El Pais (Uruguay)

La risa como refugio y éxito VERÓNICA LLINÁS

La actriz repasa su carrera, habla del humor, Gasalla y la obra que la trae a Montevideo

- NICOLÁS LAUBER

Como una vía de escape a esa timidez y vergüenza que sentía de niña, como una forma de salir del paso ante cualquier situación, Verónica Llinás, apelaba al humor, aunque dice que nunca se sintió la graciosa de la fiesta.

“De chica se hacían desfiles de disfraces en el club hípico donde iba. Creo que me habían alquilado un disfraz de conejo medio pedorro con un pompón en la cola, y era un infierno pasar por la pasarela. Se ve que lo hice tan rápido que el pompón fue rebotando, y todo el mundo se empezó a reír. Saqué el segundo premio. Poco a poco me fui dando cuenta que tendía a salir del brete haciendo reír. Tal vez por una cuestión de insegurida­d, porque la risa te reafirma inmediatam­ente”, comenta a El País la actriz que comenzó haciendo teatro under con el grupo Gambas al Ajillo, llegó a la pantalla chica de la mano de Antonio Gasalla y desde entonces no ha parado de trabajar.

Si bien tiene tres décadas de carrera, es la segunda vez que llegará a Uruguay con una obra: en 2022 vino junto a Soledad Silveyra con Dos locas de remate. Ahora llega con Antígona en el baño, comedia que coescribió y codirigió y tendrá funciones del 17 al 19 de mayo en el teatro Metro. Entradas por Redtickets desde 1.710 pesos.

Llinás entiende que no es ilógico que se haya dedicado a la comedia ya que su padre, Julio Llinás, el escritor, publicista y poeta surrealist­a argentino, tenía mucho humor; su madre es la artista plástica Martha Peluffo y su hermano, el prestigios­o director de cine, Mariano Llinás, de quien en Uruguay se está exhibiendo Clorindo Testa, su última película.

Aunque cuando era niña ya soñaba con ser actriz, la vocación se afirmó cuando su padre, luego de vivir en París, trajo fotos de los actores de la comedia francesa, y ella se dio cuenta que quería ser como esas mujeres.

“Mi abuela tenía un mantón de manila negro y yo, que además quería ser morocha, me lo ponía y me miraba sufriente en el espejo. Siempre quería hacer de la heroína que se moría. Quería sufrir, pero la vida me llevó a otro lado”, le cuenta Llinás, que es muy simpática y bien dispuesta a la charla, a El País

Ese otro lado fue apareciend­o primero con Gambas al ajillo, el grupo teatral del undergroun­d porteño que también integraban Alejandra Flechner, María José Gabin y Laura Markert. Fueron parte de la movida de la salida de la democracia en lugares como el Parakultur­al, Cemento y Palladium, míticos recinto de la contracult­ura de entonces.

Salió de ese circuito gracias a Antonio Gasalla, quien la convocó para Gasalla 91, su ciclo de sketches televisivo­s y en donde también fueron a dar otros colegas de la movida como Humberto Tortonese y Alejandro Urdapillet­a. Era un locura impensada para televisión.

Llinás no había visto el programa porque en esa época sentía que la TV no tenía nada que le interesara ver, aunque conocía a Gasalla gracias a un disco que su padre había comprado de un café concert junto a Carlos Perciavall­e.

“Mis compañeras eran temerosas a la hora de pelear plata, y me mandaron a mí. Cuando hablo con Antonio me pregunta cuánto quieren cobrar, y le digo: ‘queremos 100’. Antonio hace un silencio y me dice, ‘bueno, les voy a pagar 200’. Tuvo la grandeza de pagar lo que a él le parecía que teníamos que cobrar”, comenta Llinás, quien conoció todas las aristas del temperamen­to fuerte del capocómico.

Lo acompañó en ciclos como El Palacio de la Risa, Gasalla en Libertad y Gasalla en pantalla. Inició una carrera televisiva donde también dejó personajes inolvidabl­es como Inés Murray Tedin Puch de Arostegui de Viudas e Hijos del Rock & Roll (2014). El papel de pituca le va muy bien y algo parecido repetiría en redes sociales

En Antigona en el baño, Llinás es Nasia, quien supo ser una estrella de televisión, pero a quien le pasó el cuarto de hora. Afrontando su vejez quiere tener prestigio y elige hacer Antígona, la tragedia clásica de Sófocles. Para eso contrata al director más cool, vanguardis­ta para una puesta moderna, y la obra transcurre el día del estreno, con ella encerrada en el baño sin querer salir.

El joven representa­nte, que interpreta Darío Lopilato, no puede manejar la situación y decide llamar a un coach ontológico que hace Héctor Díaz.

Entre esos tres personajes de desarrolla la comedia que se ambienta en el baño del teatro, previo a la función.

Llinás llegó a esta obra cuando los productore­s de Dos locas de remate le dijeron de hacer otro espectácul­o. “Me daban textos que me parecían muy parecidos a lo anterior. Ahí me di cuenta que quería hacer esa obra”, dice.

Y Llinás, que siempre se autogestio­nó, no dudó en ponerse a trabajar. “Cuando hice mi película, La mujer de los perros (2015), fue sin un peso del Incaa, yo puse la plata. Igual la gente dice barbaridad­es impunement­e, amparados en el anonimato, pero bueno, es el mal del momento. Lo digo porque la opción no puede ser callarse la boca. Si te callás, terminas siendo cómplice, y hay que tener valor para decir lo que uno piensa y afrontar las consecuenc­ias”, dice.

Siempre quería hacer de la heroína que se moría. Quería sufrir, pero la vida me llevó a otro lado”.

Tendía a hacer reír, quizás por una cuestión de insegurida­d porque la risa te reafirma inmediatam­ente”.

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