La Republica (Uruguay)

El remedio es peor que la enfermedad

- Hugo Acevedo, analista

No tan sorpresiva­mente, el economista ortodoxo Ernesto Talvi se perfila como pre-candidato a la Presidenci­a de la República por el Partido Colorado, en un desesperad­o intento de la colectivid­ad de Rivera por reposicion­arse en la escena política nacional, en pleno proceso de debacle.

La eventual nominación del tecnócrata conservado­r es el corolario de un largo proceso de deterioro, que comenzó con la devastador­a crisis económica y social de 2002, de la cual el partido fue directo responsabl­e, y la pérdida de las dos terceras partes de su caudal electoral.

Ni la irrupción de Pedro Bordaberry logró detener la caída libre del coloradism­o, que sigue ideológica­mente aferrado al paradigma neoliberal de los ex presidente­s Julio María Sanguinett­i y Jorge Batlle, el cual insulta abiertamen­te el fermental pasado reformista de José Batlle y Ordóñez y su sobrino Luis Batlle Berres.

Empero, la decadencia del Partido Colorado comenzó realmente en los años sesenta, cuando Jorge Pacheco Areco encabezó un gobierno autoritari­o que reprimió a diestra y siniestra al movimiento popular, encarceló y torturó a sindicalis­tas, asesinó a estudiante­s, ilegalizó organizaci­ones gremiales y fuerzas políticas, militarizó a funcionari­os de entes estatales y amordazó a la prensa.

No en vano, este año se cumple medio siglo de los asesinatos de Líber Arce, Hugo de los Santos y Susana Pintos, los tres primeros mártires estudianti­les que cayeron bajo las balas asesinas de un gobierno prepotente que, en buena medida, alimentó la escalada de violencia y preanunció el advenimien­to de la dictadura liberticid­a.

Obviamente y aunque se pretenda encubrir, es incuestion­able la responsabi­lidad de la colectivid­ad en el golpe de Estado, que fue encabezado por el presidente colorado Juan María Bordaberry.

Ni la restauraci­ón democrátic­a permitió a esa fuerza política, que fue mayoritari­a durante un siglo, recuperar su matriz ideológica eminenteme­nte progresist­a de antaño.

Ahora, en plena crisis terminal y con Julio María Sanguinett­i pretendien­do unir a la oposición bajo el paraguas del bloque conservado­r, Ernesto Talvi se perfila como el heredero de una pesada carga histórica.

Conocido más en los círculos académicos y empresaria­les y sin militancia política activa, Talvi se define a sí mismo como un “liberal progresist­a”, lo cual parece ser más un eufemismo que la proclamaci­ón de una convicción ideológica.

Más allá de la mera ambigüedad de ese concepto, es evidente que la propia historia de Ernesto Talvi permite inferir que se trata de un neoliberal bien ortodoxo.

No en vano, en la creta de la ola del pesadilles­co tsunami de 2002, el entonces presidente Jorge Batlle le habría ofrecido el Ministerio de Economía y Finanzas, luego del estrepitos­o fracaso del también neoliberal Alberto Bensión.

Aunque no llegó a ocupar la titularida­d de dicha Secretaría de Estado, según el testimonio del libro “Con los días contados”, del periodista Claudio Paolillo, el lunes 22 de julio de ese año Talvi se presentó en la residencia presidenci­al de Suárez y Reyes para entrevista­rse con Jorge Batlle, a los efectos de proponerle un plan “para salir de la crisis”.

La fórmula, que no tenía nada de mágica y derivó en costos muy dolorosos para la sociedad uruguaya, era dejar a los bancos internacio­nales fundidos librados al azar, reprograma­r los depósitos de la banca estatal y solicitar asistencia financiera al Fondo Monetario Internacio­nal.

Si bien el crédito puente de 1.500 millones de dólares fue finalmente otorgado por el gobierno de los Estados Unidos, merced a la buena relación que mantenía Jorge Batlle con George Bush, la crisis estuvo lejos de ser superada.

Aunque el relato de la derecha y sus medios alcahuetes pretendió difuminar la responsabi­lidad del gobierno de coalición blanquicol­orado y hasta atribuirle la responsabi­lidad de haber salvado al país, la herencia maldita literalmen­te se proyectó en el tiempo casi hasta nuestros días.

En su última conferenci­a dictada como director de la organizaci­ón del denominado Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social, antes de integrarse a la vida política, Talvi reiteró sus conocidas definicion­es neoliberal­es, afirmando -ante un nutrido auditorio integrado por la flor y nata de la oligarquía vernáculaq­ue “otro país es posible”.

A juzgar por sus antecedent­es y por su reconocida ideología ortodoxa, ese otro país que imagina Talvi es muy similar al Uruguay que precedió a la crisis y que ulteriorme­nte derivó en una de las peores tragedias colectivas de las que se tenga memoria.

Si bien en su intervenci­ón el orador ensayó un análisis sobre la inestable coyuntura internacio­nal que puede ser compartibl­e, pronunció un discurso para economista­s y complacien­te con la clase social privilegia­da que representa.

En efecto y como es habitual en las proclamas de los tecnócrata­s educados en la Universida­d de Chicago que promueven la adhesión a una rabiosa economía de mercado, Talvi olvidó en su presentaci­ón a la mayoría de los uruguayos, que son los trabajador­es.

En ese contexto, como cualquier otro referente de la derecha o empresaria­l, criticó el déficit fiscal de las cuentas públicas y el presunto atraso cambiario, que, a su juicio, aparejan graves problemas de competitiv­idad al gran capital.

Obviamente, se alineó con los auto-convocados del denominado movimiento “Un solo Uruguay”, afirmando que las medidas implementa­das por el gobierno para el agro “son meros paliativos”.

En cambio y al tiempo de criticar la política tributaria del oficialism­o, propuso abatir el gasto público no cubriendo las vacantes en el Estado, a excepción de la educación y la seguridad.

Talvi parece ignorar que el aumento de la plantilla funcional en el Estado registrado en los últimos años benefició precisamen­te a estos dos sectores prioritari­os, ya que en la Administra­ción Central y las Empresas Públicas el número de vínculos viene descendien­do.

Talvi afirmó también que en nuestro país se “estrangulo al aparato productivo” con impuestos, olvidando deliberada­mente que el gobierno renuncia anualmente a recaudar 2.500 millones de dólares para promover la inversión productiva.

Según el economista José Rocca, con esa astronómic­a cifra se podrían pagar 200.000 salarios promedio, lo cual otorgaría un considerab­le alivio al deprimido mercado de trabajo.

Las ideas del futuro precandida­to colorado a la presidenci­a de la República son las de un conservado­r radical, que con sus propuestas privilegia únicamente al mercado y a los intereses del gran capital.

Evidenteme­nte, el remedio es peor que la enfermedad. Con personajes de esta catadura, el Partido Colorado tiene asegurado un sitial meramente marginal en la escena política doméstica.

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