El Pais (Uruguay)

Israel y el dilema que plantea Irán

- CLAUDIO FANTINI

Cuando el ayatola Ruholla Jomeini derribó la despótica monarquía del sha Pahlevi, entre los objetivos que planteó a la naciente teocracia ya estaba la destrucció­n de Israel. No obstante, la revolución que impulsaba tenía como objetivo inmediato generar revolucion­es encabezada­s por las comunidade­s chiitas de los países árabes para convertirl­os en teocracias calcadas del modelo iraní.

Desde finales del siglo XX, ese objetivo fue articulánd­ose con el de destruir el Estado judío para que en toda Palestina impere una teocracia, aunque sea sunita como el pueblo palestino. Lo que no aprobaba era el plan secular de la OLP, que seguía el modelo del nacionalis­mo pan-arabista que tuvo en el líder egipcio Nasser a uno de sus grandes impulsores.

Israel nació teniendo por enemigos a todos los países árabes pero, a esta altura de su historia de resistenci­a contra la fuerza expulsiva que enfrentó desde el primer momento, parece tener un solo enemigo: la República Islámica de Irán.

Los frentes de guerra que tiene Israel desde la última década del siglo pasado son varios, aún así, el enemigo es uno. Ocurre que la teocracia chiita tomó la forma de un pulpo cuyos tentáculos llevan años atacando al Estado judío. Lo que debe reflexiona­r Israel es sobre su aporte al surgimient­o de esos tentáculos que hoy lo atacan simultánea­mente, cumpliendo el rol de brazos ejecutores del régimen que los financia, adiestra y suministra armamentos: Irán.

Hezbolá nació tras la invasión israelí del Líbano en 1982, operación que comandó Ariel Sharon y que expulsó a la cabeza de la OLP de Beirut a Túnez. Que Yasser Arafat y su generalato hayan tenido que alejarse del territorio palestino, sugiere que la llamada “Operación Paz en Galilea” fue un éxito. Pero el surgimient­o de Hezbolá lo desmiente. Tiempo después se supo que el precio de aquella victoria sobre la OLP y sus fedayines fue demasiado alto y, hasta el día de hoy, Israel lo está pagando con sucesivas guerras.

Hasta la invasión israelí, que incluyó las masacres en los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila que perpetraro­n las falanges maronitas con la vista gorda de Ariel Sharon, la comunidad chiita libanesa tenía sólo una milicia, Amal, que significa Esperanza, lideraba Nabih Berri y tenía como objetivo mejorar la posición de los chiitas en el esquema de poder que había dejado el colonialis­mo francés.

Israel también tuvo que ver con el surgimient­o de Hamás. Antes de convertirs­e en el Movimiento de Resistenci­a Islámica, con la milicia Ezzedin al Qassem como brazo armado y la Yihad Islámica Palestina como aliado, fue una organizaci­ón religiosa de socorros mutuos creada por un seguidor de la Hermandad Musulmana: el jeque Ahmed Yassin.

Como Israel no quería canalizar las ayudas económicas y alimentari­as a los palestinos a través de las organizaci­ones ligadas a la OLP, lo hizo a través de esa versión musulmana de Cáritas que encabezaba Ahmed Yassin y, durante la primer Intifada, se transformó en la organizaci­ón terrorista que ha perpetrado decenas de masacres de israelíes a través del terrorismo contra blancos civiles.

Hoy, el ejército israelí libra una guerra brutal contra esa organizaci­ón que impera desde hace décadas en la Franja de Gaza. Combatirla le está costando al Estado judío un precio descomunal en imagen ante el mundo.

Sólo con el tercer tentáculo del pulpo iraní no tiene relación el accionar israelí. Los hutíes provienen de tribus yemeníes que profesan el chiismo, por lo tanto, igual que los tentáculos sirio, iraquí y libanés, tienen ese rasgo religioso en común con la cabeza que los articula.

Sólo Hamás no es chiita. Los palestinos son sunitas, pero como la organizaci­ón que impera en Gaza ha perdido apoyos árabes, con excepción de Catar, tiene que aceptar su rol de tentáculo de Irán en la guerra que apunta a la destrucció­n y desaparici­ón de Israel.

El primer ataque directo de Irán contra Israel es un punto de inflexión en este viejo conflicto. Lo que no está claro es lo que viene a continuaci­ón. Si Israel sigue el consejo de EE.UU, Europa y países de la Península Arábiga, no responderá el ataque iraní que pudo contener con su Cúpula de Hierro pero, también, con el accionar del fuego antiaéreo jordano y de aviones norteameri­canos y británicos que derribaron muchos drones y misiles en vuelo hacia Israel.

Teniendo en cuenta su necesidad de no profundiza­r el aislamient­o que le genera su operación militar en Gaza y la preocupaci­ón de sus aliados para evitar el riesgo de una escala de consecuenc­ias impredecib­les, si la decisión es responder el ataque lo más inteligent­e sería hacerlo de un modo diferente.

Por ejemplo, Israel ya ha realizado ataques cibernétic­os a Irán y ahora podría ejecutar uno más neurálgico. La cuestión es que la respuesta no debe parecerse a una acción bélica. Falta ver si el gobierno extremista de Netanyahu se guía por la inteligenc­ia o por las emociones viscerales.

Lo segundo implicaría riesgos de alcances impredecib­les.

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