El Pais (Uruguay)

Una bicicleta y una caja: la historia de Elsa

Esta es la historia de Elsa, una señora de 100 años y ojos grises, y de por qué, a veces, los objetos no son solo objetos y nada más.

- CAROLINA MEJÍA

Cuando tenía aproximada­mente cinco años se me rompió mi primer juguete. O por lo menos es el primer recuerdo que tengo de un juguete roto. Era una tacita de té rosada de cerámica, de esas que formaban parte de un set con más tazas y teteras en miniatura. No sé cómo pasó, tal vez no sostuve la taza con la fuerza que se merecía. Se partió en varios pedazos y yo, como cualquier niño haría, me puse a llorar. Estaba desconsola­da porque en mi cabeza no existía posibilida­d alguna de reparación, era el final de mi tacita de té. Mi mamá entró al cuarto casi que inmediatam­ente cuando me escuchó y al ver la situación fue a darme un abrazo y a tranquiliz­arme.

Me acuerdo que esa fue la primera vez que me enseñó que no tenía que darle tanta importanci­a a algo material porque la vida estaba llena de cosas tanto más valiosas. Yo era muy chica como para entender lo que ella me estaba diciendo. Hoy, con 21 años, lo entiendo, pero con cinco yo solo quería hacer el duelo por ese juguete que ahora estaba a mis pies en miles de pedacitos. Ahora comprendo lo que mi madre me decía. La taza efectivame­nte era solo una taza. Un objeto es solo un objeto y nada más. Mi mamá tenía razón. O algo así.

Hoy, mientras escribo esto, sin embargo, elijo discrepar un poco con la idea de mi madre. Pero esta no es mi historia, ni la de mi taza rota, sino la de una bicicleta y una caja de madera que han sobrevivid­o, siempre, a cualquier caída: esta es la historia de Elsa.

Mi abuela Elsa es la persona más vieja que conozco. Cumplió cien años en febrero de 2023 y es el verdadero ejemplo de que la edad es solo un número. Hay muchas caracterís­ticas que la destacan. Elsa es bajita y arrastra los pies al caminar, si bien sus ojos grises reflejan un desgaste que sugiere el paso del tiempo, su mirada irradia luz.

Le gusta mucho escuchar música y cantar, aunque no se sepa la letra de ninguna canción. Todos los días desayuna y cena café con leche con alguna galletita en su icónica taza con una foto de su ídolo, Luis Suárez. Tiene la risa fácil: por más malo que sea el chiste que le cuentes ella se va a reír. Es muy raro encontrarl­a de malhumor. Cuando alguien le pregunta cómo está, siempre responde con la misma frase: “¿Pero cómo voy a estar? ¡Estupenda!”.

Es una persona muy curiosa y está constantem­ente pendiente de lo que sucede en el mundo. Mira el noticiero dos veces por día y, tanto en las mañanas como en las tardes, la podés encontrar sentada en el sillón con una pila de diarios a su lado. En su casa hay por lo menos cinco relojes que los tiene distribuid­os estratégic­amente por todo el apartament­o así, no importa dónde esté, puede consultar la hora y tomar sus medicament­os en tiempo y forma.

La gente suele preguntarl­e a Elsa cuál es el secreto para llegar tan lejos, como si ella pudiera saberlo con exactitud. Siempre dice que si todavía está viva es por dos cosas: Diosito y la bicicleta. De familia católica y fiel creyente desde chica, mi abuela reza cuatro horas por día sin falta. Existen muchas personas que defendería­n esa idea de mi abuela Elsa. Pero darle crédito a una bicicleta fija es algo que no se escucha tan seguido.

En 1998, una doctora le sugirió a mi abuela comprarse una bicicleta fija para hacer ejercicio y no perder fuerza en el cuerpo. Elsa, muy respetuosa cuando se trata de la opinión de un médico, no tardó en hacer que sus hijas le compraran una lo antes posible. Así empezó el viaje de años entre la bici y mi abuela.

Hoy la bicicleta de mi abuela está casi en las últimas. Si bien funciona de maravilla, está vieja y sucia de tanto pedalear, pero ella no se da cuenta de eso, o elige no decir nada para que a nadie se le ocurra cambiarla. Siempre se refiere a su bicicleta como “su mejor amiga”, por muchos motivos, aunque nunca termina de explicarlo­s todos.

Mientras mi abuela se sube a la bicicleta y se pone a rezar, justo a su lado, sobre su tocador, al lado de las estampitas de los santos, reposa tranquilam­ente una caja lisa de madera. No es ni grande, ni chica, es de un tamaño mediano. Es sencilla, no tiene ninguna decoración especial. Y hay que agarrarla con las dos manos: es bastante pesada. Tiene una tapa gruesa que siempre está bien cerrada.

Además de la bicicleta, Elsa lleva esta caja siempre con ella. Sin falta, vaya a donde vaya, la acompaña. En verano nos fuimos a Punta Ballena y allá iba mi abuela en el auto con la caja sobre la falda y la bicicleta en la valija.

Para Elsa es especial. Solo ella sabe la cantidad de recuerdos, historias, anécdotas y secretos que le despierta esa caja. Si yo le repitiera a mi abuela lo que mi madre me dijo aquella vez sobre que los objetos son solo objetos y nada más, seguro no estaría de acuerdo conmigo. Algunos objetos sí son objetos y nada más, pero otros no. La taza era solo una taza, al final, pero la bicicleta de mi abuela no es solo una bicicleta y nadie puede convencerl­a de lo contrario.

Y ni que hablar de la caja de madera. Sobre una de sus caras externas se lee en letras negras Manuel Ricardo Balestié Arbildi (1923 - 2022), recordándo­le a Elsa que dentro de esa caja, para nada ordinaria, están las cenizas de su esposo.

Manolito, como lo llamábamos cariñosame­nte, falleció en la madrugada del viernes 9 de diciembre de 2022, cuatro días después de haber cumplido 99 años. Sabiendo que nuestro tiempo con él se agotaba, mi madre hizo que Elsa se despidiera unos días antes. Le expresó una última vez todo su amor y agradecimi­ento por los extraordin­arios 80 años que compartier­on. “Siempre te volvería a elegir”, le dijo mi abuela. Era algo que repetía a menudo. Cuando llegó el momento, mi abuelo descansaba en su cama. Estuvo rodeado de sus tres hijas, que lo acompañaro­n hasta el final, expresándo­le gratitud y brindándol­e la serenidad que se necesita para partir en paz.

Siguiendo con sus deseos, fue cremado y guardado en la cajita de madera a la cual mi abuela nunca deja sola. Para ella, tenerlo cerca ha sido una manera de sobrelleva­r su ausencia, de algún modo, sentirse acompañada. Elsa siempre dice que cuando le llegue su hora, quiere que sus cenizas se junten con las de Manolito para que puedan reunirse y descansar juntos, unidos en el amor que compartier­on en vida y que, sin dudas, perdurará más allá.

En el año 1998, una doctora le sugirió comprarse una bicicleta fija para mantenerse saludable.

 ?? Paz Sartori ?? Una casualidad, una palabra, una certeza, un comienzo, algo que, de pronto, tiene el poder de cambiarlo todo. Cuando eso sucede el mundo cambia sus colores, los corazones se aceleran, la vida tiene otro sentido. Hay quienes dicen que eso, así, es el amor. 130 pulsacione­s es un ciclo para contar esas historias en las que el amor, en cualquiera de sus formas, tiene la potencia de cambiarlo todo.
Paz Sartori Una casualidad, una palabra, una certeza, un comienzo, algo que, de pronto, tiene el poder de cambiarlo todo. Cuando eso sucede el mundo cambia sus colores, los corazones se aceleran, la vida tiene otro sentido. Hay quienes dicen que eso, así, es el amor. 130 pulsacione­s es un ciclo para contar esas historias en las que el amor, en cualquiera de sus formas, tiene la potencia de cambiarlo todo.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay