El consenso y Bambi
Carabina a la espalda”, del 30 de abril, describió aquí la situación política y electoral de confrontación de dos bloques disímiles, y señaló que para apuntalar un (difícil) triunfo de la Coalición Republicana (CR) en 2024 se precisa un mucho mayor protagonismo agonístico de parte de los distintos estamentos dirigenciales oficialistas. Agregaba: “hay que asumir de una vez por todas que son ellos o nosotros, es decir, que la forma en la que el FA define la lucha política, su programa de acción y sus convicciones más profundas son radicalmente diferentes a las concepciones que han estado a la vista de todos en estos años de gobierno de los partidos de la CR”.
En su columna del 11 de mayo en Búsqueda (“lágrimas por Bambi”), Gabriel Pereyra se interesó sobre el tema. “Visiones como las de Faig (…) son las que han impedido lograr políticas de Estado, donde “ellos” y “nosotros” logren niveles mínimos de acuerdo que, a estar por los asuntos que piden a gritos esas políticas de Estado, no se explica cómo es que no se han logrado por el sistema político”. Y enumera graves temas sobre los que esa visión nosotros-ellos impide llegar a esos acuerdos: educación; inversión en primera infancia; erradicación de pobreza infantil; mejoras en el sistema carcelario y cambio en la seguridad social, entre otros.
Hay un malentendido que importa aclarar. No es que yo prefiera el nosotros-ellos para el funcionamiento del sistema político. Simplemente, describo una grieta política y sitúo su origen en una concepción filosófica radicalmente asociada a la izquierda leninista, que es la que ha terminado siendo hegemónica dentro del Frente Amplio (FA). A partir de esa constatación, asumo que no es posible ni realista promover un consensualismo-políticas de Estado, que en pura teoría podría ser un ideal de acción de gobierno, pero que hace ya décadas que aquí es una quimera: si se quiere poner un momento de origen, es la renuncia en febrero de 1996 de Seregni al FA porque no pudo sostener los acuerdos por la reforma constitucional. Allí se acabó la izquierda dialoguista.
Aun suponiendo que estuviéramos todos de acuerdo sobre cuáles son los problemas prioritarios del país, y en lo personal puedo concordar con los que expone Pereyra, hay que asumir que, legítimamente, hay soluciones diversas (y algunas de ellas, torpes). En nuestra democracia, la viabilidad política de esas soluciones ha tomado dos rumbos distintos: sea la del FA, sea la de la CR. Yo creo que hay que aceptar esos dos rumbos distintos y que el pueblo votando, cada vez, define mayoritariamente cuál seguir. El argumento de reclamar un consenso cuando gobierna la CR, de forma de contemplar el talante del FA y no excluirlo, en realidad esconde una voluntad de frenar, impedir, trancar o torcer el rumbo definido por la mayoría del país y que es, hoy, diferente al del FA. Me resulta, así, esencialmente antidemocrático.
Hay dos frenos contra los posibles excesos de una mayoría: el respeto a las reglas de juego sustanciales que están en la Constitución; y el sometimiento a periódicas elecciones de forma de que el pueblo decida si ratifica el rumbo por cinco años. No se precisan consensos-bambi. Se precisa acción decidida de gobierno y estarse lealmente a lo que el pueblo decida.
No se precisan consensos-bambi. Se precisa una acción decidida de gobierno.