El Pais (Uruguay)

La madera le mostró que en lo imperfecto puede haber belleza

Descubrió el Wabi Sabi y lo trasladó a objetos decorativo­s

- ANALÍA FILOSI

No te vayas a cortar una mano y quedate a un costado del personal”. Eso le dijo a Tania Chebatarof­f (42 años) su esposo cuando con 40 años y la crianza de sus tres hijas ya encaminada, empezó a probar qué hacer con las maderas que eran descartas del aserradero móvil de su campo en el departamen­to de Treinta y Tres.

“Me preguntaba ‘¿qué rol es el mío ahora?’”, cuenta esta arquitecta que puso por delante acompañar a su marido y formar una familia antes que desarrolla­r su profesión. No se arrepiente, fue algo hablado con su pareja, un técnico agropecuar­io que ha pasado por varios rubros rurales.

“De acuerdo al mercado, al país y todo hay que ir mutando porque sino literalmen­te te fundís”, explica. Comenzaron como arroceros, pasaron por la soja, hoy están con algo de ganadería y granos para dar de comer al ganado, también hacen agricultur­a… Todo eso implica además reparar alambrados y el tubo donde se trabaja con el ganado.

“Mi esposo hizo números y vio que le convenía comprarse la máquina para aserrar ya que tenía las islas de eucaliptos que había plantado mi suegro hace muchísimo tiempo”, señala Tania y recuerda cómo al costado de la máquina se iban acumulando bordes que descartaba­n

Usa la madera que se descarta en el campo para crear pequeños objetos para decorar.

Eligió llamarse Alma Wabi a partir de la filosofía japonesa que la inspiró.

y que quizás terminaría­n como leña.

El color y los nodos de esa madera despertaro­n su curiosidad y pidió permiso para llevarse algunos. “Me vine a casa y me metí en Internet convencida de que tenía que haber gente que le gustara esto. Puse en el buscador: ‘Objetos con formas raras’ y encontré el Wabi Sabi”, recuerda sobre el momento en que descubrió esta forma japonesa de entender la imperfecci­ón como belleza.

“Empecé a ver que no solo se aplicaba a los objetos, sino también a un estilo de vida que se basa en que la belleza no es perfecta, hay que encontrarl­a en lo que te da la naturaleza. Si existe un defecto en algo, una grieta o un nudo es porque hubo una rama, una historia, y ese objeto lo cuenta cuando lo miramos. Es valioso porque tiene algo que le pasó que lo enriquece”, detalla la emprendedo­ra.

Tania encontró que eso la describía a ella y al estilo de vida de su familia. “Acá en el campo andás como andás, con una remera que no combina, te peinás y salís. Las cosas salen como con modestia, esfuerzo, pero se disfrutan porque lo hacés con quien tenés al lado”, destaca.

Fue así que con una sierra, un taladro de pie, una lijadora y una moldadora como únicas herramient­as se lanzó a producir objetos de decoración.

“Después de aceptar que podía usar mi tiempo en algo que no era para lo que me había preparado, llegó el tiempo de mostrarlo y mostrar tampoco es fácil”, reconoce.

Fue la novia de un primo la que le hizo darse cuenta de que lo que hacía no podía permanecer escondido y le sugirió abrir una cuenta en Instagram. Hay quienes le preguntan por qué no lo hizo antes. “Porque antes no había Instagram, en el campo no tenía Internet, no tenía el celular que tengo ahora… hubiera sido imposible o por lo menos más difícil”, responde.

Eligió llamarse Alma Wabi porque mezclaba el Wabi Sabi con el alma y, como le dijo una amiga, “todo lo que tiene alma en el nombre es lindo de escuchar”. La misma amiga que llamó a Malos Pensamient­os para lograr que Petinatti la eligiera para El Empujón, el espacio que ayuda a potenciar el Instagram de los emprendedo­res.

“Ahí explotaron mis seguidores. Esa gente que no conocía me dijo muchas cosas lindas, me mandó mensajes hasta las 3 de la mañana con poemas… cosas que yo no sabía que transmitía mi cuenta, una cosa de locos y poco habitual para nosotros”, confiesa.

Aún le cuesta manejarse en ferias. Probó con una en Punta Carretas a fin de año que, a pesar de la poca concurrenc­ia por la época y el Mundial, terminó por darla a conocer lo suficiente como para llenarla de pedidos en Navidad.

“Es una sensación súper especial. Decir ‘sigo por este camino y me animo a hacer cosas más grandes, que es la idea”, cuenta.

Por lo pronto siente que ya no es “la loquita que estaba en el campo con la lija. Es muy gracioso porque cuando yo no estoy y los empleados hacen la madera, dicen ‘este pedazo es muy Wabi, vamos a dejárselo a Tania’”.

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NATURALEZA. El color y los nodos de las maderas le llamaron la atención y quiso experiment­ar.
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PEQUEÑOS. Comenzó por objetos chicos, pero su idea es comenzar a incursiona­r en más grandes.
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ÉXITO. Los cuencos con velas de soja fueron muy bien recibidos y muy solicitado­s para Navidad.

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