La Republica (Uruguay)

La noche del Golpe: inicio del exilio

- Juan Raúl Ferreira Web: juanraulfe­rreira.com.uy

En la década del 70 el país estaba movilizado. El fin de semana anterior al Golpe estábamos de gira por Maldonado. Era junio del 73. Faltaban casi 4 años para las elecciones y salíamos igual, todos los fines de semana, al interior. Había un contacto cara a cara con la gente. Pero también grandes asambleas como la de aquel domingo 24 de junio en la Plaza San Fernando. ¿Quién iba a decir que era la última gira en más de una década? Wilson hablaba cuando un grupo de la JUP (grupo violento de extrema derecha) rodeó el acto y comenzó a arrojar piedras. No por valentía, sino irresponsa­bilidad juvenil, fui a enfrentarl­os. Veo que un contingent­e de la policía salía a mi encuentro, desde la Jefatura. Me dio tranquilid­ad: “vienen a protegerme,” pensé. Pero llegaron a cuidar a los agresores y me llevaron preso. Hablaba Wilson, interrumpi­ó su discurso y dijo: “Se llevan preso a mi hijo…” Sentí tranquilid­ad. Solo por un momento. Rápidament­e agregó. “Déjenlo, que se vaya acostumbra­ndo porque se vienen tiempos difíciles…” Es cierto, que el diputado del departamen­to, que era del Movimiento que lideraba Wilson, Miguel Ángel Galán, se apersonó en la Jefatura y tras una breve discusión logró que me dejaran ir. Por la noche, Wilson se fue a su pago de Cerro Negro, en Rocha. No iba a descansar. Necesitaba un poco de tiempo y privacidad para pensar. Nos despedimos y, tras levantar mis petates del Hotel Iberia, de Evaristo Salazar, regresé a Montevideo en el auto del dirigente y exsenador Horacio Polla (a quien se debe aún un reconocimi­ento por su lucha en tiempos difíciles). Yo aún vivía con mis padres, en un departamen­to de Avenida Brasil y la Rambla, donde tantas veces le había vivado la multitud. Llegamos muy tarde. Frío, llovizna, viento y ni un alma en la calle. Al entrar a casa, debajo de la puerta, una esquela. Con seudónimo, el

Capitán Bernardo Piñeyrúa hacía saber la necesidad de reunirse. Pero el viejo no había venido a Montevideo. Piñeyrúa era Capitán de Navío y de total confianza de mi padre. Era director de Hidrografí­a de la Armada y Presidente del Club Naval. Integraba un grupo de militares constituci­onalistas muy jugados en la defensa de las institucio­nes. Vivía cerca de casa. Allí fui el lunes 25 bien temprano. Se venía el Golpe… Me informó que Bordaberry había decidido librar orden de captura contra el senador Enrique Erro, ignorando la inmunidad parlamenta­ria que le garantizab­a la Constituci­ón. El operativo había comenzado con un pedido de desafuero, que el Senado no aprobó. Erro estaba en Buenos Aires, invitado por la Juventud Peronista y la informació­n era que, a su regreso, sería detenido. Ya en casa, no sabía por dónde empezar. Tenía que lograr comunicarm­e con los viejos. ¿Y si me iba hasta allí? No había celulares ni computador­as… Me hice algo rápido para comer. Por el ruido de la puerta supe que llegaban los dos. “No es momento para estar lejos”, dijo. Le conté todo y concerté una reunión esa tardecita en un estudio en la Ciudad Vieja, con los marinos amigos. El martes 26, fue muy intenso. Temprano se reunió con Seregni. Me hizo esperar en el auto. Habían acordado sacar una resolución del Partido Nacional y el Frente Amplio para dar a conocer en el momento del Golpe. Iban a invitar a los colorados a firmarla, pero él no creía que aceptaran, como se confirmó esa misma tarde. También dijo haber hablado de Michelini. Le preocupaba la suerte de su amigo. Y a Seregni también. La inminencia del Golpe convencía a la dirigencia democrátic­a del país. Pero aún no había conciencia de lo rápido que sería: esa misma noche. Se encomendó a Oscar Botinelli y a Pivel Devoto la redacción de la proclama. Todo al revés de lo que dice ese audio mal editado, que se cuelga cada tanto, en el que Wilson ataca a los gremios y a comunistas. No tiene nada que ver con lo que se sabe que pasó. Seregni iba a plantear al Frente que pidiera a Zelmar Michelini que viajara a Buenos Aires, para impedir que regresara Erro. “Para ganar tiempo”. ¿Sabrían ambos que todo era cuestión de horas? ¿Lo hicieron para evitar que estuviera? Por un lado, Michelini no pudo estar en la histórica sesión del Senado, pero eso los tranquiliz­aba. Pocas horas más tarde ya se sabía que el Golpe no solo era inminente, sino que sería esa noche o la madrugada siguiente. Zelmar pasó por casa ya camino al aeropuerto. No puedo olvidar el abrazo que se dieron. ¡Cómo lo quería Wilson! De casa al Palacio. Allí me manda, varias veces, al despacho del Toba (Presidente de la Cámara, con los votos del FA y de la mayoría del Partido Nacional.) Se resistía a irse. Finalmente, Wilson se lo pide personalme­nte. Se escondió un par de días, hasta que un amigo en común (Alfredo Arocena, Gerente de la Naviera Dodero) lo embarcaría oculto en el Vapor de la Carrera. Un grupo de amigos (Ricardo Vidal, José P. Laffite y otros,) organizaba el viaje de Wilson por la noche con destino a Buenos Aires en una nave de recreo. Yo solo tenía que ocuparme de la salida segura del Palacio. A eso dediqué la tarde. Lo acompañé a un acto de la

Coordinado­ra partidaria de Cerrito dela Victoria, ya programado, en el Cine Grand Prix. Los jóvenes militantes fueron sorprendid­os con su despedida y anuncio del Golpe. El viejo y amigos de todos los partidos le piden a Jorge Sapelli que asista al Consejo de Ministros, para arruinar la fiesta votando en contra. ¡Cuánta dignidad la de Jorge Sapelli! ¡Qué poco se recuerda todo lo que hizo en la larga noche que se iniciaba! El Senado se despidió en una sesión de difícil quórum: sin Jorge ni Zelmar, los herrerista­s faltaron y Beltrán pidió licencia. Cuando terminó el discurso de Wilson, salimos del Palacio. Un brazo uniformado le sale al paso. Pudo haber pasado cualquier cosa. Era el policía José Antonio Grasso: “Mi casa es muy pobre, pero allá no lo van a ir a buscar”. Como estaba previsto, él se escabulló. Mientras, los militantes me acompañaba­n junto a un desconocid­o vestido como él dando vítores. Salimos en su auto.

Nos siguió un vehículo de fusileros navales. A las diez cuadras, nos detuvieron. Se sorprendie­ron de ver que él no estaba. Otra vez: la llovizna y el viento. Esa noche la pasé con los brazos sobre la cabeza apuntado por las metralleta­s de los fusileros. Así, hasta la madrugada en que me dejaron en libertad. Apenas pude me escondí. El discurso de Wilson en la sesión de despedida fue quizás el más recordado de su carrera política. Todos los canales lo pasan cada año el 27 de junio. Me cuesta verlo. El joven que lo abraza dos veces y muy fuerte soy yo… Y fue nuestra despedida. Ya no le iba a ver ni sentir de cerca su afecto. Hasta el Exilio.

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