El Pais (Uruguay)

Milei llevó su “yihad” a Madrid

- CLAUDIO FANT I N I

Cuando estallaba de furia en los sets de televisión, vomitaba insultos y descalific­aciones sobre quien lo contradecí­a. Con los ojos desorbitad­os, Javier Milei les gritaba “ignorante” y “comunista”.

Aquel personaje furibundo que irradia desprecio por todas las posiciones diferentes a la suya, en los escenarios internacio­nales del ultra-conservadu­rismo no grita ni gesticula con la ira que le desencajab­a el rostro. Habla tranquilo y sonriente, pero con esa calma alegre que luce ahora, dispara los mismos insultos y descalific­aciones sobre el amplio espectro político y cultural que se extiende más allá del extremo que él habita.

En Madrid, con tono tranquilo, insultó nuevamente al presidente español y cuestionó a su esposa por una denuncia que aún no tiene un veredicto judicial.

¿La consecuenc­ia? El gobierno español, ofendido, repudió sus dichos y le exigió disculpas públicas. Ergo, generó una crisis diplomátic­a grave.

Lejos del volcánico panelista televisivo, el Milei sonriente sigue ejerciendo la violencia retórica, aunque ya no la gesticula aparatosam­ente ni la transmite con alaridos.

Quienes ahora lo ovacionan y hacen sentir un rockstar, ya no son sólo argentinos que sacaron sus fobias y extremismo­s del placar. Son la ultraderec­ha que está creciendo en el mundo y considera “comunistas” a todos los que usan el prefijo “ultra” para calificarl­os. O sea, todos los que habitan la centrodere­cha liberal, el conservadu­rismo moderado y la centroizqu­ierda socialdemó­crata.

Giorgia Meloni no asistió personalme­nte al encuentro en el que la ultraderec­ha ovacionó a Milei. Su partido desciende del movimiento creado tras la muerte de Mussolini por sus lugartenie­ntes que sobrevivie­ron al derrumbe del fascismo, pero desde que gobierna Italia, se corrió hacia el centro, dejó de atacar a los europeísta­s y a la OTAN. También dejó de elogiar a Vladimir Putin y se acercó a la centrista presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.

Tampoco Viktor Orban viajó a Madrid para estar en el evento ultraderec­hista. Comparte con quienes asistieron el desprecio visceral a todo lo que no esté el campo conservado­r y ultranacio­nalista, así como a los homosexual­es, el feminismo, Ucrania, Zelenski y los inmigrante­s que no tienen la tez blanca. Pero está ejerciendo la presidenci­a de Hungría y, aunque en la vereda del frente a la que ocupa el gobierno español, como jefe de Estado decidió cuidar las formas y atenerse a las reglas implícitas de la diplomacia.

Lo mismo debió haber considerad­o el presidente argentino antes de aceptar la invitación de Santiago Abascal, el líder de Vox. Pero a Milei no le importó esa incompatib­ilidad y se convirtió en el único jefe de Estado que asistió al evento de la ultraderec­ha mundial. Tampoco tuvo problemas en pasar por España sin brindar el saludo oficial correspond­iente al jefe de gobierno local, el presidente Pedro Sánchez, y al jefe de Estado, el rey Felipe VI.

Para Argentina no fue una buena noticia. España lleva décadas siendo uno de sus principale­s inversores. Pensar que las empresas españolas pasarán por alto esos detalles por el hecho de que el país se está convirtien­do en la plaza más barata y descontrol­ada del mundo para realizar inversione­s, puede ser un error de cálculo.

Pero Milei se siente, y con razón, una nueva estrella de la política mundial. Por eso emprende cada dos por tres viajes que no tienen que ver con los intereses del país que dirige sino con el ego que le acarician los halagos y ovaciones.

En el encuentro de la ultraderec­ha donde no quisieron estar de cuerpo presente Orban por gobernar y Meloni por la misma razón, aunque también por su corrimient­o hacia el centro y su adhesión a la UE desde que asumió el gobierno de Italia, todos los ultraderec­histas europeos que estuvieron (Marine Le Pen, el polaco Tadeusz Marowiecki y el portugués André Ventura, del partido de extrema derecha Chega, que tiene por principal enemigo a la centrodere­cha que hoy gobierna Portugal) son enemigos de la UE y simpatizan­tes, algunos a viva voz y otros en silencio, del presidente nacionalis­ta y ultraconse­rvador que impera como autócrata en Rusia.

Con Milei no tienen en común la adhesión al anarcocapi­talismo. Le Pen incluso se diferenció notablemen­te de Milei, dejándolo en un extremo casi marginal. Y Vox es la versión actualizad­a del falangismo, exponente español del fascismo italiano, por lo tanto su matriz ideológica fue un Estado corporativ­o y autoritari­o, aunque a partir del Opus Dei tuvo un giro hacia el liberalism­o económico en el último tramo del franquismo.

Lo que tienen en común con Milei y con el exponente del pinochetis­mo en Chile, José Antonio Kast, también presente en Madrid, es la considerac­ión de que todos los avances en materia de derechos de la mujer y tolerancia hacia las diversidad­es ocurridas a escala mundial en las últimas décadas, son consecuenc­ias “despreciab­les” del “marxismo cultural”.

Milei encandila a la ultraderec­ha mundial por ser el único anarco-capitalist­a que llegó alcanzó el poder y porque, como Bolsonaro, tiene incontinen­cia insultos y agravios contra quienes no comparten su fe ideológica y el fundamenta­lismo que convierte en programa de gobierno las teorías económicas más radicales.

Pero sigue siendo claro para el sentido común: brillar en el firmamento de la ultraderec­ha no es brillar en la escena mundial. Lucir como un gran líder en escenarios extremista­s es lo contrario a lucir como un estadista en el escenario internacio­nal.

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