El Pais (Uruguay)

Historia viva: “Nacido y criado en Arrozal 33...”

La empresa festeja 90 años sembrando y cosechando en Treinta y Tres, honrando su enorme legado y su gente

- HERNÁN T. ZORRILLA

Si usted recorre las chacras de Arrozal 33 puede hablar con la gente de todo: rendimient­os, lluvias, costos, el dólar o el valor de la bolsa de arroz... Pero si pregunta por la historia de vida de la gran mayoría de las personas que están allí, hay una respuesta que se repite: “Nacido y criado en Arrozal 33...” ¿No es raro en estas épocas, donde la gente parece abarrotar los cinturones de las grandes ciudades? Parece que habláramos de una sociedad anterior, de algo que alguna vez existió. De una tradición oral que se respalda en fotos en blanco y negro. Pero no, el corazón de Arrozal 33 late fuerta en el este del país, y la gente se encarga de hacértelo saber con orgullo.

El pueblito, a escasos 30 kilómetros de Vergara en Treinta y Tres, tiene su salón de eventos, su iglesia, su escuela, su CAIF y su cancha de fútbol. Si bien se encuentran en buenas condicione­s, muestra que por allí pasaron días de gloria.

Si después de todo esto le digo que Arrozal 33 es un molino de arroz, que incluso al día de hoy ni siquiera funciona como tal, no me lo creería.

Porque hay sucesos, lugares, personas y actividade­s que quedan grabadas como un tatuaje en la memoria de la sociedad. “Para conocer a un pueblo, hay que conocer su suelo”, escuché por ahí. En Treinta y Tres, la cultura arrocera se respira en cada metro cuadrado.

“Soy criado acá, fui a la escuelita de Arrozal 33, me acuerdo de comedores con mesas largas llenas de gurises”, cuenta parado en el camino Julio Mariño, alias “El Chino”, capataz de chacra. Son épocas de cosecha y la entrevista no puede tomar mucho tiempo. “Entré en 1992 a la cuadrilla donde se hacían pases de agua, después fui tractorist­a, maquinista, anduve en la retro, en la niveladora”..., cuenta. Con 18 años se casó. “Acá se nos ensucia un buzo con líquido hidráulico y al otro día tenés que volverlo a usar”, cuenta sobre sus días de trabajo. Acerca del agua, dice: “Vos arreglás un cuadro, echás agua, y ella misma te muestra los puntos débiles, es artesanal”.

“¿Qué es Arrozal 33 para vos?”, pregunto. Como sucede con muchos, se quiebra. “Todo. Es mi casa”, desliza.

Alice Rivero es tractorist­a especializ­ada. Tiene 32 años, hace 11 que trabaja en Arrozal 33 y en el pueblito la espera su hijo de 9 años. “Me gusta trabajar acá: hacer cambios de aceite, de filtros, mantenimie­nto. No me afecta ser mujer. Cuando hay que hacer fuerza me ayudan y son muy respetuoso­s”, responde, mientras acompaña en un tractor con tolva el recorrido de la cosechador­a.

Carlos “Paquito” Pereira es encargado de chacra, tiene 45 años y hace 30 desempeña sus labores en las arroceras. “Todo lo que tengo se lo debo a Arrozal 33”, sostiene. Darcí Pereira, otro encargado de chacra con similar cantidad de años trabajados en sus espaldas, respalda sus palabras. “Esto para nosotros es una escuela. Si llueve, vengo. Si hace frío, vengo. Después me iré a mi casa, pero yo no me quedo, yo no dejo de venir...”

DE OTRO PALO... “Acá la gente se integra, las reuniones se dan naturalmen­te, hay comunicaci­ón”, comienza diciendo Pablo Alzugaray, gerente de recursos humanos de la empresa desde 2018. “Hay un gran sentimient­o de pertenenci­a, acá hay frases que parecen escritas en piedra: “nacido y criado en Arrozal 33...”

En época baja, hay unas 150 personas trabajando, y en zafra se suman unas 70 u 80 más. El pueblo cuenta con algo menos que 100 viviendas, y algunas de ellas no están ocupadas.

En épocas anteriores, no era tan sencillo ir y venir a Vergara o incluso a Treinta y Tres. Al día de hoy, muchos empleados suelen hacerlo en la moto o en el auto.

“Acá hay lo que yo digo salario emocional, tiene que ver con un tema intrínseco de poder ser escuchado, sentirte parte, sentirte cuidado”, afirma Alzugaray, que ingresó a Arrozal 33 en 2018 siendo “nuevo” en el rubro, y se llevó gratas sorpresas del mundo del arroz.

Marcelo Neumann es ingeniero agrónomo oriundo de Yaguarón, pero hoy vive en una de las casas del pueblo. Al principio trabajó en el rubro forestal, pero un día llegó a Arrozal 33 por una oportunida­d laboral. “Me llamó mucho la atención el sentido de pertenenci­a, es común trabajar con gente que hace 30 años está en la empresa”, dice.

MOLINO. Carlos Daniel Sellanes es el encargado de planta en el molino y hace 27 años que está en la empresa. Claudia Castillo por su parte, es encargada de administra­ción de molino y hace 33 años que está en la firma. En 2018, por problemas de rentabilid­ad y competitiv­idad, el molino cerró. Hoy funciona como acopio y secador, y elabora algo de arroz cargo en zafra, prestando servicios a Saman.

“Cuando cerró, hubo trabajos en la zona que no se recuperaro­n nunca más”, expresó Sellanes.

Claudia Castillo por su parte, dice que Arrozal 33 es “su vida”. “Entré con 16 años y tengo casi 55. Fui a la escuela en el pueblito, mis padres son de ahí. Vivimos momentos feos pero estamos orgullosos de estar en los 90 años de la empresa”.

Ambos coinciden en la gratitud a “todos los jefes”. “Que esto siga, de esto depende la gente y la zona”. Hoy, en el molino quedan 12 personas fijas trabajando.

EL PREMIO. Amílcar Silva Carnales es maestra jubilada y vive en una vivienda de Mevir en Vergara. “Yo vivía en las afueras del pueblito, iba a caballo y me quedaba de lunes a viernes en lo de un familiar”, cuenta. Una de sus maestras le insistió que tenía que estudiar, y después de mucho esfuerzo llegó: se recibió.

“Salíamos del pueblito a las 3 menos 10 de la mañana, teníamos que ir en el “trencito del Arrozal” hasta el molino, después a Vergara y luego en la famosa Onda a Treinta y Tres. El tren cargaba arroz, y los más “jovencitos” íbamos en el vagón de atrás, que no era cerrado. “Llegábamos duras del frío”, cuenta. “Mis padres eran analfabeto­s, fue difícil convencerl­os y terminar mis estudios”.

Después de trabajar un año en Montevideo como mucama, Amílcar volvió a Arrozal 33 a dar clases en la escuela agroindust­rial y luego trabajó como administra­tiva. ¿Qué es Arrozal 33 para usted? Y ella responde. “Es todo. Tuve una niñez hermosa, no la voy a olvidar nunca”, afirma.

Un antiguo molino. Una empresa que se dedica al rubro arrocero. El medio de vida de mucha gente. Sí, todo eso es Arrozal 33, pero también es mucho más.

A 30 kilómetros de la ruta 18 y a 70 kilómetros más de la capital de Treinta y Tres, hay una gran historia que contar, congelada en el tiempo. En esta nota usted podrá leer los números productivo­s que mantienen de pie a la empresa, pero allí hay algo que trasciende y tiene que ver con la identidad de la zona y de su gente. Y ese tesoro no depende ni de las buenas ni de las malas zafras.

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El pueblo de Arrozal 33 tiene iglesia, una escuela, un salón de eventos, cancha de fútbol y cerca de un centenar de viviendas
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