El Pais (Uruguay)

INVISIBLE EN LA CIUDAD

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—Claaaaro.

—¿No sentís miedo de caer preso un día?

—No, con miedo no se trabaja. A veces entra un pibe nuevo y yo lo veo inseguro, lo agarro y le digo: si tenés miedo vas a hacer cagadas. Lo mejor es que te retires porque el miedo, en la calle, se ve.

—¿Y cómo se lo toman?

—Y... no te dicen nada porque ahora todos quieren ser valientes, todos creen que eso es algo enaltecedo­r. Para mí, más valiente es el que roba un blindado, o el que asalta bancos. Hay que tener muchos huevos para agarrar el fusil y entrar en una sucursal. Esto, en cambio, es algo de maricones. Agarrás esto (nuevamente toma el servillete­ro, lo alza, lo vuelve a dejar donde estaba), lo tenés ahí escondido un rato y lo llevás a otro lugar. Es una boludez, ¿me entendés?

—¿Cómo son los pibes que trabajan con vos?

—Yo los cuido, les doy las cosas, pero ellos no quieren crecer. El Rana es mi mano derecha. Un pibe al que todas las semanas le llevo, todas las semanas me rinde. El otro día voy a buscar la plata y me dice: “Te tengo que decir algo, me gasté toda la plata en el casino”. Entonces resulta que ahora El Rana me debe 6.000 dólares.

—¿Qué?

—Ta bien, me va a pagar, la va a volver a hacer, pero al final nunca arranca. Son pibes que la ganan para gastarla, y para mostrar cómo la gastan. No ahorran, no crecen. Han perdido el sentido común. Yo no te digo que tenga la picardía de gangster: sentido común, les pido.

—¿Qué sería el sentido común en este negocio?

—Vos tenés que saber que siempre puede pasar algo. Te roban, se pierde, te agarra la policía. Diez mil cosas pueden pasar. Mínimament­e, tené un auto, buscate un respaldo. El auto sale 15 lucas, sale 10, sale 9, a vos te pasó algo y entregás el autito. Hay pibes que andan con cinco paquetes… ¡cinco paquetes son 30.000 dólares! ¿Y qué tenés si te llega a pasar algo? Laburan sin red, las cosas salen mal y después vienen los muertos.

—¿Por qué decís que los pibes se mueven sin red?

—Porque no les interesa el negocio, les interesa el cartel. Siempre están haciéndose un tatuaje nuevo, o comprándos­e una cadena de oro más gruesa que la que ya tenían. Si el negocio te pide discreción y vos hacés todo lo contrario, vos faroleás, y bueno, entonces no es el negocio lo que te importa.

—Pero esos pibes sí usan lo que venden, Nicolás. ¿Podés venderla si la tomás?

—Yo creo que no. Los número uno que yo conozco, ninguno la usa. Los bolivianos son borrachos, pero está perfecto porque ellos no venden alcohol. Y los paraguayos tampoco. Yo he viajado a Itapúa y no ves a ninguno consumiend­o.

“INTOCABLES” Y “SOBERBIOS”. ¿Por qué “reventó” en Rosario y no en Córdoba o en Buenos Aires? Dice Nicolás: —Porque acá en Rosario se trabajó mucho tiempo con el poder político y con la policía, y se perdió el respeto. El policía te quiere detener y vos lo mirás a él como diciendo: qué hacés, si yo te estoy pagando. Yo le pago a tu jefe. El narco de esta generación se siente intocable y es soberbio.

—¿Cómo era el de las generacion­es anteriores?

—Antes, cuando uno de los nuestros hacía algo indebido, los jefes lo agarraban, lo cargaban en una chata, lo cortaban en pedacitos y lo tiraban. Y como el resto veía eso, se cuidaban.

—¿Pero no es más así?

—No, acá el caco se volvió muy arrogante. Vos me preguntás ¿por qué en Rosario? Y porque acá no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. En otras provincias tienen más criterio. Dicen: “no, ¿sabés qué? Eso no nos va a servir, ni a vos ni a mí. Porque nos vamos a terminar matando. Vos me vas a matar a mí, yo te voy a matar a vos. No lo hagamos, paremos acá”. No es un problema de drogas esto. Es un problema de marginalid­ad.

—El narcotráfi­co produce muertes, no solo en Rosario, en todo el mundo. ¿Cómo sería un tema de marginalid­ad?

—El caco, el villero de ahora, es distinto a nosotros. Son malos. Son sádicos. Vos dale esta cosa (una vez más, toma el rectángulo de las servilleta­s, lo levanta y lo coloca otra vez sobre la mesa) y es peor. Vos fijate en Crónica TV. A la gente normal que le matan un hijo, no puede ni hablar. Al caco le matan un hijo y no llora. Dice “lo vamo’ a ir a matar a este, al otro”, busca venganza. La gente normal lo entierra, se queda en su casa, no se recupera nunca más. Ellos entran a los tiros.

—Hoy despliegan fuerzas de seguridad para combatir el narcotráfi­co. Y difundiero­n imágenes “estilo Bukele” con requisas a presos.

—Yo, conociéndo­los a los muchachos como los conozco, cuando vi la foto que el gobierno salió a exhibir de la cárcel, dije: los pincharon y estos ahora van a saltar. Y saltaron.

—¿Cómo que los pincharon?

—Claro, los pincharon para que la repartan, para decirles: acá mordemos todos o esto termina así.

—¿Te sorprendió la fuerza con la que saltaron, esto de ir y matar un playero así, pum, de una?

—Sí, sí. Eso es perder todos los códigos. Arreglate con el que tiene el problema con vos, pero eso es romper la última barrera que quedaba, que es meterse con la gente. Eso, no. Hay un antes y un después, de esto que pasó.

—¿Quién mató al playero?

—Se dice que Los Menores, la banda de Empalme Villa Constituci­ón.

—¿Cómo está distribuid­o el negocio hoy en Rosario?

—Setenta por ciento Los Monos y treinta el Esteban.

—¿El Esteban?

—Alvarado, Esteban Alvarado. Los demás no existen. Hay miles de bandas, pero son chiquitas. “ESTAR EN ROJO”. A los 22 años, Nicolás se puso de novio con una chica judía. Estuvo a nada de irse con ella a vivir a un kibutz de Tel Aviv. Ella fue, pero él al final no la siguió. Todavía vivía en el centro, pero de golpe se encontró soltero y encaró para la villa. Fue su primer contacto con el mundo marginal. Antes de traficar cocaína, lo intentó con marihuana, pero fracasó. Dice que solo sus jefes ganaban dinero. Que él se movía y se movía, pero no hacía márgenes significat­ivos. Lo dejó y volvió a la herrería.

Y ahí empezó a hundirse nuevamente en los problemas económicos hasta que compró ese primer gramo y medio. Dice que, si las autoridade­s de verdad quisieran terminar con el narcotráfi­co, en una semana lo terminan.

—¿Una semana? ¿Cómo lo harían tan rápido?

—Usando lo poco que tienen, que es la policía. Ellos saben quiénes somos y dónde estamos, eh. Saben quiénes son los proveedore­s. Estamos todos, en esa lista. Y esa lista existe.

—¿Quién la tiene?

—Inteligenc­ia de Gendarmerí­a. Pero nadie quiere terminar con esto, realmente. La sociedad está diagramada para que este negocio continúe. Como negocio, es insuperabl­e.

—¿Cómo es un día tuyo?

—Yo soy un enfermo de mis propios protocolos. Si tengo que levantar un pedido, primero miro sin mover la cabeza. Muevo los ojos, no el cuello. Después doy veinte vueltas, me meto en un garage con otros 200 autos, espero dos horas y vuelvo a salir tranquilo. O sea, yo me tomo el trabajo.

—¿Qué hacés cuando lo levantaste?

—Hay que estar en rojo, como lo llamo yo, el menor tiempo posible.

—¿Qué es estar en rojo?

—Estar con el paquete encima. Si te pillan justo ahí…

—Ahí caíste.

—Sí, igual… arreglás. O tenés un buen abogado. Pero lo aconsejabl­e es que, entre que recibo “esto” y lo suelto, pase el menor tiempo posible.

—¿No todos cuidan eso?

—Algunos, para nada. El otro día M (dice eme, la letra eme, literalmen­te) estaba esperando veinte paquetitos, de un peruano. Y el tipo no llegaba. M lo llamó. El tipo le dijo que llegó hace rato, pero que se peleó con la mujer porque no lo dejaba salir y que recién había llegado de capital y no sé qué. Que tenía las cosas en el auto, le dijo. ¡En el auto! Y que había dejado el auto en una esquina. El auto en una esquina jamás, siempre a mitad de cuadra, porque a mitad de cuadra te lo mira uno o dos que pasan y en una esquina te lo ve todo el mundo.

—¿Qué hizo M?

—Podés creer que se pidió un taxi, un viernes, a las doce de la noche. Las cosas ni siquiera estaban encaletada­s.

—¿Qué significa eso?

—Los autos tienen compartime­ntos, para esconder el bulto. Este había dejado todo ahí abajo, como quien se deja la campera. Y M se volvió con todo encima en otro taxi. Así no se hacen las cosas.

—¿Cómo se hacen?

—El caco se cree que la noche lo oculta y es peor. Vos tenés que hacer el viaje a las dos de la tarde, entre la gente. Si vas a salir a la ruta, aprovechar cuando hace mucho calor para que los perros de la policía estén bien cagados de sed y no huelan nada. Tuve un cliente que entrenaba perros y me enseñó cómo desorienta­r al animal. No hay en la Argentina una persona que entrene bien a los perros. El perro detector argentino no sirve. Hay un solo tipo, en Salta, casi en la frontera, que ese sí los entrena bien.

—¿Qué otras cosas son claves para llevar droga por la ruta?

—Saber sostener una mirada. Tengo un amigo gendarme que te mira y sabe. El tipo te para en la ruta, te miró, vos le pestañás o corriste los ojos para un costado, listo, te baja del auto.

—¿Se practica esa mirada?

—Yo les enseño a los pibes, se tienen que convencer en su mente de que viajan sin carga. Se tienen que creer la mentira para que no se les vea en los ojos.

—¿Tenés hijos?

—Sí.

—¿Saben lo que hacés?

—No, pero los grandes ya sospechan.

—¿Qué pasa si siguen tu camino?

—No, no quiero. Yo les digo que tienen que ser gente normal. Vos me preguntaba­s si tengo remordimie­nto. Y no, porque yo no soy normal. Yo soy delincuent­e.

Yo soy un enfermo de mis propios protocolos. Si tengo que levantar un pedido, doy veinte vueltas, me meto en un garage con otros 200 autos, espero dos horas y salgo”

Nicolás, un narcotrafi­cante de Rosario, Argentina

“Hoy se perdieron todos los códigos; los narcos de esta generación se sienten intocables y son soberbios”.

 ?? ?? EN CRISIS. La violencia de los narcos paralizó a Rosario en marzo: la ciudad tiene las tasas más altas de homicidios del país vecino, según los datos oficiales.
EN CRISIS. La violencia de los narcos paralizó a Rosario en marzo: la ciudad tiene las tasas más altas de homicidios del país vecino, según los datos oficiales.

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