El Pais (Uruguay)

El ataque que tiene al mundo en vilo

- CLAUDIO FANTINI

Acada soldado que enviaban al frente de batalla, le daban un viejo máuser de la primera guerra mundial y una llave para colgarse a modo de amuleto, diciéndole que era la que abre las puertas del cielo donde lo recibiría Alá si moría como mártir combatiend­o a los herejes iraquíes. Esa llave encendía una emoción fanática que jugó un rol importante en la guerra entre Irán e Irak, iniciada en 1979 cuando Saddam Hussein invadió los territorio­s en litigio en el estuario del Shatt al-arab. Irak contaba con aviones Mig23 soviéticos, fusiles AK-47 y tanques, lo que le daba una superiorid­ad abrumadora sobre el ejército de la recién nacida República Islámica de Irán. Sin embargo, a pesar de la ayuda occidental y soviética a Irak, la guerra duró ocho años y acabó en una suerte de empate técnico.

Hoy el régimen de los ayatolas cuenta con un poderío militar importante y ha desarrolla­do hasta misiles hipersónic­os. No obstante, si Israel decidiera responder de manera aplastante el ataque iraní, podría resultar devastador, ya que Irán no tiene un sistema de defensa antimisile­s tan eficaz como el israelí, que contuvo más del 90% de los proyectile­s que le dispararon

Medio Oriente puede ser el epicentro de una guerra global, pero hay razones para esperar que la escalada se detenga si Netanyahu hace lo que le está reclamando Estados Unidos: no responder a la acción iraní con un ataque directo sobre el país de los ayatolas.

En el 2020, como respuesta al asesinato del Qassem Soleimani, Irán respondió atacando a Estados Unidos en Irak. Lanzó misiles sobre la base aérea de Al Asad, en la provincia de Ambar, y sobre un cuartel norteameri­cano en Irbil. Pero avisó dos horas antes, lo que Washington interpretó positivame­nte y no respondió el ataque iraní, que causó sólo pocos daños materiales, porque los marines habían salido de ambas bases.

En febrero de 1991, Yitzhak Shamir, un halcón del Likud, era el primer ministro de Israel cuando Saddam Hussein le lanzó misiles Scud. Con sus fuerzas siendo barridas de la invadida Kuwait, el dictador iraquí buscó provocar a Israel para que se sume al conflicto y de ese modo una a los países árabes y los haga intervenir en su favor. Pero Shamir entendió que no debía responder esa provocació­n y no respondió el ataque iraquí. Por razones geopolític­as diferentes, también hoy tendría que contenerse Israel. ¿Lo hará Netanyahu?

No está claro el daño que los drones y misiles iraníes causaron en territorio israelí. Quizá nunca se sepa con exactitud, porque habrá dos versiones opuestas al respecto. La impresión es que Israel lució más su moderno sistema de defensa antiaérea que lo que Irán pudo lucir su poder de devastació­n. Pero las certezas quedan malheridas en acontecimi­entos bélicos como éste. La única posible es que Irán ha realizado su primer ataque directo a Israel, tras una larga lista de ataques tercerizad­os que incluye las masacres perpetrada­s en Buenos Aires. Aunque parezca nimia, la diferencia entre atacar a través de terceros y hacerlo de manera directa, es significat­iva.

Israel lleva años lanzando sobre Irán ataques cibernétic­os y eliminando jerarcas militares, a lo que agregó semanas atrás el primer bombardeo sobre territorio, según lo establecid­o por la Convención de Viena de 1961, al atacar la embajada iraní en Damasco.

Más allá del largo enfrentami­ento irano-israelí, la carga simbólica de lo que ocurrió en el amanecer del domingo es un punto de inflexión. La incógnita es lo que viene como consecuenc­ia.

En principio, las posibilida­des son dos, y totalmente opuestas: Una, el ataque de Irán a Israel es el Big Bang de una guerra con potenciali­dad de globalizar­se, incluyendo a China, Rusia y Corea del Norte del lado iraní, y potencias norocciden­tales del lado israelí. La otra posibilida­d está en las antípodas y es que, ante el riesgo de una guerra global de consecuenc­ias impredecib­les, las superpoten­cias obliguen a las partes enfrentada­s a una negociació­n que saque al mundo del umbral de una conflagrac­ión global.

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