Respuesta a Hebert Gatto
La Guerra Fría terminó hace 30 años ¿podríamos conversar más tranquilos?
El primero de enero Google alerts me notificó que mi nombre había sido citado en una columna del diario El País. Pienso: ya me tenía que tocar! Varios colegas han sido denostados en algunas columnas y parecía estar llegando mi turno. Paso seguido entro al link de la columna del abogado Hebert Gatto y me encuentro con un texto que revisa un artículo que escribí junto al historiador checo Michal Zourek sobre la relación de Vivian Trías y la inteligencia checoslovaca en un libro editado por Jaime Yaffé sobre la historia del Partido Socialista. Luego de una primera lectura de su artículo respiro. Veo que el columnista cumple con ciertos principios de cordialidad básica. Aunque el autor difiere sobre nuestra visión reconoce que trabajamos seriamente, que comprendemos los hechos básicos que están en discusión, pero que tenemos otra interpretación del asunto. Su columna culmina con un juicio categórico sobre Trías y Arismendi a partir de sus conexiones con el bloque socialista. “La democracia nunca estuvo en sus planes, por eso en 1971, pudieron con sus respectivos partidos, fundar el Frente Amplio. Ignorarla y engañarnos, fueron sus peores pecados. Una perspectiva que Marchesi no considera”. A esa altura la acusación es personal, Gatto se olvida de Zourek, el coautor del artículo.
La posibilidad de establecer un diálogo en la discrepancia es una necesidad del debate intelectual. Pero por momentos parece que el debate político cancela al debate intelectual. Esto ocurre particularmente con la historia. La fuerte matriz partidocrática de nuestro país parece aceptar que el debate político haga un uso instrumental del pasado sin reconocer principios básicos del oficio del historiador como el reconocimiento de la distancia entre pasado y presente o la relación entre hechos e interpretaciones. El punto de partida de Gatto que admite que trabajamos con evidencia pero que tenemos una interpretación diferente es un avance en relación a otros columnistas que han negado la validez de la investigación histórica si no llega a sus conclusiones políticas.
Por eso en este caso me interesa clarificar el argumento de nuestro artículo en relación a su crítica. Para Gatto, Trías fue “una suerte de Arismendi disfrazado, haciendo creer que buscaba nuevos caminos para refundar la sociedad, mientras ambos, como perfectos asalariados, colaboraban ciegamente con la U.R.S.S.”, eso lo llevó a conductas antidemocráticas como apoyar a los militares peruanos, los comunicados 4 y 7, y a mal interpretar el papel de Videla en Argentina. Para Gatto, nuestro artículo no considera el carácter antidemocrático de Trías y de las izquierdas de los 60 y 70.
Gatto tiene razón. El artículo no se preocupó por entender los significados que la palabra democracia adquirió para Trías y las izquierdas uruguayas en aquel momento. Somos plenamente conscientes de que Trías tenía una visión fuertemente crítica del régimen democrático uruguayo. Su idea de democracia aspiraba a desarrollar soluciones políticas a la crisis que permitieran una mayor participación de los sectores populares y el desarrollo de un camino soberano con relación al imperialismo estadounidense. Sus visiones variaron en los 60. Desde la revolución cubana, hasta el militarismo de Velasco Alvarado pasando por la Unidad Popular chilena estuvieron entre su repertorio de posibilidades estratégicas. Si Gatto considera que todas esas eran opciones antidemocráticas frente a la “democrática” hegemonía estadounidense eso corre por su cuenta. Nosotros no nos animamos a realizar un juicio tan categórico en aquella convulsionada América Latina. No creo que podamos acordar en esto.
Lo que me interesa aclarar es algo mucho más concreto sobre lo que sí creo que podemos conversar. A partir de lo que vimos en los archivos de la STB no encontramos que la inteligencia Checa haya influenciado en sus visiones político ideológicas. Si Trías se inclinó hacia experiencias que Gatto llamaría “antidemocráticas” y yo llamaría “revolucionarias antiimperialistas” no fue por influencia de la STB sino que fue el resultado de su propia interpretación política. Trías mantuvo su autonomía intelectual. Por ejemplo en la versión original en inglés del artículo que luego fue publicado en español en el mencionado libro decíamos que en 1970 Trías en su libro La crisis del imperio, luego de 9 años de colaboración con la STB, citaba a Mao Zedong como una referencia teórica central y afirmaba que la revolución China era la vanguardia de la revolución mundial. ¿Cómo explicar que un “Arismendi disfrazado” como denomina Gatto a Trías hiciera una afirmación de ese calibre en un momento donde el conflicto entre China y la Unión Soviética estuvo a punto de llegar a una guerra? Más allá de ideologías o posicionamientos políticos la historia como método requiere la contrastación de nuestras hipótesis con la evidencia que queda del pasado. Ésta siempre es parcial y limitada. En este caso no hemos encontrado evidencia que muestre la influencia que Gatto reclama. Su demanda parece ajustarse más al fuerte sistema de creencias en el que el columnista se instala que en una discusión basada en la evidencia.
Por último, me gustaría decir que no reniego a la discusión sobre el carácter democrático de las izquierdas uruguayas en los 60 y 70. Pero debo confesar que los planteos que asignan un esencialismo antidemocrático a las izquierdas por su diálogo con el mundo comunista en la guerra fría y por omisión sugieren un carácter democrático a los centros y derechas cercanos a Estados Unidos me agotan, suenan anticuados, parecen de viejos guerreros que siguen en un tiempo histórico que terminó hace por lo menos 30 años. En Uruguay un conjunto de intelectuales repite y repite lo mismo desde los 90 cuando el final de la guerra fría resucitó la dicotomía democracia autoritarismo. Poco importó si los Estados Unidos habían promovido sangrientas dictaduras y guerras civiles en variadas zonas del mundo o si los comunistas habían tenido un rol activo en procesos de democratización político y social en lugares como América Latina y Europa Occidental. Cualquiera que intentaba matizar el enfoque era acusado de querer ocultar el legado autoritario del socialismo real y ser antidemocrático.
A 30 años del fin de la Guerra Fría y 50 años del golpe en un tiempo muy diferente Gatto repite lo mismo sobre la izquierda: “La democracia nunca estuvo en sus planes”. No hay posibilidades de matices, grises o ambigüedades. Tampoco hay señalamientos de cómo sectores de las izquierdas intentaron defender las libertades públicas y los derechos sociales, desarrollaron propuestas de pacificación nacional, denunciaron las prácticas autoritarias de Pacheco, Bordaberry y las Fuerzas Conjuntas. Así como tuvieron un rol central en la movilización antidictatorial. Paradójicamente estos intelectuales en ese impulso de cruzada han terminado compartiendo parcialmente la narrativa de los militares que explicaban a la dictadura como la respuesta frente a la amenaza de la “subversión marxista” promovida por el bloque socialista. Hoy que vivimos un tiempo muy diferente a aquel de la Guerra Fría parecería que ya es tiempo de hablar de otra manera. Sin duda una discusión pública honesta sobre aquel pasado nos ayudaría a pensar mejor sobre las actuales incertidumbres democráticas.