Dos rumbos
Nicolás Etcheverry Estrázulas | Montevideo
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Somos seres que nos acostumbramos a todo y esto es algo que nadie ya discute. El problema es que podemos acostumbrarnos a lo bueno o a lo malo. Llega un momento en que resulta no ya conveniente, sino imprescindible acostumbrarnos a lo positivo y mejor.
Como soñar todavía es gratis, porque no nos cobran impuestos ni tasas, soñemos un poco e imaginemos lo siguiente: terminó la costumbre de soportar los olores nauseabundos que salen de contenedores que quedan días sin limpiarse y son fuente de atracción de insectos y roedores de todo tipo y tamaño.
Tomamos el camino de no tirar más papeles, latas y otros objetos en cualquier lugar, sean veredas, rutas, playas o espacios verdes y a guardarlos en una bolsa hasta encontrar el recipiente adecuado para hacerlo. Y mejoramos la clasificación de nuestra basura con instrumentos y medidas adecuadas.
No nos resignamos más a tropezarnos y caer en las calles, a veces con lesiones o fracturas graves, por el mal estado de las veredas, las baldosas desniveladas y rotas o por los pozos o los excrementos que nos obligan a tener que caminar siempre mirando hacia abajo.
Cambiamos de rumbo; no tenemos que seguir soportando los ruidos molestos que generan las motos o los automóviles que tienen sus caños de escape en mal estado y que especialmente en los semáforos se preparan para arrancar a toda velocidad y estruendo porque sus conductores se consideran poderosos e impunes a cualquier sanción.
No aceptamos más que el sentido estético de la ciudad se vea cada vez más atacado y destrozado en las paredes, en los muros y monumentos públicos porque a un grupo de personas se les ocurre pintarrajearlos o colocar grafitis de todo tipo y consigna. No le seguimos rindiendo culto a la fealdad, la mugre y a la indiferencia. Conseguimos que las intendencias estimulen a los ciudadanos con la limpieza y pintura de sus fachadas y la reparación de sus propias veredas con exoneración de impuestos en la compra de los materiales necesarios para hacerlo, por ejemplo, con deducción del IVA durante x meses.
Podemos volver a hablar y discutir de fútbol y política con tolerancia y respeto en cualquier sitio, incluidas las canchas, sin insultos y sin vernos como enemigos acérrimos que se deben destruir, porque un pequeño grupo de inadaptados y resentidos lo siguen haciendo. Tomamos la senda de reducir la violencia en todos los ámbitos de nuestra convivencia diaria, sobre todo contra los más inocentes e indefensos.
Ya que existe tanto interés en recaudar, imaginemos que se hace a partir de ahora con políticas y medidas que sirven no para reprimir y hacer caja simplemente, sino para encauzar y lograr una mayor conciencia ciudadana que cuide y promocione el bien común.
Se supone que todos estos caminos se vinculan con la educación cívica y ética de un país. No deja de ser irónico y contradictorio que, mientras plataformas como Uber, Netflix y Mercado Libre incentivan la calificación y evaluación de los usuarios que utilizan sus servicios, tanto en calidad de compradores o vendedores, en nuestros sistemas educativos se maneje la posibilidad de eliminar las evaluaciones, las pruebas y los exámenes. La consigna no debería ser bajar los listones y exigir cada vez menos, para dejar a todos más igualadamente indiferentes e ignorantes, pero eso sí, por corto tiempo, contentos y satisfechos.
En vez de forjar esos sueños, podemos seguir acostumbrándonos al rumbo de la suciedad, los malos olores, los ruidos molestos, los destrozos y la violencia con fría indiferencia. Podemos seguir resignados ante el insulto, la mediocridad y la chatura. Entonces continuaremos festejando la profundidad, el deterioro y el atraso de nuestra cultura. Una sola cosa es segura: somos los dueños y guías de nuestro propio destino.