La Republica (Uruguay)

La noche del Golpe

- Por Juan Raúl Ferreira A

El fin de semana del 24 y 25 de junio fue muy movido, Por la Patria estaba de gira por Maldonado, en medio de los rumores de la inminencia del Golpe. Era un Uruguay movilizado, sonde los actos y las giras no eran solo en tiempos electorale­s. Cerramos con un acto en la plaza.

Militantes de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP) nos arrojaban piedras de la vereda de enfrente. Llegó la policía, pensé que que para detenerlos pero fueron por mi. Cuando Wilson lo advirtió y dijo, en pleno discurso,“Se llevan a mi hijo, déjenlo así se va acostumbra­ndo.” ¿Cómo olvidarlo!

Terminado el acto, Wilson se iba a descansar al campo y me llevó a Montevideo el dirigente blanco Horacio Polla (no suficiente­mente recordado). Me dejó en casa. Debajo de la puerta había una esquela con seudónimo. Era del C/N Bernardo Piñeyrúa, militar demócrata. Quería ver a Wilson. Fui a verlo a las 6 de la mañana. Me advirtió que el Golpe era inminente, aunque nadie se imaginaba que a la democracia le quedaban apenas unas horas.

El modo sería detener a Erro cuyo desafuero acababa de negar el Senado. Éste se encontraba en Buenos Aires dando unas charlas y lo aprehender­ían al regresar a puerto. Rumbo a casa pensaba como avisarle al viejo. No había celulares, ni esas cosas de hoy. Había que llamar a Castillos, mínimo tres horas de espera, y lograr que alguien de confianza fuera al campo donde no había teléfono.

Llego a casa y están mis padres. Algo les dijo que no era momento de descanso ni para meditar. Les conté todo. A media mañana lo acompaño a la casa del Gral. Líber Seregni, quien también estaba muy informado. Deciden en el acto, aunar esfuerzos en la lucha contra la dictadura que se viene. Llaman a un dirigente colorado, que les dice que ellos lucharán “contra el mismo enemigo, pero cada cual desde sus trincheras”.

Ellos acuerdan: 1) seguir adelante con la lucha común contra el futuro régimen; 2) Pedirle a Zelmar Michelini que vaya a Buenos Aires y frenar a Erro para ganar tiempo; ·) Redactar una proclama común apoyando la Huelga General que ya sabían se iba decretar con ocupación lugares de trabajo. La redacción estaría a cargo de Oscar Botticelli (FA) y el Prof. Pivel (PN). Y todavía hay blancos que circulan un audio trecho donde Wilson hace a la CNT responsabl­e del Golpe. (¡!)

Zelmar pasa por casa a despedirse. Hablan un rato, llaman ambos a Seregni, y se despiden con un interminab­le abrazo. Horas más tarde, ya en el Palacio Wilson procura que el Toba (Gutierrez, Presidente de la Cámara) haga lo mismo. Me manda varias veces a su despacho. Toba era, siempre, un gran optimista y se negaba a aceptar el desenlace. Finalmente va papá mismo a convencerl­o. Luego supimos que se escondido un par de noches en casa de amigos. Lo sacó, en el Vapor de la Carrera, otro gran olvidado, Alfredo Arocena, Gerente de la Empresa Naviera.

Las coordinado­res de Juventud, tenían un acto en el Cine Grand Prix. Wilson no estaba anunciado (no iba a estar en Montevideo), pero va. El rostro de alegría de los jóvenes se transforma en expresión de rabia, bronca comprometi­da con la lucha. “No nos vamos a ver por un tiempo”, les dice y les pide que junten víveres para mantener las ocupacione­s que está a punto comenzar la Central Obrera.

De regreso al Palacio se pasa a la sesión de despedida. La preside Paz Aguirre, pues todos los Partidos le piden a Sapelli que asista al Consejo de Ministros. El Vice Presidente de Bordaberry tuvo en todo momento una dignidad que merece recordarse.Wilson pronunció su más célebre discurso. Cada año todos los canales de televisión lo retransmit­en. Anunció que se considerab­a en guerra contra Bordaberry, “enemigo de su pueblo, y sus cómplices”. Tras llamar a la Unidad Nacional termina con un resonanteV­iva a su Partido.

Evito detalles, porque fue una noche larga. Pero,No todo fue dolor esa noche y al otro día hubo gestos que templaban el espíritu. Pondré tres ejemplos:

El Embajador Bianchi, el Sub Comisario José Antonio Grasso y el Almirante Lebel a quien se homenajeó hace pocos días en el 49 aniversari­o de El Golpe. poniendo su nombre a una calle en su natal Nueva Helvecia.

Antes de comenzar su discurso, me llega la copia de una carta. Estaba dirigida a Bordaberry por el Embajador Alfredo Bianchi. Muy perseguido por Pacheco y su sucesor, había ganado en el Tribunal de lo Contencios­o su derecho a salir como Jefe de Misión. Días antes brindamos en su casa con mis padres por que se iba de Embajador a Japón. Renunciaba, arrojaba dignidad y cargo al rostro del tirano: “una cosa es representa­r una democracia y otra distinta a una dictadura.”

Salimos del Palacio con un plan. Pero al llegar a la puerta un brazo uniformado con la mano derecha tomó el brazo izquierdo de Wilson. Todos reaccionam­os. Pudo pasar cualquier cosa. Era José Antonio Grasso, el policía que cuidaba esa entrada. Penas intercambi­amos un saludo diario con él. Miró a Wilson y con la voz cortada le dijo: “Mi casa es muy humilde, pero allá no lo van a ir a buscar”.

Los jóvenes congregado­s, me siguen a su auto vivándole, mientras él se escabulle en otro auto. Partí con un amigo en el suyo. Vimos que nos seguía un vehículo militar. Al llegar a la Rambla y Pereira, se puso delante del nuestro y nos detuvieron. Con las manos sobre la cabeza, a la intemperie, el viento de la madrugada empezaba a helarnos. Sólo querían saber dónde estaba Wilson. Permanecim­os en silencio.

A la mañana siguiente Wilson se esconde tras un frustrado intento de partir en un velero desde el buceo. Le envío una esquela con una foto que me había llegado. Un marino en actividad, que aún no conocía pero de quien se haría en su exilio muy amigo, daba otra lección de dignidad. Se sentó en la puerta de su casa uniformado, con un improvisad­o cartel que decía “Soy Oscar Lebel, Abajo la Dictadura”. Fue expulsado de la Armada, e ingresó a la marina mercante desde donde se las arreglaba para visitar a Wilson en Londres cada tres meses. Llevaba y traía cartas y mensajes reasumiend­o riesgos.

En los tres casos Wilson me contestó igual, dos veces mirándome a los ojos, la tercera en una esquela que conservo. “¿Viste Juan? No todo está perdido".

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