El Pais (Uruguay)

Guitarrist­a que se sumerge en la milonga del recuerdo

- RODRIGO GUERRA HILARIO PÉREZ

Hilario Pérez ya repasó sus anécdotas con leyendas como Alfredo Zitarrosa, Amalia de la Vega, Alberto Mastra y Chabuca Granda. Ya tocó varias milongas en el patio de su casa de Brazo Oriental, y hasta desempolvó una foto que le sacaron en 1938, cuando tenía dos años. De repente hace una pausa en su relato. “¿Sabés qué pasa?”, dice mientras se acomoda los lentes. “Vos tenés que estar siempre seguro de lo que hacés. Aunque te parezca que no, acordate de tus viejos y tus abuelos y dale pa’ delante. No vaciles”. Luego sonríe.

Pérez, de 88 años, da como ejemplo la primera vez que tuvo que hablar en público en uno de sus recitales. Era 1976 y estaba a punto de actuar en el Festival de Folclore de Durazno con su conjunto de guitarras. “‘¿Y ahora qué hago?’, pensé. Fue una fracción de segundo, hasta que miré al cielo y vi un lucero, así que dije: ‘En ese lucero que están viendo ahora está la mirada buena de don Julio Martínez Oyanguren, que nos dice: ¡Adelante muchachos que estoy con ustedes!’”, relata. “Ahí bajé la guitarra, la gente me aplaudió y arranqué”. Al día siguiente recibió el Charrúa de Oro.

El músico lleva tantos años dedicados a su instrument­o y a los escenarios, que dice conocer el secreto de cómo selecciona­r el repertorio ideal para cada momento. “Subo al escenario, miro a la gente y me doy cuenta de qué tengo que tocar. La gente me lo pide sin hablar: me lo demuestra por cómo está sentada, si uno se acomoda la garganta o si te aplauden como expresión de afecto o no”, asegura. “Y en ese momento no te puedo explicar lo que vivo porque es algo que se siente; te metés adentro de la guitarra, empujás lo que sentís y que Dios te ayude”.

Esa entrega se percibe en piezas de su discografí­a como Manos brujas y Las guitarras de Gardel, y están bien presentes en los clásicos que grabó junto a Alfredo Zitarrosa. Al respecto de su relación con el cantor de voz profunda, Pérez se ríe cuando recuerda la primera vez que lo escuchó. Luis Américo Rodríguez Roque, director del ya extinto sello Tonal, le llevó un grabador Geloso y le aseguró que estaba a punto de oír “la voz del futuro”.

“Cuando empezó la grabación se escuchaba un ‘hum, jum, jo’”, relata mientras imita un canto quejoso y oscuro. “¡Esto es un tropero con guitarra! ¡No me jodas!”, le respondió, tajante a Rodríguez Roque. Pero él estaba tan convencido del potencial de Zitarrosa, que le insistió al guitarrist­a para que lo acompañara. “Si es por contrato sí, pero que me guste es otra cosa”, alegó. Su concepto sobre el talento de Zitarrosa fue cambiando durante sus primeros ensayos con el cantor, en quien descubrió una prometedor­a veta de intérprete y un enorme talento como escritor.

Pérez fue parte de discos que hoy son emblema de la música uruguaya. La lista incluye a Canta Zitarrosa, de 1966, con la icónica introducci­ón de “Milonga para una niña” creada por el guitarrist­a; Del amor herido, de 1967, que tiene los clásicos “Pa’l que se va” y “Milonga de ojos dorados”; y el excelente Coplas del canto, de 1971, grabado en Buenos Aires.

En ese álbum, donde Pérez dirige al trío de guitarrist­as que completan Julio Cobelli y Walter de los Santos, destaca “Dulce Juanita”, una de las canciones más desgarrado­ras de la obra de Alfredo. La escribió tras la muerte de su canarita (“Tierna pajarita, ¿cómo pudo caberte en el cuerpecito toda la muerte?”, se lamenta) y nunca más la cantó. “Yo grabé mi guitarra, y salí. Luego le acomodaron el atril, y mientras Alfredo cantaba las lágrimas le caían sobre el papel”, relata sobre esa joya que se grabó casi en penumbras porque Zitarrosa había pedido que bajaran las luces del estudio.

Pérez, que en una de las paredes de su living tiene enmarcada una foto en blanco y negro donde acompaña a Zitarrosa en una de sus actuacione­s, tiene cientos de historias con el artista con el que trabajó, con intervalos, hasta 1971. Varias de ellas las cuenta en Verdades a dos bocas, la imprescind­ible biografía escrita por Ricardo Cozzano Ferreira y Guillermo Silva Grucci, pero en esta entrevista prefiere esquivarla­s. “Era un tipo muy bueno, pero tenía mucho carácter; era neurasténi­co”, asegura. “Nos hicimos amigos, pero no podíamos estar juntos”.

Es por eso que cuando se le pregunta algún recuerdo de la grabación de Canta Zitarrosa, dice al pasar que el álbum se grabó en dos sesiones y enseguida cambia de tema.

La colección de fotos y recortes de prensa que llenan la mesa de su living son los disparador­es que necesita. “¿Este quién es?”, pregunta, con una sonrisa orgullosa, mientras me extiende una foto junto a Obdulio Varela. La instantáne­a fue tomada en 1983 en el cumpleaños número 66 del capitán más icónico de la selección uruguaya.

En la instantáne­a, Varela está rodeado por Pérez y el también guitarrist­a Ledo Urrutia, y se lo ve en un rol desconocid­o. “Está cantando ‘Mareo’, de Elías Regules”, cuenta y agrega que ese momento está grabado y es parte del CD de 27 canciones que acompaña a Verdades a dos bocas. “Yo sentía que cuando cantaba se ahogaba, entonces cuando terminamos de tocar le pregunté a la esposa si le pasaba algo. ¿Sabés lo que me dijo? Que él estaba emocionado porque lo acompañaba yo. ¿Cómo te podés sentir cuando te enterás de que el Negro Jefe es hincha tuyo? Es increíble”, dice.

El artista, que también acompañó a Charlo y a Edmundo Rivero, se detiene en el álbum Manos brujas, que grabó en 1976 con su conjunto de guitarras. Allí destacan sus versiones del Himno Nacional y de “Mi bandera” adaptadas para un cuarteto de guitarras. No solo fue un Disco de Oro, sino que fue el único Disco Rosa de la historia de la música uruguaya. “Lo tengo acá”, dice mientras señala el reconocimi­ento en su pared. Es un simple de 33 revolucion­es de color rosa en el que se apoya una mano dorada que, justamente, sostiene una rosa dorada. “Hilario Pérez Mallarini Produccion­es, 1976”, se anuncia. Es, junto al Charrúa de Oro que recibió ese mismo año en Durazno, uno de los tesoros de su colección.

Las paredes de su living apenas tienen espacios vacíos. Allí se exhiben varios de los reconocimi­entos de casi 75 años de carrera. Hay otro Disco de Oro por las ventas de los dos volúmenes de Las guitarras de Gardel, uno de los proyectos insignia de su discografí­a; una piedra tallada por Osiris Rodríguez Castillos y fotos de actuacione­s; y placas por distintos aniversari­os en su trayectori­a. “En sus bodas de diamante al servicio de la música uruguaya”, celebra una de 2005.

—Luego de tantos años acompañand­o a figuras, ¿cuál es la lección más importante que aprendió?

— Yo tengo una costumbre de acompañar al cantante y no molestarlo. No hay que apabullarl­o, vos tenés que darle lo que precisa porque la figura es el cantor.

—¿Cómo definiría el rol de la guitarra en su vida?

—Ya es parte de mí. Mi casa, mis hijos, mi mujer y la guitarra son lo más importante. Con el instrument­o parece que uno está por llegar, pero siempre queda algo por descubrir.

El músico de 88 años acompañó a Alfredo Zitarrosa, grabó el Himno en guitarras y tocó en discos clave.

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ENCUENTROS. El guitarrist­a acompañó a Obdulio Varela y a Alfredo Zitarrosa.
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