Recuerdo de dolor: la historia de dos militares caídos en misiones
El coronel Gonzalo Martirené y el soldado Marcelo Peña murieron en servicio en el exterior
La madre y sus dos hijos, de 18 y 28 años, se sientan en un sillón sin decir una palabra. Cada tanto entran oleadas de aire que levantan los papeles y servilletas de un apartamento de Pocitos.
La familia aguarda expectante, mientras un gato bebé salta y corretea por el suelo, la mesa ratona y los sillones. Los tres están dispuestos a remover la tragedia que les tocó atravesar en lo que será la primera entrevista que brindan para hablar de esto.
Todos los medios informaron de la muerte del Teniente Coronel Gonzalo Martirené durante el terremoto de Haití, en 2010. Más de 200.000 personas murieron a causa de aquel desastre y tres de ellos eran uruguayos: además de Martineré, fallecieron Daniel Varese y su hijo Mateo de tres años.
El 12 de enero el coronel Gonzalo Pérez tocó la puerta de la casa de la familia Martirené. Leonor, la esposa, abrió y vio un rostro desconcertado. “¿Te enteraste de lo que pasó?”, le preguntó a la mujer y ella respondió que no, que había estado muy ocupada trabajando. “Prendé la tele. Hubo un terremoto en Haití”, le dijo. Pero lo peor no terminaba ahí: el cuerpo de su esposo, se enteró, estaba desaparecido.
Leonor tuvo que recibir atención psiquiátrica ese mismo día. Y decidió viajar hasta Haití. El vuelo le permitió llegar hasta República Dominicana y luego viajó en ómnibus desde Santo Domingo hasta Puerto Príncipe a partir de la ayuda humanitaria. Estaba decidida a buscar, sola, a su marido.
Ese primer día de búsqueda, ya cuando habían pasado cinco días del terremoto, terminó sin éxito y Leonor tuvo que volver con otros militares a República Dominicana. Durante ese trayecto sonó el celular de la mujer, con la noticia más dura: el cuerpo de su esposo había aparecido entre los escombros del edificio en donde trabajaba.
El coronel Javier Macías, amigo de Martirené de toda la vida, fue quien tuvo la tarea de identificarlo. “El cuerpo no era cuerpo”, cuenta hoy Leonor frente a sus hijos, por lo que lo reconocieron a partir de una cadena de oro que llevaba puesta. El Ejército nunca permitió que nadie de la familia viera el cuerpo.
A partir de ahí los recuerdos se vuelven difusos para Leonor y Gonzalo, el hijo mayor. Su memoria les falla cuando intentan rememorar esos días de dolor.
El recuerdo más vivo que tiene Gonzalo y su hermano menor, Santiago, es justamente el de la foto que eligieron para representar a su padre: el coronel había llegado de visita por Navidad y Año Nuevo y estaban jugando a tirar chaski boom en la vereda de su casa hasta que su madre los interrumpió con su cámara.
—¿Qué fue lo más duro de esta pérdida?
—Para mí hasta el día de hoy es que ellos se hayan criado sin su papá, porque era un excelente padre. Yo siento que nunca vamos a poder ser felices como fuimos en su momento. No lo voy a poder superar aunque Talo (Gonzalo hijo) me diga que dé vuelta la página —dice ella, mientras llora.
—No es dar vuelta la página —le responde su hijo mayor, con seguridad en su voz—. Es entender que esta es la circunstancia en la que estamos. Todo el mundo quiere tener a su padre y madre vivo hasta el máximo tiempo, pero hay veces que se van antes.
—Mamá toda la vida cumplió el rol de madre y padre y para mí lo cumplió muy bien. Me han llegado muchas anécdotas de mi padre que me ponen orgulloso —interrumpe el otro hermano.
En 2013, al terminar el liceo, Gonzalo viajó a Haití para trabajar como traductor del inglés al español durante nueve meses. 10 años después el hijo reconoce que nunca dimensionó lo que significaría el viaje y que permanentemente estaría recordando a su padre. Se encontró con una sala principal y una escuela que llevaban su nombre y lo homenajeaban con su foto y una placa debajo. La familia también retornó en 2020 cuando homenajearon a todas las víctimas del terremoto que trabajaban para la ONU.
La familia Martirené nunca responsabilizó al Ejército por la muerte del coronel. Se trató de un desastre natural que podría haberse cobrado su vida como un civil, así como sucedió con las otros dos uruguayos que murieron a causa del terremoto, razonan. “El ejército no tuvo la culpa, al contrario, todo lo que podían hacer, lo hicieron”, afirma Leonor.
Pero ese no fue el caso del soldado Marcelo Peña, que falleció durante una Misión de Paz en la República Democrática del Congo en 2015 cuando tenía 38 años. La muerte de Marcelo representa una llaga viva para la familia Peña porque la pérdida también acarreó grandes dificultades para su esposa y cinco hijos, oriundos de Paso de los Toros.
UNA NOTICIA INESPERADA.
Marcelo estaba en su tercera Misión de Paz en el Congo, a miles de kilómetros de casa, cuando sin previo aviso su familia recibió la noticia de que había fallecido de malaria.
Servando, el hermano mayor de Marcelo, estaba realizando compras en Santana do Livramento porque era 28 de diciembre y faltaban solo tres días para Año Nuevo, cuando le sonó el teléfono. Eran las 9:30 y se trataba de un número desconocido. Del otro lado de la línea se presentó el teniente coronel Gustavo Etchandy y le comunicó la peor de las noticias.
El desconcierto fue total. Porque, para empezar, nadie les había avisado que Marcelo había contraído malaria, ni que se encontraba enfermo hacía varias semanas o que lo habían trasladado a un hospital porque estaba en estado crítico. La esposa de Marcelo sí sabía que tenía la enfermedad tropical, pero nunca le informaron que su marido estaba grave. “Eso es un dolor que queda hasta hoy”, dice Servando, que es militar retirado.
El teniente le pidió al hermano que avisara a sus padres y él lo hizo al instante. “Mamá, tengo que decirte algo de Marcelo”, fueron las palabras de Servando al llamar a la mujer y al recordarlas el militar retirado hace una larga pausa y su voz se quiebra. Madre e hijo no pudieron seguir la conversación.
No solo debieron lidiar con
Eleonor viajó a Haití para buscar a su esposo desaparecido tras el terremoto.
“A Marcelo lo mató un médico del ministerio”, reclama su hermano.
la agonía de la muerte, sino que cada día debían someterse a la burocracia para poder traer el cuerpo a Uruguay. El Ejército tardó dos semanas en enviar el féretro y, cuando finalmente arribó a Montevideo, no estaba permitido abrirlo. El hermano y la madre tuvieron que insistir mucho para poder hacerlo dado que querían identificar el cuerpo que ahora estaba embalsamado. Porque siempre existe la ilusión de que todo haya sido una confusión.
Pero en este caso no la había.
La herida que produjo la pérdida continúa luego de ocho años. Yisel, la esposa de Marcelo, no accedió a ser entrevistada porque ella y sus hijos no están en condiciones de “remover todo esto de nuevo”. Frente a la pérdida todos tuvieron que recibir tratamiento psicológico y el padre de Marcelo toma medicación psiquiátrica hasta el día de hoy.
Sin embargo, el tema no está cerrado: la familia presentó una demanda civil contra el Ministerio de Defensa por mala praxis. ¿Qué fue lo que pasó durante ese tiempo en el Congo?
LA ODISEA. Marcelo se inscribió para irse al Congo porque quería construirse una casa y si servía en la Misión de Paz triplicaría su salario. Recibiría US$ 880 mensuales otorgados por las Naciones Unidas y además cobraba la mitad de su sueldo como soldado en Uruguay. En abril partió a África.
“Cuando salís de Misión de Paz indudablemente esperás que sea tranquila, pero nunca sabés lo que puede pasar porque, por ejemplo, hacíamos trayectos de 800 kilómetros entre las montañas del Congo”, recuerda Servando, que también estuvo en tres operativos en el exterior.
En este caso el peligro no se hizo presente a través de una bala o una herida, sino a partir de fiebre, vómitos, orina oscura y dolores en las extremidades. El joven soldado cayó enfermo en la base y lo comenzaron a tratar con dicloflex, diazepam e ibuprofeno. El 22 de diciembre, seis días antes de morir, decidieron trasladarlo al hospital de la ciudad de Goma porque el cuadro no mejoraba y le detectaron un leve tinte ictérico en la piel y en la mucosa.
Marcelo tenía un fuerte dolor de las vértebras dorsales desde hacía dos meses, que se había intensificado en la última semana, y además de los rayos-x decidieron hacerle un test rápido de malaria. Este dio positivo.
“Lo primero que debería haber hecho el médico del Ministerio de Defensa, que estaba en la base, cuando lo atendió por primera vez era un frotis antimalárico, pero no fue así y eso fue lo que produjo la muerte de Marcelo”, asegura su hermano. Él mismo contrajo malaria en 2004, así como muchos soldados que sirven en el Congo, y añade que si se detecta con tiempo en la mayoría de los casos se cura.
“A Marcelo no lo mató un disparo, sino un médico del Ministerio”, afirma su hermano sobre el final de la entrevista.