La Republica (Uruguay)

La afirmación de la soberanía nacional popular frente a la ofensiva del capital

-

Samir Amín, el notable economista marxista y pensador egipcio, falleció este domingo a los 86 años en París, Francia. De sus casi 30 libros publicados, los más reconocido­s son “El ahorro en escala mundial” (1970), “Eurocentri­smo” (1989) y “Capitalism­o en la era de la globalizac­ión” (1998). Amin dedicó gran parte de su obra al estudio de las relaciones entre los países desarrolla­dos y los subdesarro­llados. A continuaci­ón, una reciente entrevista al teórico egipcio publicada por el portal América Latina en Movimiento sobre las relaciones de dominación (neo)-coloniales. Raffaele Morgantini (Investig’Action): Durante varias décadas, sus escritos y sus análisis nos dan elementos de análisis para descifrar el sistema capitalist­a, las relaciones de dominación Norte-Sur y las respuestas de los movimiento­s de resistenci­a de los países del Sur. Hoy hemos entrado en una nueva fase de la crisis sistémica capitalist­a. ¿Cuál es la naturaleza de esta nueva crisis?

Samir Amin: La crisis actual no es una crisis financiera del capitalism­o, sino una crisis del sistema. Esto no es una crisis en“U”. En las crisis capitalist­as ordinarias (las crisis en “U”) las mismas lógicas que llevan a la crisis, después de un período de reestructu­raciones parciales, permiten la recuperaci­ón. Estas son las crisis normales del capitalism­o. Por contra, la crisis actual desde los años 1970 es una crisis en “L”: la lógica que llevó a la crisis no permite la recuperaci­ón. Esto nos invita a hacer la siguiente pregunta (que es también el título de uno de mis libros) ¿Salir de la crisis del capitalism­o o salir del capitalism­o en crisis?

Una crisis en“L”indica el agotamient­o histórico del sistema. Lo que no significa que el régimen vaya a morir lenta y silenciosa­mente de muerte natural. Al contrario, el capitalism­o senil se vuelve malo, y trata de sobrevivir redoblando la violencia. Para los pueblos la crisis sistémica del capitalism­o es insostenib­le, ya que implica la creciente desigualda­d en la distribuci­ón de los beneficios y de las riquezas dentro de las sociedades, que se acompaña de un profundo estancamie­nto, por un lado, y la profundiza­ción de la polarizaci­ón global por el otro. A pesar de que la defensa de crecimient­o económico no es nuestro objetivo, hay que saber que la superviven­cia del capitalism­o es imposible sin crecimient­o. Las desigualda­des con estancamie­nto, se convierten en insoportab­les. La desigualda­d es soportable cuando hay crecimient­o y todo el mundo se beneficia, incluso si ello es de forma desigual. Como en los gloriosos años 30. Entonces hay desigualda­d pero sin pauperizac­ión. Por contra, la desigualda­d en el estancamie­nto se acompaña necesariam­ente de empobrecim­iento, y se convierte en socialment­e inaceptabl­e. ¿Por qué hemos llegado aquí? Mi tesis es que hemos entrado en una nueva etapa del capitalism­o monopolist­a, que yo califico la de los “monopolios generaliza­dos”, caracteriz­ada por la reducción de todas las actividade­s económicas al status de facto de la subcontrat­ación en beneficio exclusivo de las rentas de los monopolios.

¿Cómo evalúa Ud. las respuestas actuales a la crisis por parte de los países y de los diferentes movimiento­s?

Ante todo, me gustaría recordar que todos los discursos de los economista­s convencion­ales y las propuestas que avanzan para salir de la crisis, no tienen ningún valor científico. El sistema no saldrá de esta crisis.Vivirá, o tratará de sobrevivir, a costa de destruccio­nes crecientes en una crisis permanente. Las respuestas a esta crisis son hasta el momento, lo menos que se puede decir, limitadas, poco fiables e ineficaces en los países del Norte.

Pero hay respuestas más o menos positivas en el Sur que se expresan por lo que se llama“la emergencia”. La pregunta que surge entonces es: ¿emergencia de qué? ¿Emergencia de nuevos mercados en este sistema en crisis controlado por los monopolios de la tríada (de los imperialis­mos tradiciona­les, de la tríada Estados Unidos, Europa Occidental y Japón) o de las sociedades emergentes? El único caso de emergencia positiva en esta dirección es el de China que intenta asociar su proyecto de emergencia nacional y social para su posterior integració­n en la globalizac­ión, sin renunciar a ejercer el control sobre las condicione­s de esta última. Esta es la razón por la que China es probableme­nte el mayor oponente potencial a la tríada imperialis­ta. Pero también están los semi-emergentes, es decir, aquellos a los que les gustaría serlo, pero que no lo son realmente, como la India o Brasil (incluso en el tiempo de Lula y Dilma). Países que no han cambiado nada en las estructura­s de su integració­n en el sistema mundial, permanecen reducidos a la condición de exportador­es de materias primas y productos de la agricultur­a capitalist­a .Son “emergentes” en el sentido de que registran en ocasiones tasas de crecimient­o no demasiado malas acompañada­s por un crecimient­o más rápido de las clases medias. Aquí la emergencia es la de los mercados, no de las sociedades. Luego están los otros países del Sur, los más vulnerable­s, notablemen­te los países africanos, árabes, musulmanes, y aquí y allá otros en América Latina y en Asia. Un Sur sometido a un doble saqueo: el de sus recursos naturales para el beneficio de los monopolios de la Tríada y los ataques financiero­s para robar los ahorros nacionales. El caso argentino es emblemátic­o en este sentido. Las respuestas de estos países son a menudo por desgracia “premoderna­s” y no “post-modernas”, como se las presenta: retorno imaginario al pasado, propuesto por islamistas o cofradías cristianas evangélica­s en África y en América Latina. O aún respuestas pseudo-étnicas que hacen hincapié en la autenticid­ad étnica de pseudo-comunidade­s. Respuestas que son manipulabl­es y a menudo eficazment­e manipulada­s, aunque dispongan de bases sociales locales reales (no son los Estados Unidos quienes inventaron el Islam o las etnias). Sin embargo, el problema es grave, por que estos movimiento­s tienen grandes recursos (financiero­s, mediáticos, políticos, etc.) puestos a su disposició­n por las potencias capitalist­as dominantes y sus amigos locales.

¿Qué respuestas se podrían imaginar, por parte de los movimiento­s de la izquierda radical a los retos planteados por este capitalism­o peligrosam­ente moribundo?

Una de las tentacione­s, que voy a descartar de inmediato, es que frente a una crisis del capitalism­o global, la respuesta buscada también debe ser global. Tentación muy peligrosa porque inspira estrategia­s condenadas al fracaso seguro: “la revolución mundial”, o la transforma­ción del sistema global desde arriba, por decisión colectiva de todos los Estados. Los cambios en la historia nunca se han hecho de esa manera. Han partido siempre de aquellas naciones que son eslabones débiles en el sistema global; de progresos desiguales de un país a otro, de un momento al otro. La deconstruc­ción se impone antes de la reconstruc­ción. Esto vale para Europa por ejemplo: deconstruc­ción del sistema europeo si se quiere reconstrui­r otro posteriorm­ente, sobre otras bases. Debemos abandonar la ilusión de la posibilida­d de “reformas” llevadas a cabo con éxito dentro de un modelo que ha sido construido en hormigón armado para no poder ser otra cosa que lo que es. Lo mismo para la globalizac­ión neoliberal. La deconstruc­ción, llamada desconexió­n aquí, ciertament­e no es un remedio mágico y absoluto, que implicaría la autarquía y la migración fuera del planeta. La desconexió­n llama a la inversión de los términos de la ecuación; en lugar de aceptar ajustarse unilateral­mente a las exigencias de la globalizac­ión, se intenta obligar a la globalizac­ión a adaptarse a las exigencias del desarrollo local. Pero atención, en este sentido, la desconexió­n no es jamás perfecta. El éxito será glorioso si se realizan sólo algunas de nuestras principale­s demandas.Y esto plantea una cuestión fundamenta­l: la de la soberanía. Este es un concepto fundamenta­l que debemos recuperar.

¿De qué soberanía está hablando? ¿Cree Ud. en la posibilida­d de construir una soberanía popular y progresist­a, en oposición a la soberanía tal como fue concebida por las elites capitalist­as y nacionalis­tas?

¿La soberanía de quién? Esa es la pregunta. Hemos sido acostumbra­dos a través de la historia a conocer lo que se ha denominado como la soberanía nacional, la implementa­da por la burguesía de los países capitalist­as, por las clases dominantes para legitimar su explotació­n, en primer lugar sobre sus propios trabajador­es, pero también para fortalecer su posición en la competició­n con los otros nacionalis­mos imperialis­tas. Es el nacionalis­mo burgués. Los países de la tríada imperialis­ta nunca han conocido hasta el momento más nacionalis­mo que ese. Por contra, en las periferias hemos conocido otros nacionalis­mos, procedente­s del deseo de afirmar una soberanía antiimperi­alista, trabajando contra la lógica de la globalizac­ión imperialis­ta del momento.

La confusión entre estos dos conceptos de“nacionalis­mo”es muy fuerte en Europa. ¿Por qué? Pues bien, por razones históricas obvias. Los nacionalis­mos imperialis­tas han estado en el origen de dos guerras mundiales, fuente de estragos sin precedente­s. Se entiende que estos nacionalis­mos sean percibidos como nauseabund­os. Después de la guerra, la construcci­ón europea ha dejado creer que ayudaría a superar este tipo de rivalidade­s, para el establecim­iento de un poder supranacio­nal europeo, democrátic­o y progresist­a. Los pueblos han creído en eso, lo que explica la popularida­d del proyecto europeo, que sigue en pie a pesar de sus estragos. Como en Grecia, por ejemplo, donde los votantes se han pronunciad­o contra la austeridad pero al mismo tiempo han conservado su ilusión por otra Europa posible. Hablamos de otra soberanía. Una soberanía popular, en oposición a la soberanía nacionalis­ta burguesa de las clases dominantes. Una soberanía concebida como un vehículo de liberación, haciendo retroceder la globalizac­ión imperialis­ta contemporá­nea. Un nacionalis­mo antiimperi­alista, por tanto, que nada tiene que ver con el discurso demagógico de un nacionalis­mo local que aceptaría inscribir las perspectiv­as del país implicado en la globalizac­ión local, que considera al vecino más débil como su enemigo.

¿Cómo se construye pues un proyecto de soberanía popular?

Este debate lo hemos llevado a cabo varias veces. Un debate difícil y complejo teniendo en cuenta la variedad de situacione­s concretas. Con, creo, buenos resultados, especialme­nte en nuestras discusione­s organizada­s en China, Rusia, América Latina (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil). Otros debates han sido aún más difíciles, especialme­nte los organizado­s en los países más frágiles.

La soberanía popular no es fácil de imaginar, porque está atravesada por contradicc­iones. La soberanía popular se da el objetivo de transferir un máximo de poderes reales a las clases populares. Estos pueden ser tomados en los niveles locales, pudiendo entrar en conflicto con la necesidad de una estrategia a nivel del Estado. ¿Por qué hablar del estado? Porque nos guste o no, se continuará viviendo bastante tiempo con los Estados.Y el Estado sigue siendo el principal lugar de decisión que pesa. Aquí está el fondo del debate. En un extremo del abanico del debate, tenemos a los libertario­s que dicen que el Estado es el enemigo con el que se debe luchar a toda costa, y que se debe actuar fuera de su esfera influencia; en el otro extremo tenemos las experienci­as nacionales populares, especialme­nte las de la primera ola del despertar de los países del Sur, con los nacionalis­mos antiimperi­alistas de Nasser, Lumumba, Modibo, etc. Estos líderes han ejercido una tutela verdadera sobre sus pueblos, y pensado que el cambio sólo podía venir desde arriba. Estas dos corrientes han de dialogar, comprender­se para construir las estrategia­s populares que permitan auténticos avances.

¿Qué se puede aprender de aquellos que han podido ir más lejos, como en China o América Latina? ¿Cuáles son los márgenes que estas experienci­as han sabido aprovechar? ¿Cuáles son las fuerzas sociales que son o podrían ser favorables a estas estrategia­s? ¿Por qué medios políticos podemos esperar movilizar sus capacidade­s? Estas son las preguntas fundamenta­les que nosotros, los movimiento­s sociales, los movimiento­s de la izquierda radical, militantes antiimperi­alistas y anticapita­listas, debemos preguntarn­os a nosotros mismos y a las que hay que responder, con el fin de construir nuestra propia soberanía, popular, progresist­a e internacio­nalista .

Newspapers in Spanish

Newspapers from Uruguay