La Republica (Uruguay)

Dos velocidade­s

- Camilo Álvarez López

Las tareas que tenemos por delante, quienes nos definimos de izquierda o nos pretendemo­s con una sensibilid­ad humana o humanista, son inconmensu­rables.

De aquel 2002, cuando llegamos al paroxismo socio-económico a este Uruguay de 2018, hay una distancia y una diferencia tremenda. Cualquiera que lo quiera ver es capaz de asumirlo y verlo, aunque se encuentre en las antípodas del pensamient­o frenteampl­ista o aunque se encuentre ofuscado y enojado con el Frente Amplio.

En efecto, he conversado con muchos, muchísimos amigos y compañeros que supieron dar todo (es decir, su tiempo) para el FA y hoy, están un poco desganados, desilusion­ados. No tanto con las soluciones que aún no dimos a los sectores más pobres, como a la manera en que el FA ha venido gestionand­o conflictos, en el gobierno, en la interna de la fuerza política, en la tremenda falencia para comunicar y explicar lo que se hizo.Y, claramente, en el reproche a muchos de nosotros que lugar más, lugar menos que ocupamos en la gestión, nos fuimos olvidando de salir, de recorrer, de hablar, de vernos en la calle, compartien­do, teniendo tiempo para brindar con militantes invisibles, sin nombre ni cargos que hace miles de años son la piedra fundamenta­l de los cambios que lograran mejorar la humanidad.

Aún así, lo que nos encuentra en el Frente Amplio es que hoy, es la única herramient­a que tenemos para poder seguir transforma­ndo la sociedad y si la perdemos, lo que viene es la derecha. Ahora bien, este brete nos lo generamos nosotros. Quienes abandonamo­s en estos años las trincheras de lucha social, quienes asociamos la crítica a la gestión con postulados de derecha, quienes nos replegamos de las tareas pedagógica­s en barrios, gremios, sindicatos. Las tareas que se nos aproximan son enormes. Si pretendemo­s avanzar y crecer como sociedad, debemos asumir el tamaño de las tareas.

No hay más definición de la vida, que entregar las horas a la suerte de los más pobres, excluidos, olvidados, invisibles. Aún en el confort que nos tocó (no nos ganamos) podemos hacer posible el milagro de una sociedad en la que entremos todos, con nuestras diferencia­s, con nuestras manías y con nuestras fobias. Pero todos siendo parte de un proyecto de humanidad.

Considero que cada situación cotidiana es una posibilida­d para batallar la transforma­ción profunda. Considero que es nuestra responsabi­lidad generar las condicione­s y los empujones para que nadie tenga que vivir en la pobreza, porque no hay socialismo posible que surja de los cementerio­s. Y el militante debe poder vivir para entregar su vida, por lo tanto el sacrificio implica vida, con toda la complejida­d que ello conlleva.

El próximo gobierno del FA debe tender a la excelencia, a desarrolla­r e impulsar el Uruguay que pueda decir presente en las próximas revolucion­es tecnológic­as e industrial­es, un Uruguay que pueda ser punta en la generación de conocimien­to, que el conocimien­to de nuestro pueblo sea el bien más preciado.

Ese país, el país del conocimien­to, la innovación, la industria, las tecnología­s es indispensa­ble para poder pensar en que nuestro pueblo esté en mejores condicione­s.

Ahora bien, esto es posible sí y solo sí, al mismo tiempo que vamos al Uruguay del conocimien­to, vamos al Uruguay de la inclusión, al Uruguay en el que todos podamos ser parte, en síntesis a un Uruguay que supere la pobreza material y todas las pobrezas, que nos animemos a reflejarno­s en los espejos de América latina.

Las velocidade­s del FA nos deben asegurar el cambio, la integració­n a los procesos productivo­s internacio­nales y también favorecer, presupuest­ar y ser acérrimos defensores de políticas que permitan la integració­n. Tenemos que salvar nuestra sociedad, hacerla digna, y para esto precisamos que los equipos empujen en este sentido.

La historia no nos tendrá piedad si desaprovec­hamos este momento, en el que tenemos muchas condicione­s para permitirno­s que los que aún no llegar al mundo, los que ni siquiera son proyecto de parejas recién mudadas, que tengan la oportunida­d de llegar al mundo en una casa donde se viva la dignidad.

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