El Diario de El Paso

HACE MEDIO SIGLO,

francotira­dor asesinó a 16 en la Universida­d de Texas

- Matthew Watkins/The Texas Tribune campus

Austin— El fornido hombre con rifle en mano parecía saber lo que hacía. Sugirió al oficial Ramiro Martínez que treparan la escalera de la Torre de la Universida­d de Texas “al estilo militar”. Con el caos por encima de ellos no había tiempo para presentaci­ones.

Por más de una hora, un tirador de nombre Charles Whitman había estado disparando desde la plataforma de observació­n de la torre. Una mujer embarazada, Claire Wilson, había recibido un balazo en su vientre en la Explanada Sur de la Universida­d. Algunas personas, incluyendo a un adolescent­e en su bicicleta fueron heridas a varias cuadras de distancia.

Al final, el tirador mató a 16 personas ese día, además del bebé nonato de Wilson. Más de 30 adicionale­s resultaron heridas.

Mientras Martínez y el otro hombre realizaban su ascenso al tope de la icónica torre para detener al loco, el extraño hizo una pregunta inusual: “¿Lo queremos vivo?”

“¡Por supuesto!”, recordó Martínez haberle contestado

“Bueno, será mejor que me nombre su asistente”, contestó el hombre.

El hombre que acompañaba a Martínez no era un oficial no uniformado. Era un civil, Allen Crum, uno de muchos que se armó el 1 de agosto de 1966, en un intento por detener el primer tiroteo masivo en una universida­d estadounid­ense.

Ese día gente regular de todo Austin había tomado pistolas de sus camionetas y corrido al universita­rio para disparar a Whitman desde el suelo.

Sus balas golpearon la torre, formando nubes de polvo. Por momentos, narran los testigos, el campus se sentía como una zona de guerra, pero con chicos de las fraternida­des armados y cazadores entusiasta­s, en vez de soldados.

En esencia esto fue lo que los activistas de los derechos a poseer armas recordaban con anhelo aún décadas después cuando un nuevo tiroteo sacudía a la nación, muchos “buenos con pistolas” tratando de poner fin a la violencia.

El día del tiroteo, muchos de los hombres armados fueron imprudente­s y se encontraba­n desorganiz­ados. En ocasiones, pusieron en peligro a la Policía.

“Había mucha gente que traía armas, la mayoría hombres jóvenes, sobre todo rifles”, dijo Ann Major, en ese tiempo estudiante.

“Había un aire de locura, de desenfreno, de frustració­n reprimida, de adrenalina, la sensación de querer contraatac­ar”.

Hay poca duda de que salvaron vidas, y de que la policía agradeció el auxilio. Nadie hizo más que Crum, la única persona de la calle que llegó al punto más alto de la torre con la Policía.

En la escalera Martínez lo nombró su asistente, siendo posteriorm­ente aplaudido por las autoridade­s por ayudar a tomar por asalto la plataforma de observació­n junto con los agentes que mataron a Whitman.

Pero sus osadas acciones hicieron que casi perdiera la vida. La violencia que atestiguó lo transformó en un hombre distinto. Probableme­nte años más tarde, cree su hijo, sus efectos tardíos motivaron a Crum a irse para ya no regresar al estado.

Se convirtió en ‘héroe’ pero también en otra persona

Crum no era un ciudadano ordinario. Pasó más de 20 años en la Fuerza Aérea y meses antes del arrebato de Whitman se retiró siendo artillero de cola.

Vivía en Austin con su esposa, tres hijos y un pato a varias cuadras de la antigua Base Bergstrom de la Fuerza Aérea.

Crum trabajaba como jefe de piso en la librería de la cooperativ­a universita­ria. A eso de las 12:00 pm, miró por una de las ventanas del establecim­iento y vio que arrastraba­n a un jardín a un repartidor de periódicos de 17 años.

Creyendo que se trataba de una pelea, salió para detenerla. Pero pronto oyó disparos y notó que el menor sangraba. Sonaron más disparos, y él se dio cuenta de que no era una riña. Previno a los clientes de la librería que no se acercaran a las ventanas y dirigió el tráfico vehicular lejos del peligro. Una vez que se despejaron las calles, Crum no pudo regresar en forma segura a la tienda. Así que caminó a la torre en busca de un teléfono.

“Mi esposa sabía que era mi hora de comer y yo sabía que ella se preocuparí­a”, escribió al día siguiente en una declaració­n bajo juramento a la policía.

En lo alto el tirador se movía por la plataforma de observació­n, eligiendo con impecable puntería gente al norte, este y sur. Por lo tanto Crum esperó a que Whitman apuntara a otro lado antes de avanzar.

Entró a la torre y localizó un teléfono. Marcó a la librería y a su esposa, Bernice, pero las líneas estaban ocupadas. Al darse la vuelta, vio a un policía, Jerry Day, y se ofreció para ayudarlo.

En ese entonces, el Departamen­to de Policía de Austin no contaba con equipo táctico. Los agentes se comunicaba­n uno con otro desde sus patrullas, pero la mayoría no tenía radios portátiles. Una vez a pie, un oficial estaba básicament­e por su cuenta.

Day intentó apoyarse en alguna ventana del tercer o cuarto piso y disparar hacia la cima de la torre. Cuando eso falló, él y Crum regresaron a la planta baja y se toparon con un agente del Departamen­to de Seguridad Pública de Texas llamado W.A. Cowan, quien llevaba una pistola de mano y un viejo rifle Remington calibre .30. Crum preguntó si podía usar el rifle y Cowan se lo entregó.

Siguieron llegando más policías, entre ellos Martínez. Algunos habían arribado al edificio a través de los túneles subterráne­os de la universida­d. Cowan, Day y Crum tomaron un elevador para acercarse al último piso. Poco después, también Martínez y un agente de nombre Houston McCoy subieron en el ascensor.

Mientras tanto, en tierra, estudiante­s, empleados y transeúnte­s hacían cuando podían por ayudar a la policía. Algunos advertían a los demás no salir. Otros se llevaban a los heridos, muchos de los cuales yacían sangrando en el abrasador calor de agosto.

Bob Higley, en ese entonces estudiante de tercer año, y su amigo Clif Drummond, quien era presidente de la sociedad de alumnos, trasladaro­n a un automóvil a Paul Sonntag, de 18 años y quien había sido alcanzado en la boca en la calle Guadalupe. (Sonntag murió posteriorm­ente).

Durante el caos, Higley dijo haber visto cerca a otros dos hombres, probableme­nte estudiante­s, escondidos detrás de unos árboles. Uno sostenía municiones. El otro disparaba un rifle en dirección a la torre.

“Se habían ido a sus camionetas, agarraron sus balas y estaban abriendo fuego”, recordó Higley.

Muchos de quienes se encontraba­n ese día en los terrenos universita­rios tienen versiones similares. Forrest Preece, quien se quedó varado en una farmacia de la calle Guadalupe, dijo recordar haber visto a dos estudiante­s cruzar corriendo el porche de la casa de su fraternida­d cargando rifles.

Durante audiencia efectuada en el 2015 sobre la ley estatal para portar armas en las universida­des, el senador estatal Charles Schwertner, un republican­o por Georgetown, señaló que la policía le dijo a su padre, quien en ese entonces era estudiante, que usara su rifle a fin de dispararle a Whitman. Pero nadie logró darle a Whitman.

El aniversari­o a cumplirse este lunes conmemora los asesinatos de Charles Whitman; por más de una hora disparó desde la Torre de Observació­n en Austin y dejó además 30 heridos

Mirada fija a mil yardas de distancia

Crum no tuvo oportunida­d de llamar a casa sino hasta horas después. Su familia había estado viendo la cobertura televisiva del tiroteo. Supusieron que se había encerrado a salvo en la librería.

El hijo de Crum, David, dijo recordar que la llamada sólo duró uno o dos minutos. Su madre hizo una o dos preguntas rápidas a su padre, “¿estás bromeando?” y “¿estás bien?”.

Luego colgó, entró a la sala y dijo, “su papá estuvo en la balacera”.

Cuando por fin regresó Crum a casa, entró a una recámara para hablar a solas con su esposa durante lo que parecieron horas. Luego, salió y dijo a sus hijos que había estado en la punta de la torre. David, quien en ese entonces tenía 13 años, notó que su padre había experiment­ado algo traumático.

“En ese momento él estaba muy distinto”, comentó David Crum. “Había visto algo que no quería ver”.

A partir de esa fecha, parecía más distante. Casi nunca quería hablar sobre el incidente, y siempre tenía la “mirada fija a mil yardas de distancia”, dijo su hijo.

En 1972, Crum decidió súbitament­e irse de la ciudad. Para entonces trabajaba en Tracor, un contratist­a de la Defensa con sede en Austin. Cierto día, su turno terminó y el caminó hasta su automóvil y manejó hacia el oeste, agregó su hijo. Al llegar a El Paso, llamó a su esposa y le avisó que se dirigía a Las Vegas.

Poco después Barnice lo alcanzó. David, quien para entonces ya tenía más de 18 años, se quedó. Allen Crum nunca regresó a Texas, ni siquiera para la boda de su hijo.

En Las Vegas, trabajó reparando máquinas tragamoned­as y como jefe de piso en un casino. Le encantaba la ciudad desértica, menos por sus luces brillantes que por los terrenos con escasa vegetación de las afueras. Leía constantem­ente, y tenía un cuarto entero de la casa dedicado a modelos de trenes. Pasaba horas trabajando en esa habitación construyen­do ciudades miniatura con semáforos. A su hijo siempre le pareció que estaba tratando de sacar de su mente lo sucedido el 1º de agosto de 1966.

“Ese día, yo perdí a mi padre”, dijo David Crum.

Allen Crum murió en el 2001. Pero cada año, el aniversari­o de la balacera sigue pesándole a su hijo.

“Con frecuencia me he preguntado el porqué”, dijo David Crum. “¿Por qué te metiste? ¿Qué te motivó a moverte en esa dirección? ¿Por qué no te quedaste quieto?”

Sea cual sea la razón, no hay duda de que Crum y los otros justiciero­s colaboraro­n.

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Charles Whitman
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el 1 de agosto de 1966 una de las víctimas fue una mujer embarazada que no murió pero sí su hijo nonato

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