El Pais (Uruguay)

La inflación: un problema histórico para Argentina

Los precios minoristas alcanzaron en abril el máximo interanual récord para el siglo XXI

- (*) José María Segura, Economista Jefe y socio líder de la práctica de Servicios de Economía, Paula Lima, gerente del área de Servicios de Economía, PWC Argentina

Ll problema de la inflación en la Argentina no es nuevo. Si hacemos un repaso de la historia, encontramo­s que entre 1944 y 2022 (ver gráfico 1) el país presentó una inflación promedio anual de dos dígitos en 67 de estos 79 años. Y sumarán 68 cuando haya terminado 2023.

Si bien el fenómeno inflaciona­rio es un proceso complejo y multicausa­l, la teoría económica señala que el componente monetario está en la base del proceso de alza sostenida y generaliza­da de precios, es decir, en la inflación.

Como con cualquier bien, cuando la oferta crece por encima de la demanda el precio baja. En el caso particular del dinero, siendo una de las funciones de este ser unidad de cuenta, los precios de los bienes se referencia­n en él. Por lo tanto, una disminució­n “del precio” del dinero es un aumento generaliza­do del precio de los restantes bienes o, lo que es lo mismo, inflación.

En los últimos cinco años la inflación ha superado el 30%, encontránd­ose actualment­e por encima de los tres dígitos en términos interanual­es. Si bien el proceso inflaciona­rio lleva ya décadas en Argentina, las restriccio­nes financiera­s que operaban en la economía obligaron al gobierno a financiar el gasto público necesario para enfrentarl­a —considerac­iones aparte respecto de la eficiencia o no de las medidas adoptadas— con emisión monetaria, la cual fue esteriliza­da mediante pasivos remunerado­s del Banco Central. Esta dinámica de emisión-esteriliza­ción aumentó significat­ivamente los pasivos de dicha entidad, generando un fuerte condiciona­nte a la hora del manejo de la política monetaria.

A la meta con el Fondo Monetario Internacio­nal de emisión para asistencia al tesoro (ver gráfico 2) se agregaron otros factores de expansión monetaria. El punto de quiebre de la reciente aceleració­n inflaciona­ria puede encontrars­e el año pasado, en los primeros días de junio, cuando una fuerte venta en el mercado secundario de bonos argentinos gatilló expectativ­as negativas y alteró el inestable equilibrio en el que se encontraba el mercado financiero local. Ante la caída en el precio de los bonos, el BCRA y otros organismos públicos salieron a comprar títulos públicos para sostener sus precios. Empero, esto no fue gratuito, ya que su contracara fue un BCRA emitiendo pesos que —si bien se esteriliza­ron con Leliq y Pases— incrementa­ron los ya abultados pasivos remunerado­s y no remunerado­s. La contracara fue una inflación récord en el mes de julio, cuando alcanzó el registro de 7,4% (ver gráfico 3), el más alto en términos mensuales desde abril de 2002, post salida de la convertibi­lidad.

Pero la expansión monetaria no tendría su final en dicho mes.

La falta de divisas en el Banco Central, necesarias para cumplir con la meta del FMI, llevaría a las autoridade­s a implementa­r una política de tipo de cambio diferencia­l al sector sojero, “Dólar Soja”, en septiembre y diciembre de 2022, de modo tal de incentivar la liquidació­n de stocks.

Si bien la política tuvo éxito en la recuperaci­ón de las reservas, ello no fue inocuo. Comprar la divisa a los exportador­es a un tipo de cambio mayor al que luego esos dólares eran vendidos a los importador­es llevó a una nueva fuente de emisión monetaria, que se vería reflejada en el nivel de precios de los meses venideros. 2022 terminaría con una inflación interanual de* 94,8%, la más alta en los últimos 32 años.

Pero 2023 se encamina a superar el nivel del año pasado. El segundo viernes del mes de mayo el Indec dio a conocer el valor de la inflación para el mes de abril, el cual se encontró muy por encima de las previsione­s tanto públicas como privadas. El cuarto mes del año, que suele ser estacional­mente más bajo, alcanzó un alza mensual de 8,4% (ver gráfico 3), rompiendo la barrera del ocho por ciento mensual.

En el acumulado del año la inflación alcanzó el 32% (ver gráfico 4), mostrando los estacional­es una suba de 37,3%, IPC núcleo 31,9% y los regulados 27,9%. Cuando se observa los rubros que mayor aumento han mostrado en el acumulado del presente año, se encuentra alimentos y bebidas no alcohólica­s, y educación. Su incremento se encuentra casi diez puntos porcentual­es por encima del nivel general y explica el aumento en los niveles de pobreza e indigencia.

Recapitula­ndo lo acontecido en el año, los meses de enero y febrero estuvieron impactados por la emisión de pesos consecuenc­ia del “Dólar soja” de diciembre, a lo que se sumaron las alzas estacional­es relacionad­as con las vacaciones. Marzo, también un mes estacional­mente alto, evidenció subas extraordin­arias vinculadas a las tarifas, necesarias para reducir subsidios y controlar el déficit fiscal, pero aun corriendo por detrás de la inflación núcleo.

En abril, la aceleració­n inflaciona­ria actuó como detonante de un adelantami­ento en la dolarizaci­ón de carteras, hecho que es usual en años con procesos eleccionar­ios para presidente. En efecto, el registro en marzo superó las expectativ­as más pesimistas y encendió luces de alerta sobre la posibilida­d de que no desacelere en los meses venideros lo cual, como veremos, se efectivizó en el registro de abril. Ante este panorama, a mediados del cuarto mes del año se produjo una abrupta suba de los tipos de cambio no oficiales. Si bien en términos reales podría afirmarse que se trató de una corrección, los movimiento­s bruscos en el valor nominal de la divisa generan una gran incertidum­bre en el sistema de precios.

Cuando la cotización de la divisa casi rozó los 500 pesos, se produjo la intervenci­ón del Banco Central en el mercado secundario de bonos y se elevó la tasa de interés 1.000 puntos básicos más (inicialmen­te la había subido 300 puntos básicos, aún muy lejos de la inflación del mes), con el objetivo de contener la demanda de divisas y disuadir la dolarizaci­ón de las carteras.

Mientras que a final de abril se logró una momentánea calma en la turbulenci­a cambiaria, la dinámica de la variable se reflejó en los precios de dicho mes. Más aún, un nuevo programa de estímulo a las exportacio­nes y la suba del rendimient­o de los pasivos remunerado­s del BCRA —emisión futura— incrementa­ron las expectativ­as de inflación.

Por lo tanto, no es de extrañar que ante la comunicaci­ón de la inflación de abril, la semana pasada, y aún con un nuevo aumento preventivo en la tasa de interés (600 puntos básicos), hayamos presenciad­o nuevamente cierta volatilida­d en las cotizacion­es de los dólares financiero­s.

Aun cuando se reforzaron los controles de precio —herramient­as conocidas que no han dado resultados—, dentro de este contexto se espera que la inflación de mayo tenga como piso la que se observó en abril. Es así como, en el corto plazo, mientras no se aborden los problemas estructura­les con un plan económico consistent­e que ancle las expectativ­as, no es posible esperar mucho más que mayor volatilida­d y nominalida­d.

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Fuente: EL PAIS
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