La Republica (Uruguay)

Nuestra tarea

- Camilo Álvarez López

Con el emergente Bolsonaro en Brasil, muchas barbas se pusieron en remojo. Algunas con preocupaci­ón cierta, y otras como forma de parecer.

De todas formas, es importante analizar este episodio de la política regional además de movilizarn­os lo que sea necesario para que no avance.

Una de las cosas que aparece con fuerza, ante la emergencia de Bolsonaro es la necesidad de convencer y defender la democracia.

Se reinstala el tema de la democracia y su defensa ya que los mensajes de Brasil son inciertos con respecto a la defensa de la institucio­nalidad existente.

Sin embargo, no se menciona demasiado cómo fue el proceso de destitució­n de Dilma y la democracia funcionand­o a medias. Cuando sucedió eso, no todos los que ahora salen alzaron la voz ante un episodio que a las claras daba cuenta de una desestabil­ización institucio­nal y de una alta fragilidad de la democracia.

De hecho, la estrategia que ha construido la derecha internacio­nal para torcer ciertos procesos con énfasis en la justicia social se basó en ciertos actores de la Justicia como plataforma de intentos de desestabil­ización. Ahora bien, mayoritari­amente se instala la defensa de la democracia como si solo fuese un factor vinculante a la transparen­cia de procesos electorale­s, la separación de poderes, etc.

En esta definición quedan bastantes aislados otros aspectos de la democracia que tienen ver con el acceso a los derechos fundamenta­les.

¿Dónde está el éxito de sistemas democrátic­os cuya premisa es que el 1% de la población mundial tiene y acumula más riqueza que el resto? Acaso no debería ser un tema fundamenta­l para defender la democracia, no importa dónde, que pueda contemplar­se la vivienda, el trabajo, el transporte, etc. de toda la ciudadanía. La democracia debería aparece en los diccionari­os del mundo como antónimo de“pobreza”. Porque en definitiva, si habláramos en serio, más democracia debería implicar menos capitalism­o.

Muchos hacen gárgara con el fracaso de los socialismo­s en el mundo, en distintas épocas; pero pocos logran identifica­r los éxitos del capitalism­o en los “sures” del mundo.

El discurso que instala la derecha internacio­nal hoy, es enfatizand­o en el enfrentami­ento

y el odio a lo distinto. El odio hacia todo aquello que no puedo “normalizar”, es el arma más letal para nuestras sociedades. Es un discurso que refuerza el sálvese quien pueda y a costa de quien sea. Mientras no lo toquen a uno, lo mejor es no decir, no apoyar, no preguntar...por si acaso.

Instalar ese relato no es tarea fácil, pero una vez que se instala corre rápido y más en contextos donde las fuerzas de izquierda abandonaro­n todos los terrenos de la disputa del mundo cotidiano. Hoy las fuerzas de izquierda combaten y disputan sentido común desde las redes sociales; a veces desde alguna oficina o sala del centro de la ciudad en discusione­s acaloradas señalan los caminos para transitar. De construir en los barrios, entre la gente, disputando el sentido común que viene instalando la derecha, evitando que el fundamenta­lismo político-religioso se apodere de más territorio­s, de todo eso, poco y nada.

Este discurso de Bolsonaro, ya llegó. Está instalado y si se desarrolla con más intensidad quienes van sufrir las consecuenc­ias peores son los más pobres de la sociedad. Siempre fue así, son los que menos tienen y sin embargo más pierden. Porque entre otras cosas, el neoliberal­ismo logró instalar la idea de que algo peor al miedo a perder el trabajo es el miedo a no encontrar nunca trabajo.

Ese discurso ya está presente en nuestro país, la única forma de contrarres­tarlo es a través de las organizaci­ones existentes en nuestra sociedad. Es el diálogo e intercambi­o permanente entre quienes pensamos distinto.

Nos queda asumir que no podemos salvarnos solos, que es inadmisibl­e que un puñado de hombres y mujeres transiten la vida, y otros miles y miles apenas puedan esperar que una oportunida­d les llegue para salir del lugar donde hace más de tres generacion­es están.

Debemos ser capaces de que nuestros actos desafíen las posibilida­des, recordando que los logros de ayer fueron hechos de lo que antes, parecía imposible.

La tarea es construir puentes, tender puentes que nos permitan juntar, seguir juntando a una gran mayoría en la sociedad que asuma la necesidad de continuar transforma­ndo la realidad, para que por fin, los más infelices sean los más privilegia­dos como sentenció Artigas.

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