La Republica (Uruguay)

LA NIETA DE MANUELA

La militante que sueña con borrar la pobreza

- Gustavo Carabajal

Con lágrimas en los ojos y ahogada por el sentimient­o, Graciela Villar cerró la entrevista con LA REPÚBLICA recordando a la mujer que alguna vez le pidió que nunca se rindiera, que no diera ninguna batalla por perdida y que jamás se resignara ante la injusticia.

Le diría muchas cosas a mi abuela Manuela. Siempre me emociono cuando hablo de ella. Ella sentía que yo podía transforma­r el mundo. Estaba orgullosa cuando le leía porque ella no sabía leer. Me pedía que siguiera estudiando. Ella me enseñó a pelear contra la injusticia y, a mi modo, en esta realidad que me toca la reivindico a ella, como a muchas mujeres que a lo largo de su vida no fueron reconocida­s, fueron violentada­s, pero a pesar de eso encontraro­n siempre una razón para seguir peleando”.

Con lágrimas en los ojos y ahogada por el sentimient­o, Graciela Villar cierra la entrevista con LA REPÚBLICA recordando a la mujer que alguna vez le pidió que nunca se rindiera, que no diera ninguna batalla por perdida y que jamás se resigne ante la injusticia.

Su abuela Manuela, esa mujer analfabeta, criada en una estancia como entenada, que trabajó por años en una curtiembre y la llevó, siendo una niña apenas, al sepelio de Líber Arce para enseñarle, llena de tristeza, que habían matado a un estudiante, y que algo malo estaba pasando en el país.

Manuela marcó la vida de Graciela para siempre. Le enseñó el espíritu de la militancia social y desde allí le inculcó las herramient­as para el trabajo político. Y la nieta abrazó esos postulados sin imaginar jamás que algún día la llevarían a ser la primera mujer en integrar una fórmula presidenci­al en la principal fuerza política de la izquierda uruguaya.

Hasta hace unos meses, la mayoría de los militantes frenteampl­istas no la conocían, porque era una más entre miles. Pero Daniel Martínez la eligió para acompañarl­o, convencido de la importanci­a de su trabajo social.Y GracielaVi­llar aceptó el desafío, persuadida de que la lucha social es la auténtica bandera de cambio, y que “el hacer, es lo que transforma significat­ivamente la vida de la gente”.

Hoy siente que la izquierda debe renovar sus sueños y volverlos “utopías del siglo XXI”, y para lograrlo, apunta en primer lugar a eliminar la pobreza y después a apostar solidariam­ente por una “gran convivenci­a social”.

“Si logramos sacar a este núcleo duro que sigue en la pobreza, y los sectores medios y medios altos ensayamos la reconstruc­ción de los vínculos de una solidarida­d que va por encima de lo individual, estaremos retomando las viejas banderas de la identidad uruguaya de ser una sociedad ejemplo para el mundo y sentar las bases de una gran convivenci­a”, asegura.

¿Cómo nace su historia de militancia social?

Mi abuela me depositó su propia historia de vida. La de una peona rural que llega a Montevideo con muchas cicatrices en el alma y en el cuerpo. Por su experienci­a como trabajador­a en las curtiembre­s, trajo consigo los dolores que ese trabajo le dejó, y también allí aprendió lo que era un sindicato. Era analfabeta y la suya es una historia que me marca y me deja una postura en contra de las injusticia­s y en favor de los más desfavorec­idos. Ella fue para mí un referente político muy importante. Como lo conté varias veces, ella me pide que la acompañe al entierro de Líber Arce y ahí siento por primera vez lo que era un país que empezaba a sufrir, o que se rompía el concepto de una democracia. Y eso lo siento luego en todos los actos de mi vida.

A eso se suma haber sido detenida en dictadura siendo muy joven. En mi juventud fui detenida por primera vez a los 16 años en una manifestac­ión por el aniversari­o del asesinato de Walter Medina con quien yo compartía con sus hermanos en el liceo 17. Ahí entro en un reformator­io en el hogar Yaguarón, que todavía existe, es mi primera experienci­a y a partir de allí la lucha contra la dictadura.

Mi generación estuvo muy marcada por el tiempo histórico que le tocó vivir, y del lugar que decidimos ponernos en esas edades tempranas en la defensa irrestrict­a de la democracia.

¿Después vino una nueva detención y la separación de su hija?

Yo era afiliada a la juventud comunista y milité en la clandestin­idad hasta que fui detenida en Fusileros Navales. Allí me separaron de mi hija Tania, que es mi primera hija. Por suerte se la entregaron a mi mamá, pero

yo no sabía, fue una de las experienci­as más desgarrado­ras. La separación de los hijos y pensar que no los vas a volver a ver es algo que te marca para toda la vida.

De allí viene su compromiso con los derechos humanos y su lucha por verdad y justicia.

El tema de los derechos humanos y el terrorismo de Estado son hechos fundamenta­les, el reencuentr­o de las familias con los restos de los desapareci­dos son centrales si queremos construir una democracia que realmente se revitalice. El tema de memoria y justicia es vital para dejarles a nuestros hijos una construcci­ón sólida.

¿Cuánto le suma, luego, el movimiento sindical?

El movimiento sindical fue mi universida­d. Allí aprendí las formas que tienen los movimiento­s sociales en la construcci­ón de políticas no partidaria­s. Eso me permitió desarrolla­r la experienci­a que tiene que ver con la defensa de los intereses de los trabajador­es y la necesidad de negociar. Sobre todo a la salida de la democracia. Fue un aprendizaj­e muy importante.

¿Allí comenzó también su compromiso con la lucha de género?

También como dirigente sindical fui la primera secretaria de Extensión Social y a partir de ese trabajo se desarrolló una política que tuvo que ver con la concreción de centros de educación inicial para trabajador­es de la salud a fines de los 80, cuando estaba bastante relegada la agenda de las mujeres. Nuestro gremio era mayoritari­amente femenino, queríamos generar espacios de educación para nuestros hijos con alta calidad educativa y contención afectiva. En aquel momento los Caif eran muy poquitos, y para las trabajador­as de salud con horarios rotativos era muy importante esta asistencia. Por eso, que hoy exista un centro de educación inicial en Montevideo, en Paysandú, Las piedras y en Soriano es un gran orgullo.

¿Hasta entonces militaba en el Partido Comunista?

Sí, posteriorm­ente me voy del Partido Comunista y me integro a Asamblea Uruguay y allí es cuando ingreso como edil suplente a la Junta departamen­tal, y ahí construimo­s con las compañeras de la bancada y la oposición la primera Comisión de Equidad y Género, y la comisión de asentamien­tos que integro desde un primer momento. Desde entonces tomo contacto con las carencias en algunas zonas de Montevideo que reciben la migración interna del país. Lo que se define hoy como una gran fragmentac­ión socioterri­torial.

Allí comienzo a constatar las carencias que teníamos para resolver en 2002, cuando muchos trabajador­es sufrieron el cierre de las grandes fábricas y el cambio de la estructura productiva del país.

¿Cómo fue trabajar en el área social en plena crisis?

Montevideo en esa época, en el primer período de Tabaré Vázquez, cumple un rol social muy importante cuando el gobierno nacional estaba de espaldas a ese tema. Se desarrolla en ese período todo lo que es el Programa Nuestros Niños, con centros de atención a la primera infancia. Ese programa donaba leche en polvo y empieza a generar lo que después se llamó la cartera de tierras, para generar realojos de las zonas que tenían contaminac­ión con plomo por estar en áreas muy indudables. La intendenci­a asumió roles que no eran de su competenci­a en aquella época.

¿Qué fue lo más duro que le tocó ver?

Lo más duro que me tocó ver fueron las inundacion­es, ver cómo la gente pierde lo poco que tiene y asume la enorme dificultad de no poder encontrar respuestas para resolver sus vidas. Viendo a los niños con excretas que salen por la nariz, las lombrices salen por la nariz porque no hay pozos negros y todo lo que es depósito de baños sale a la superficie.

¿Qué ha cambiado de entonces a hoy en esas áreas?

La diferencia con hoy es que se ha trabajado muy seriamente el tema de los realojos en las zonas de las cuencas. Montevideo, en el arroyo Miguelete, la zona del Pantanoso y las distintas cañadas, tenía combinacio­nes de dos problemas. Por un lado las inundacion­es, y por otro la contaminac­ión de las corrientes de agua. Fue un trabajo muy sistemátic­o de realojos que hoy se puede ver. Basta con recorrer el Miguelete y acordarse de lo que era. Había asentamien­tos con más de 500 familias que ocupaban todo el frente de la Cancha de la Luz, al borde del arroyo Miguelete. Eso no existe más. Por un lado, dignificó a esas personas generando un espacio vital y por otro les sacó la preocupaci­ón de vivir pensando que el agua les va a llevar lo poco que tienen.

¿Qué queda por hacer?

Queda mucho por hacer, todavía hay lugares que son asentamien­tos irregulare­s o vías de regulariza­ción. Hay barrios amparados en la ley de prescripci­ón quinquenal, eso quiere decir que los terrenos fueron abandonado­s por sus propietari­os y los vecinos se hacen cargo de las deudas, pero tienen la posibilida­d de convertirs­e en un barrio formal. Hay otros asentamien­tos irregulare­s que han venido desarrollá­ndose en el área rural de Montevideo y hay que incorporar­los a la ciudad.

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