine de la lucha se olvida y se deja arrastrar. — ¿Qué le recomienda a un familiar o amigo de una persona que está transitand­o una enfermedad autoinmune?

— Primero, no entrar en pánico y no discrimina­rlo. Es una enfermedad como cualquier otra, e incluso muchas son leves. Y a veces, si son graves, pero se resuelven, luego la persona vive bien. El asunto es conseguir una asistencia correcta, cosa que no es fácil.

— ¿Por qué?

— Uno de los problemas que está teniendo la medicina es que se está subestiman­do el contacto con el paciente. Y la pantalla que tiene el médico al lado complica esa relación. Mirando al paciente cara a cara aprendés muchísimo. Ves los rasgos faciales, si tiene rasgos depresivos o no, si tiene un ojo torcido, una pupila más chica que la otra… Pero ahora están con la computador­a y eso se pierde. Yo uso la pantalla y escribo, pero me detengo y miro al paciente. Me pasó infinidad de veces con pacientes que mirándolos ya veo detalles que hacen al diagnóstic­o, pero para eso hay que mirar con atención.

VOCACIÓN. Catalá no nació en una familia de médicos. Su padre, que había comenzado a trabajar casi de niño, se graduó como instalador sanitario en la Universida­d del Trabajo del Uruguay (UTU), y su madre era ama de casa.

En la escuela y el liceo le iba muy bien, sobre todo en matemática­s. Tenía claro que si se dedicaba a Ciencias Económicas “iba a tener una vida muy fácil” por su facilidad para los números, pero una profesora de biología lo impulsó a probar la carrera de Medicina. “Hasta el último momento poco menos que tiré una moneda para elegir”, aseguró, pero terminó entrando en la Facultad de Medicina. La incertidum­bre lo acompañó hasta que empezó a tomar contacto con los pacientes: “Ahí me di cuenta que sí, que eso era lo que quería hacer”.

Se recibió en 1975 y luego hizo la especializ­ación en Medicina Interna y en Oncología Clínica. Además de ejercer como médico, fue docente universita­rio. Llegó a ser grado 4 del Departamen­to de Medicina Básica, grado 3 del Departamen­to de Oncología y grado 5 de Clínica Médica.

“Mi pasión siempre fue la medicina interna porque aspira a la integralid­ad del individuo en los problemas más complejos y graves”, mencionó. Y añadió: “Uno de los grandes problemas a la hora de tratar enfermedad­es, particular­mente las autoinmune­s, es cuando se deja de ver al paciente como un todo”. — ¿Qué fue lo que lo llevó a enfocarse en las enfermedad­es autoinmune­s?

— Cuando vas progresand­o ya no ves gripe ni hipertensi­ón, sino que te mandan al paciente que no está resuelto. Y dentro del número de pacientes no resueltos que recibí, la proporción de enfermedad­es autoinmune­s fue creciendo progresiva­mente. Por eso digo que no elegí a las enfermedad­es autoinmune­s, sino que las enfermedad­es autoinmune­s me eligieron a mí.

— ¿Por qué se interesó por la práctica docente?

— Mi padre hizo lo imposible para que yo me recibiera con un gran sacrificio. Como fuera, él me compraba los libros. Pero no me gustaba que él pusiera tanto sacrificio porque a veces los libros eran costosos, entonces durante toda la carrera trabajé. Cuando estaba en segundo entré como docente interino de primer año en anatomía, después hice interinato en biofísica, y paralelame­nte cuando terminaba daba clases en primaria y en UTU. Incluso daba clases de puericultu­ra y biología en magisterio.

OBRA. Su libro Mis apuntes sobre enfermedad­es autoinmune­s está disponible de forma digital en Amazon y en formato físico por Mercado Libre. Si bien algunas partes son más técnicas y están dirigidas a médicos y estudiante­s, “hay sectores que sirven para los pacientes y los familiares para entender por qué viene la enfermedad y cómo encararla”.

“Muchas veces tenés que tomar decisiones sin tener todas las cartas del mazo”.

“En esta profesión vivís entre la vida y la muerte y ves lo frágiles que somos”.

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