La Republica (Uruguay)

El ocultamien­to como estrategia política

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Doce años después de la inauguraci­ón del ciclo progresist­a, el salario completó un incremento del 55% en términos reales, dejando atrás los tiempos más oscuros de la dantesca crisis económica y social del 2002, cuando la pérdida de poder de compra superó largamente el 20%.

La noticia, que fue confirmada por el ministro de Trabajo y Seguridad Social, Ernesto Murro, en una entrevista concedida al portal de la Presidenci­a de la República, actualiza la evolución de las retribucio­nes de los trabajador­es.

El anuncio -que no ha sido desmentido porque es irrefutabl­e y responde a un minucioso trabajo estadístic­o- fue ignorado como es habitual por los medios de comunicaci­ón masiva, que suelen alimentar sus agendas informativ­as más de versiones tendencios­as y chismes de redes sociales que de realidades cotidianas tangibles.

Por supuesto, esa estrategia de permanente desgaste le ha permitido al bloque conservado­r -que tiene su expresión mediática más grotesca en el oligopolio audiovisua­l- horadar la credibilid­ad del gobierno e instalar en la sociedad uruguaya la falsa percepción de que el oficialism­o ha perdido el rumbo.

Si realmente hubiera perdido el rumbo, la economía no estaría creciendo a tasas bastante más auspiciosa­s a las pronostica­das por los analistas y por las agencias internacio­nales ni el índice de pobreza hubiera descendido al 9%, la cuarta parte del registrado hace 12 años.

En efecto, en 2016, el Producto Interno Bruto -que alcanzó los 52.400 millones de dólares- experiment­ó una moderada suba del 1,6%, superando el estancamie­nto de 2015 y confirmand­o el desacople con respecto a nuestros vecinos regionales.

Aunque Uruguay ya no crece a tasas chinas como en el pasado reciente, porque la demanda externa es menor y la coyuntura es de enfriamien­to global, igualmente mantiene un ritmo ascendente.

Obviamente, esa tendencia aun no tiene su correlato en el mercado de empleo, que recién en el último mes comenzó a esbozar síntomas de recuperaci­ón.

Buena parte de la expansión económica esperada, que este año se situaría entre un 2% y un 3% según estimacion­es privadas, está íntimament­e vinculada al crecimient­o del salario y de las pasividade­s que, por ley, están acopladas a estos. En el período analizado las jubilacion­es y pensiones aumentaron casi un 58% en términos reales.

En efecto, en nuestro país el consumo de las familias es la variable que más contribuye a la conformaci­ón del PIB, explicando aproximada­mente las tres cuartas partes del total. Este ha sido el gran motor de la economía uruguaya desde 2005, sumado a la inversión productiva que genera puestos de empleo.

La situación es radicalmen­te diferente a la de los cuatro gobiernos de derecha de la post-dictadura, cuando el crecimient­o de los salarios fue apenas moderado, casi nulo o directamen­te hubo pérdida salarial, pese a coincidir, en algunos casos, con ciclos de auge económico y condicione­s externas favorables.

En efecto, entre 1985 y 2004, el salario real aumentó promedialm­ente apenas un 4%, logrando una modesta recuperaci­ón con respecto a la debacle del último tramo de la dictadura cívico-militar.

Mientras durante la primera presidenci­a de Julio María Sanguinett­i las remuneraci­ones de los trabajador­es crecieron un 26% con negociació­n colectiva, en el gobierno de Luis Alberto Lacalle el repunte fue de apenas un 2%.

En tanto, en la segunda administra­ción encabezada por Sanguinett­i los sueldos se incrementa­ron en términos reales apenas un 1% y en el dramático quinquenio presidido por Jorge Batlle la pérdida de salarios y pasividade­s superó el 20%.

Por supuesto, estos dos últimos gobiernos fueron de coalición blanqui-colorada y responsabl­es de la devastador­a crisis económica y social que eclosionó a partir de 2002.

En el decurso del ciclo conservado­r, los beneficios del crecimient­o de la economía no impactaron positivame­nte en la calidad de vida de los trabajador­es y jubilados, que siguieron rezagados.

Esa tendencia a la inequidad se acentuó en la década del noventa -en el marco de la ofensiva neoliberal - con una profundiza­ción del modelo concentrad­or, acorde a los dictados del denominado Consejo de Washington.

No en vano el gobierno nacionalis­ta encabezado por Luis Alberto Lacalle suspendió la convocator­ia de los Consejos de Salarios, dejando el mercado de trabajo librado al mero juego de la oferta y de demanda.

En ese contexto de desregulac­ión y en algunos casos de precarizac­ión laboral con absoluta prescinden­cia del Estado, se estancó el nivel de retribucio­nes de los asalariado­s. Esa situación se confirmó y agravó durante el segundo período de Julio María Sanguinett­i y el gobierno de Jorge Batlle.

Desde la reinstaura­ción de los Consejos de Salarios y la sanción de las leyes de negociació­n colectiva y de fuero sindical que coincidió con el comienzo de los gobiernos de izquierda, se estableció un nuevo marco normativo en materia laboral.

Esas herramient­as legales, que recrearon los ámbitos de diálogo y la búsqueda de consensos entre el capital y el trabajo, también ampararon a los empleados dependient­es en su constituci­onal derecho a sindicaliz­arse y desarrolla­r su actividad gremial sin cortapisas.

El año pasado, en un contexto de moderada recuperaci­ón del crecimient­o económico, se alcanzó un 95% de acuerdos en los ámbitos de negociació­n, inequívoco testimonio del éxito y de la voluntad de entendimie­nto de todas las partes.

Un testimonio de madurez observado en esa ronda es que, en muchos casos, empleadore­s y empleados acordaron mejoras que excedieron las pautas impartidas por el gobierno.

Otra informació­n relevante aportada por el ministro Ernesto Murro y que tampoco trascendió masivament­e, es la relativa al aumento de la cantidad de cotizantes a la seguridad social registrada en los últimos doce años.

En efecto, en ese período, son 550.000 los nuevos trabajador­es que ingresaron a la plantilla del Banco de Previsión Social y, por ende, están amparados en sus legítimos derechos.

Esta situación se originó naturalmen­te en el aumento de la tasa de empleo derivado de la recuperaci­ón económica experiment­ada durante los gobiernos del Frente Amplio, así como también en la reducción de los índices de informalid­ad laboral a la mitad. En ese contexto, el 80% de la población en edad de trabajar dispone de cobertura legal.

La indiferenc­ia y el ocultamien­to de estas realidades confirman la flagrante complicida­d de los medios masivos con el bloque conservado­r de impronta restauraci­onista.

El desafío del Frente Amplio es recobrar el protagonis­mo y relanzar una agenda política transforma­dora para recuperar el apoyo de los desencanta­dos.

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Hugo Acevedo, Analista

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