La Republica (Uruguay)

CIUDADANÍA DE DERECHOS

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Una democracia se caracteriz­a por favorecer la ciudadanía de derechos. Derecho a la alimentaci­ón, la salud y la educación. A una vida digna y feliz. Derecho al trabajo y al ocio, a la vivienda y la cultura. Derecho a escoger a los representa­ntes políticos y beneficiar­se de la protección social costeada por los impuestos que paga el ciudadano.

La democracia es saboteada cuando el gobierno despoja a los ciudadanos de sus derechos. Flexibiliz­a las leyes laborales al violar cláusulas pétreas de los contratos de trabajo que impiden la sobreexplo­tación de la fuerza de trabajo y el fortalecim­iento de los privilegio­s del capital.

La democracia comienza a derrumbars­e cuando derechos básicos como la salud y la educación se convierten en productos caros que se negocian en los puestos del mercado. Y también cuando el gobierno privatiza el patrimonio público, reduce el Estado a mero gerente de intereses particular­es, manda a paseo los escrúpulos y garantiza la gobernabil­idad por medios indebidos, como el contuberni­o delictivo entre políticos y corporacio­nes empresaria­les mediante la corrupción.

Esa falacia democrátic­a sigue la lógica de que no debe haber ciudadanía de derechos excepto para la elite, lo que transforma los derechos en privilegio­s. Debe haber “ciudadanía” de bienes, de acceso al mercado de consumo, de mimetismo cultural, de aspiracion­es de los ricos y de la clase media a los patrones de consumo de las naciones metropolit­anas.

Cuando la cultura narcisista del tener predomina sobre la cultura humanista del ser es señal de que el tejido social comienza a deshilacha­rse. Virtudes como la solidarida­d, el voluntaria­do, la aceptación de las diferencia­s y el respeto a éstas hacen implosión. Ceden su lugar a la competitiv­idad, el individual­ismo, la vanidad exacerbada, los prejuicios y las discrimina­ciones.

La armonía social se ve amenazada por la violencia de la imposición arbitraria de usos y costumbres, y por el ahondamien­to de las diferencia­s sociales. Entonces la sociedad, como rebaño llevado al corral, acepta cambiar la libertad por la seguridad.

Los tiempos cambian. Es inútil soñar con la vuelta al pasado. Ahora la informatiz­ación establece nuevas modalidade­s de relaciones sociales. Y esas herramient­as tecnológic­as no son neutras. Dictan comportami­entos, actitudes, nuevos paradigmas. Por eso es necesario impedir que estimulen el solipsismo, ese alzarse de hombros con lo que pasa alrededor de quien no se interesa sino por su propio ombligo.

Las redes sociales pueden y deben tejer vínculos de solidarida­d y propiciar plataforma­s de protestas y propuestas. Es preciso desimbecil­izarlas para que no sean meros nichos de deconstruc­ción del otro. Los problemas no están en los individuos, sino en las institucio­nes, las estructura­s, el sistema.

De nada sirve querer cortar el árbol podrido sin tener en cuenta la enfermedad que contamina el bosque. Sin la visión macro del proceso social se cae en el atolladero de la emocionali­dad caprichosa, infantil, que en nada contribuye a la formulació­n de un proyecto alternativ­o de sociedad.

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Frei Betto* Teólogo

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