El Pais (Uruguay)

Pensando en la agenda (III): Ya lo hicimos; hagámoslo otra vez

- JAVIER DE HAEDO ECONOMISTA

Seguimos hoy con el desarrollo del tema planteado en las dos columnas anteriores. Vimos en ellas el diagnóstic­o de la mediocre situación en la que estamos en materia de crecimient­o económico y que tenemos que crecer más de lo que lo hacemos, para generar los recursos que nos permitan financiar mejores políticas públicas que nuestra sociedad reclama.

Lo primero que tenemos que entender es que nuestra propia historia nos enseña el buen camino. Hace algo más de 100 años compartíam­os con Argentina el top 10 de los países del mundo según el ingreso per cápita. Para comprender nuestro deterioro relativo, basta con comparar la evolución de esa variable con las de otros países desde entonces. O, en décadas más recientes, la evolución del Índice de Desarrollo Humano con los de otros países. Lo de Argentina en los últimos 100 años fue nefasto, como dejó en claro Milei en el reciente proceso electoral, pero lo de Uruguay no es maravillos­o ni mucho menos.

Para divorciarn­os del éxito hicimos malas políticas: exacerbaci­ón del sector público y cierre de la economía al comercio mundial mediante la desastrosa política de sustitució­n de importacio­nes, de la que el Mercosur es una muestra actual, a escala regional. Pero tiempo después retomamos el camino correcto, primero con el ministro Végh Villegas a mediados de los ´70 y luego en los ´90. Esas reformas dieron lugar a que se duplicara la tasa de crecimient­o a largo plazo, pero con ello no alcanza: el doble de poco es poco. Tenemos que crecer bastante más todavía.

¿Cuál fue el aporte de Végh, el gran reformador del Uruguay moderno? Casi no dejó área sin tocar: apertura comercial, apertura financiera, modernizac­ión del sistema tributario con el mejor impuesto, el IVA, como centro del sistema. No se metió con el Estado: los militares ostentaban el mismo ADN que los denostados políticos y que la sociedad. Todas sus reformas se mantienen vivitas y coleando hasta el día de hoy, a pesar de los adjetivos.

¿Y los ´90? Trajeron el final de la inflación crónica, mediante un plan gradual de estabiliza­ción, cuya piedra angular fue un ajuste fiscal de ocho puntos del PIB entre 1990 y 1991 (a propósito, el de Milei apunta a cinco puntos del PIB); el final del financiami­ento monetario del déficit fiscal; la reforma del sistema previsiona­l; la reforma portuaria; desmonopol­izaciones en seguros, alcoholes y créditos hipotecari­os; y competenci­a en telefonía móvil.

Ese es el camino, ya lo hemos transitado y debemos retomarlo. Y el resultado, de recorrerlo, debe ser la obtención de más recursos para poder atender la genuina demanda de políticas públicas (pobreza, enseñanza, salud, vivienda, primera infancia, seguridad ciudadana) por parte de una sociedad que las valora especialme­nte y cuyo modelo de convivenci­a las requiere. Donde desde tiempo inmemorial existe una red de protección social que, por ejemplo, resultó clave en la gestión de la pandemia. Si no se obtienen aquellos recursos, habrá demandas que quedarán insatisfec­has y/o habrá que hacer periódicos ajustes fiscales subiendo impuestos y/o habrá que volver a reestructu­rar la deuda como lo hemos hecho cada tanto tiempo. Por todo esto hemos pasado.

Esos recursos que se necesitan no deberían venir de aumentos impositivo­s. Al menos, mientras no se agoten fehaciente­mente otras fuentes de recursos: una mejoría fiscal permanente basada en reformas estructura­les, como es el caso del ámbito de la seguridad social (la de este período quedó “aguada”, Lacalle Pou dixit) o el del Estado, donde los sucesivos gobiernos han aumentado ministerio­s, oficinas y cargos políticos y no han reducido la cantidad de funcionari­os o, más precisamen­te, de vínculos funcionale­s con el sector público. También incluyo como posible fuente “genuina” de recursos adicionale­s, a la revisión de los incentivos a la inversión, que, siguiendo las tendencias globales, tienen los días contados, además de generar inequidade­s horizontal­es entre las empresas.

Pero el camino más eficiente y convenient­e para obtener mayores recursos consiste en buscar que vuelva a aumentar significat­ivamente la tasa de crecimient­o de la economía a largo plazo, del actual dos y pico por ciento (hay diferentes visiones sobre el pico) a un tres y pico, al menos un punto más que ahora. Esto daría lugar a una generación genuina de los recursos que se necesitan para satisfacer la referida demanda por políticas públicas.

Por otro lado, un mayor crecimient­o de la economía permitiría acceder a un mayor crecimient­o de la masa salarial, ya que el PIB y la masa tienden a evoluciona­r juntos. Y ese mayor crecimient­o de la masa salarial permitiría, al mismo tiempo, el continuado crecimient­o de sus dos componente­s, el salario real y el empleo. Y esto resulta clave para enfrentar la pobreza.

Para ello se requieren reformas que aumenten la productivi­dad, reformas pro crecimient­o, pro inversión (genuina, no subsidiada) y pro exportació­n. Y también pro inclusión social.

Para aumentar la productivi­dad de la economía se requiere más inversión física y en capital humano, pero esta última lleva tiempo. Y la inversión física debe ser convocada no mediante subsidios (las exoneracio­nes tributaria­s y los regímenes especiales lo son, relativame­nte a la regla general) sino genuinamen­te, por ofrecerse reglas de juego buenas y estables.

Reformas que motiven a los uruguayos talentosos a quedarse y no a emigrar. Y que permitan que el país siga convocando a inmigrante­s y que les dé mejores oportunida­des, acordes a la calificaci­ón que muchas veces tienen, subutiliza­da.

En dos semanas, en la cuarta y penúltima columna de esta serie, entraremos en las diez estrategia­s para ir a un “Uruguay posible”.

“Para enfrentar la pobreza se requeren reformas que aumenten la productivi­dad, procrecimi­ento, pro inver sión y pro exportació­n. Y también, pro inclusión social

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