‘INJUSTO’, PERSEGUIR A DREAMERS
Washington— No estamos de acuerdo con el presidente electo Donald Trump en gran cosa, pero compartimos su punto de vista en que el Gobierno de Obama exageró en tratar de escribir la ley de inmigración de manera unilateral. Aun así, la aplicación estricta de la ley es una cosa; la crueldad innecesaria es otra. Trump caería en la segunda categoría si su mano dura en materia de inmigración se va contra los jóvenes a quienes Obama protegió desde el 2012 de ser deportados.
Bajo el programa, 750 mil inmigrantes indocumentados –principalmente adolescentes y veinteañeros quienes crecieron en Estados Unidos y se graduaron de preparatorias de Estados Unidos– han recibido permisos de trabajo y tarjetas del Seguro Social. La mayoría tiene empleos; paga impuestos, abre cuentas de banco y, en general, viven vidas productivas, obedientes de la ley.
No serviría a política pública alguna perseguir a esta gente joven, la mayoría de los cuales fueron traídos de niños a Estados Unidos por sus padres, y están indocumentados sin haber cometido delito alguno. La mitad tiene parientes que son ciudadanos de Estados Unidos; aproximadamente una cuarta parte tiene hijos nacidos aquí.
Redarlos, o amenazarlos con ser deportados, sería cazar a familias que han vivido aquí por más de una década. La mayoría de estos jóvenes son tan estadounidenses culturalmente hablando como sus vecinos nacidos en Estados Unidos; muchos están formando carreras con las que aportarán a su comunidad. No tienen secretos sobre su estatus migratorio o su domicilio, ya que se registraron abiertamente en el programa del Gobierno de Obama.
Que Trump use esa base de datos para perseguirlos sería un error que marcaría su nuevo gobierno como desalmado y ganaría para este país el sobrenombre de Estados Unidos ‘El Castigador’.
Los peores instintos de Trump salieron a la luz con la noticia de que Kris Kobach –notable por su línea dura– colaboraría en su equipo de transición.
Kobach, el secretario de estado de Kansas, ha estado detrás de incontables cruzadas a lo largo de la década pasada, muchas de las cuales fueron desbaratadas en cortes federales, para acosar e intimidar a inmigrantes.
Kobach prometió el jueves que el Gobierno de Trump construiría ese ‘hermoso’ muro, y no hay duda de que el señor Trump puede hacerlo.
Sería un desperdicio enorme de dinero –un proyecto de 15 a 25 mil millones de dólares que no frenaría a los que entran con visa y se quedan más tiempo, que representan a un tercio de los inmigrantes indocumentados, y muy poco para frenar los cruces ilegales de la frontera, que ya está en su cifra más baja en 40 años.
Ninguna pared es impermeable y más mexicanos han partido de Estados Unidos de los que han entrado desde la Gran Recesión del 2008.
Y no, México no pagará por el muro.
Pero si Trump quiere despilfarrar el dinero de los contribuyentes en un símbolo, y pelear en Corte batallas con los rancheros estadounidenses de la frontera que se oponen a la invasión federal de sus tierras –pues sí, sí puede.
En el mismo rubro, relativamente pocos estadounidenses se opondrían a la promesa de Trump de deportar a delincuentes indocumentados; esa también es la política de Obama.
El apoyo podría reducirse si Trump expande la definición de ‘delincuente’ para incluir a infractores menores. Eso dejaría a las industrias estadounidenses, particularmente en el sector agrícola, con escasez de valiosos trabajadores que no son fácilmente reemplazables.
La oposición crecería aún más si tratara de redar millones de migrantes que obedecen la ley en todo menos en su estado migratorio; las encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses no favorecerían tal deportación masiva.
Y ciertamente perdería a la mayoría de la nación si se va contra los jóvenes que destacaron ampliamente en sus estudios y los veteranos que de buena fe salieron a la luz cuando Obama ofreció su primer programa de prórroga.
La victoria de Trump le da la licencia para una aplicación significativa (de la ley), no para maldad.