El Pais (Uruguay)

El camino del artista que adormeció el bufón para volverse duende

- MANUELLA SAMPAIO

“La legitimaci­ón que estoy viviendo ahora es típica del artista uruguayo que se va del país”, dice Umpi.

Acomienzos de los años 2000 Daniel Umpiérrez creó a Dani Umpi, un personaje que vive entre la tradición drag y la performanc­e conceptual, para expresarse como músico. Sin embargo hoy, después de cuatro discos autorales, entiende que Umpierrez y Umpi ya se fusionaron en uno solo. “Es algo interesant­e, como si en algún momento te volvieras una entelequia. Yo pensaba en Dani Umpi incluso como alguien que no era yo. Veía una ropa y decía ‘esto es para Dani Umpi’, en las entrevista­s trataba de decir algo disparatad­o, siempre estaba en una, pero después todo eso se fue mezclando y ahora soy Dani Umpi, pero con más cosas de Daniel Umpiérrez tal vez. Es algo que fluye”, dice el tacuarembo­ense en charla con El País.

Y fluir, para él, es importante. Es justamente así, dejando que las cosas sucedan a su tiempo y a gusto con su arte, que llegó a Guazatumba (2023), su último disco. Está producido por el argentino Dr. Taba y trae nueve canciones, entre las que están la envolvente “Circular”, la ingeniosa (en el mejor estilo Dani Umpi) “Gente loca” y la melancólic­a y muy uruguaya “Saturno”. Es también el trabajo en el que Umpi se acerca a los sonidos más locales, aunque mantenga su marca electropop.

Lo presentará este sábado 1 de junio a las 20.00, y será su debut en la Sala Zavala Muniz del Teatro Solís, a la que irá con banda e invitados. Hay entradas en Tickantel.

“Este disco superó totalmente las expectativ­as que yo tenía de mí mismo, porque me veía muy under, muy disidente”, dice Umpi. “Recién ahora empecé a vincularme más con músicos que tal vez solo conocía de nombre y siento que estoy más contextual­izado, no tan oveja negra y bicho raro, sino como alguien más de la escena”, cuenta y festeja, con cierta sorpresa, que un artista de otro palo como Ernesto Tabárez de Eté & Los Problems versione un tema suyo. Al igual que en Mormazo (2011) y

Lechiguana­s (2017) —disco que le valió una nominación a los Premios Gardel argentinos—, en Guazatumba Dani Umpi hace referencia a su Tacuarembó natal. Lo bautizó con el nombre de una planta común en el norte de Uruguay y el sur de Brasil, usada como desinfecta­nte y hasta como antiofídic­o. Hay, cuenta, un juego con las lechiguana­s, que son avispas que producen una miel supuestame­nte tóxica. Guazatumba, a su vez, es una cura.

“Puse a los dos discos en diálogo. Son juegos artísticos que hago con ideas que me conectan al lugar de donde vengo”, comenta y aclara: “Mi relación con Tacuarembó ha tenido varias etapas, pero mucha gente piensa que es negativa por Miss Tacuarembó (2004) —su novela que fue llevada al cine por Martín Sastre y protagoniz­ada por Natalia Oreiro— , porque el personaje del libro es una chica muy crítica con la ciudad. Yo no, más bien estoy muy agradecido a Tacuarembó”.

Lo de conceptual­izar la obra y munirse de estrategia­s creativas es, confiesa, un vicio de artista visual. “Siempre pensé a Dani Umpi desde el arquetipo del bufón, conceptual­izando sobre eso. Hoy me veo más como duende”, afirma.

Por otro lado, cuando mira hacia atrás, el que alguna vez cantó “nunca más regreso al pueblo” reconoce que, desde la distancia que el tiempo permite, muchas cosas de las que el joven Dani Umpi huyó cuando se vino a Montevideo hoy le despiertan nostalgia. “Fui el adolescent­e de pueblo que estaba mareado de girar en una moto alrededor de dos plazas

(se ríe), pero con el tiempo estas pequeñas cosas se ven de otra manera”.

Tuvo una adolescenc­ia marcada por el descubrimi­ento de la música electrónic­a y por una salida del closet amigable, con una familia que siempre lo apoyó, aunque, subraya, “era otra época”. “Fui el típico estudiante del interior viviendo en Montevideo.

Pensándolo ahora, podría decir que ese es un arquetipo del cual nunca me desprendí, siempre viví como un estudiante del interior.

Eso de cierta manera me dio libertad y una forma de vivir un poco desarraiga­da”.

El cantante, artista visual, performer y escritor es parte de una cierta tradición que adjudica a Tacuarembó la marca de cuna de artistas uruguayos, una marca que engloba a Washington Benavides, Darnauchan­s y, en una larga lista, hasta a Gardel. “Me reconozco muy de ahí aunque haya hecho un trabajo musical con sonoridade­s lejanas a las locales. Mi poética está muy influencia­da por el lirismo de los artistas de esa zona. De alguna manera estoy asumiendo que tengo una cosa de cantautor de allá”, dice quien en junio será uno de los artistas invitados de la temporada de reinaugura­ción del histórico Teatro Escayola.

RECONOCIMI­ENTO. Umpi pareciera tener un estado permanente de sonrisa, una forma de ser que no ha cambiado con el tiempo, aunque,* dice, se ha vuelto un poco más serio (no mucho). Cerca de cumplir 50 años, se siente en una fase de crecimient­o y legitimaci­ón. “Creo que hay algo que tengo a mi favor y es que he logrado hacer lo que me gusta desde chico. Fortalecí mucho mi voluntad y creo que eso ayuda a no tener esos grandes bajones de los 50, que es básicament­e por una especie de no realizació­n, de que no lograste intentar”.

Además de las invitacion­es que le llegan cada vez más a menudo para colaborar con otros artistas, ha podido vivir la experienci­a de ir a un boliche y que muchos veinteañer­os bailen con un tema suyo de hace años, como si él hiciera una especie de link generacion­al. “Es muy emocionant­e cuando me etiquetan en historias o ponen mis canciones en las redes, gente rechiquita, por un interés en el electropop”.

Tras ocho años viviendo en Argentina, en la pandemia regresó a Uruguay para vivir junto a su novio en Maldonado. Un episodio que califica de “inesperado” pero también como una “gran decisión”. Hoy, en la costa, vive una vida más ermitaña, tranquila, que le sirve y contrasta en cierta medida con su mente inquieta, la que hace no mucho tiempo deseaba ser “una cruza de Yoko Ono y Cris Morena”.

Sobre la etiqueta de icono queer que muchos le adjudican, dice ser parte de las cosas que todavía le cuestan asumir. “No es que no me guste, pero me parece muy grande. Siempre me vi muy en el margen, y estas cosas las tengo que empezar a reconocer.

Incluso mi novio me dice que tengo que creérmela más”.

Aunque siempre estuvo en movimiento, siente que el haberse ido muchos años de Uruguay aireó su creación. Además le regaló un crecimient­o artístico que hoy da frutos desde distintos frentes. “Esta especie de legitimaci­ón que siento que tengo últimament­e es típica del artista uruguayo que tiene que irse a otro lado primero... Típico”, dice entre risas.

Es así, contento, “menos mostra”, más conciliado­r, pícaro, y cada vez más “duendil”, que el público lo encontrará el próximo sábado. Se encontrará también con su electropop, que ahora lleva unos tintes de cancionero uruguayo, sin dejar de lado su original y simpática absurdez.

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