OLA POPULISTA ENVUELVE LA VICTORIA DE TRUMP
Brasil, Filipinas, Alemania y Gran Bretaña rompen esquemas y sorprenden con el triunfo de personas que predican unilateralidad en lugar de la colaboración e intereses de la mayoría sobre los derechos de minorías étnicas y religiosas
LNo mucho antes que los estadounidenses dejaran impactado al mundo al elegir a Donald Trump como su próximo presidente, un acaudalado empresario brasileño que interpretó a un jefe de un reality show de la televisión, se convirtió en alcalde de la ciudad más grande de Sudamérica.
En otra parte del mundo, en el sureste de Asia, un justiciero que se comprometió a matar a todos los criminales y desechar sus cuerpos hasta que los “peces engordaran” fue electo para dirigir un país de 100 millones de habitantes.
En Gran Bretaña, los electores que llevan siglos de moderación y pragmatismo optaron por ignorar un abrumador consejo de los expertos y saltar hacia un abismo de vida fuera de la Unión Europea.
La ola de populismo del 2016 llevó a Trump al pináculo del poder internacional, aunque la influencia no empezó en Estados Unidos. Y con toda certeza no terminará allí.
En lugar de eso, el premio más importante de este movimiento global construido al parecer en base a una reserva sin fondo de reclamos políticos, económicos y culturales es muy probable que sea el acelerador de más victorias para las personas y causas que se inclinen hacia un cambio drástico del orden mundial existente.
“El éxito genera éxito”, comentó Mark Leonard, director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
“En este momento, todos son susceptibles a ello. Las causas parecen ser universales”.
Y a menos que algunos cambios dramáticos frenen el atractivo populista, en este año, varias victorias sorpresivas podrían convertirse pronto en una ruta mundial: el triunfo de aquellas personas que predican una fuerte acción para el imperio de la ley, una unilateralidad en lugar de la colaboración y los intereses de la mayoría sobre los derechos de minorías étnicas y religiosas.
“Su mundo se está colapsando”, comen- tó jubilosa Florian Philippot a través de un tweet después de la victoria de Trump, ella es asesora de alta jerarquía de la líder de extrema derecha, la francesa Marine le Pen. “El nuestro está construyéndose”.
Debido a que las elecciones presidenciales francesas se llevarán a cabo la próxima primavera, Le Pen está bien colocada para agregar a París a la lista de capitales del mundo que han caído en la ola populista.
Se considera que ella llegará a la última ronda de la votación y aunque sus oportunidades habían sido descartadas desde hace tiempo entre los pronosticadores políticos de Francia, eso cambió después de la victoria de Trump.
Mucho antes de las elecciones de Francia, Austria podría convertirse en el primer país en elegir a un jefe de Estado de la extrema derecha en Europa Occidental desde 1945, cuando elija presidente el próximo mes.
El mismo día, el 4 de diciembre, los italianos votarán un referéndum constitucional que podría hundir el gobierno de centro-izquierda del primer ministro Matteo Renzi y que aumentará la fortuna del Movimiento 5 Estrellas que está en contra de la clase dirigente.
Aunque las causas exactas de la oleada populista varian de país a país, el amplio esquema es similar en todos los límites nacionales.
Tal vez se deba a la ansiedad del avance económico que se acumula en unos cuantos y deja al resto estancado o hundido.
A la incomodidad respecto a las implicaciones culturales de un mundo que está cada vez más interconectado.
A la alineación de una clase política egoísta que está de parte de los acaudalados a expensas de la clase trabajadora.
Los líderes populistas son usualmente hijos ricos de privilegiados que tienen poca relación con las masas, aunque aseguran que hablan con ellas pero no les importa.
“La gente siente que necesita un campeón poderoso para echar abajo a la clase dirigente y acabar con ella”, comentó Leonard.
“Importa poco si los líderes son los mismos que la gente a la que representan, el hecho es que tienen la intención de afectarlos”.
Eso fue con toda certeza el caso de Trump, un billonario urbanita educado en una de las mejores universidades estadounidenses, que recibió más votos de las áreas rurales y de los electores menos educados.
Eso también resultó cierto cuando Gran Bretaña votó en el mes de junio para salirse de la Unión Europea.
Los votantes que apoyaban esa causa fueron predominantemente de pequeñas poblaciones de Inglaterra que tenían problemas, ciudades post-industriales, aquellas que están fuera de las metrópolis cosmopolitas y florecientes de Londres.
Los electores que deseaban deshacerse de la burocracia de Bruselas colocaron la inmigración en la parte superior de su lista de inquietudes y tendieron a ser menos educados que aquellos que deseaban que Gran Bretaña mantuviera sus vínculos con el Canal Inglés.
Aunque el movimiento fue encabezado por políticos acaudalados egresados de las universidades más importantes del país.
Juntos, ganaron con una idea que en alguna vez fue radical y les urgieron a los votantes a que “retomaran el control” de sus propios asuntos, y lo convirtieron en una causa que la mayoría de los electores del país podría apoyar.
Uno de ellos, el ex comerciante de productos Nigel Farage, se convirtió en el simpatizante de Trump más abierto en el extranjero apareciendo con él durante la campaña y urgiendo al empresario neoyorquino a que
Los líderes son usualmente hijos ricos de privilegiados que tienen poca relación con las masas y aunque aseguran que hablan con ellas, no les importan
siguiera el modelo de victoria del Brexit.
Trump hizo exactamente eso, prometiendo el “Brexit multiplicado por cinco” y cumplió.
Farage se comprometió a ayudar a replicar el éxito electoral de Brexit y de Trump en todo el occidente.
El sábado, este líder del Partido de la Independencia del Reno Unido, que ha estado en contra de la imigración desde hace tiempo, se convirtió en el primer político británico en reuirto, se con el presidente electo, pasó una hora con él e la Torre Trump y poster mente colocó en Twiter una foto de los dos sonri do ampliamente frent a unas puertas doradas.
“Por favor, no pin sen ni por un minuto ue el cambio termina aquí”, escribió el viernes Farage en el tabloide Sun, que tiene una circulación masiva en Gran Bretaña.
“Los electores del mundo occidental quieren una democracia estado-nación, adecuados controles fonterizos y hacerse cargo de sus propias vias. Están por venir más cambios políticos impactantes en Europa y en otras partes”.
Esos tipos de sacudas constituyen una característica nuevadel ordenposterior a la
Segunda Guerra Mundial en las democracias que circundan el Atlántico norte. Resultan más familiares en el mundo en desarrollo. Pero también ahí está resurgiendo la ola populista, y por las mismas razones que está creciendo en el Occidente, más rico.
En mayo, los filipinos eligieron al presidente Rodrigo Duterte, un hombre que pasó 20 años gobernando una ciudad sureña cual jefe pandillero dirigiendo una cuadra.
Duterte, alguna vez apodado “el alcalde de la escuadra de la muerte”, era famoso por patrullar las calles en motocicleta, con un arma lista. Alardeaba de hacer justicia con sus propias manos.
Siendo candidato presidencial, Duterte prometió violencia. Prometió liberar en cuestión de meses de la delincuencia al país con una vívida visión apocalíptica que incluía eliminar a “todos” los sospechosos de ser delincuentes. Desde entonces se ha matado a miles de personas identificadas como traficantes y consumidores de drogas.
Como el primer presidente oriundo de la sureña isla de Mindanao, dijo, desafiaría a la clase política de Manila, pondría fin a la política de siempre y protegería a los pobres.
Dicha visión hizo eco entre filipinos hartos de la extensa corrupción de las familias que regían de manera feudal al país e indignados por la ineficiencia de la policía y los juzgados.
Duterte, hijo de un gobernador, se presentó como el astuto salvador. Hablaba como un súper seguro de sí mismo muchacho mayor del barrio, bromeando en torno a violaciones, amenazando con matar a tiros a gente y diciendo en sus discursos expresiones como “hijo de puta”.
La carnicería y las palabras fuertes se alimentan parcialmente con un nacionalismo nostálgico. Cuando Duterte denuesta contra el colonialismo de Estados Unidos, apela a un patriotismo herido, prometiendo volver más independiente al país, volver a hacer grandiosas a las Filipinas.
En meses recientes el levantamiento político contra el institucionalismo también se ha visto en forma prominente en la política brasileña —de manera más dramática en agosto durante el polémico juicio político de la presidente izquierdista Dilma Rouseff, cuyo Partido de los Trabajadores llevaba 13 años gobernando Brasil hasta de la destitución de la mandataria.
Afectado por las acusaciones de corrupción y por una mala administración económica a la cual muchos atribuyen la recesión brasileña, el mes pasado el Partido de los Trabajadores fue derrotado durante las elecciones municipales. En muchos casos los beneficiarios fueron políticos poco convencionales.
En Río, resultó electo alcalde un obispo evangélico, en Sao Paulo, Joao Doria, un empresario millonario que hizo campaña como no político, ganó la segunda ciudad más grande de Sudamérica y su potencia económica. Afianzando las comparaciones con Trump, Doria había protagonizado la versión brasileña del programa reality “El Aprendiz”.
La mañana siguiente a la victoria de Trump, Jair Bolsonaro, un legislador de extrema derecha con ambiciones presidenciales, lo felicitó por Twitter y prometió una sorpresa similar en las elecciones del 2008 en Brasil. En Twitter empezó a ser tendencia #Bolsonaro2018.
Óscar Vidarte, científico político en la Universidad Católica Pontifical de Perú, opinó que Trump se parece a un tipo clásico de populista latinoamericano, el caudillo, ese fuerte líder con tendencias autoritarias.
“Trump encaja en ese cuadro”, dijo Vidarte. “Pero en Latinoamérica, el ascenso de los caudillos se da gracias a las instituciones débiles. En Estados Unidos, se tienen que buscar razones distintas”.
Si bien en Latinoamérica continúan eligiéndose candidatos independientes —recientemente un comediante de televisión, James Morales, ganó la presidencia en Guatemala— han tenido dificultades hombres fuertes de mucho tiempo.
Como mínimo, actualmente existe una respuesta reaccionaria en su contra. El año pasado Argentina votó a favor de poner fin a una década de gobierno por parte del Néstor y Cristina Fernández de Kirchner. En Bolivia se bloqueó por referéndum la reelección del presidente Evo Morales y al parecer, tras 17 años en el poder, el chavismo se encuentra en sus últimas etapas.
De hecho, a menudo el medio más efectivo para derrotar a la ola populista, consideró Leonard, es dejarlos gobernar. “No son muy buenos para eso”, dijo.
Claro que el ejemplo más extremo es Alemania, cuya elección de un carismático populista resultó catastrófica para el mundo.
Debido a la historia nazista del país, su sistema político de posguerra se diseñó con el propósito de defender los derechos minoritarios y prevenir que la mayoría asuma el poder.
Pero en la actualidad los ataques terroristas por parte de radicales musulmanes y la cifra récord de inmigrantes provenientes de Medio Oriente están poniendo a prueba la voluntad nacional.
El partido Alternativa para Alemania, de rápido aumento y fundado en el 2013, ha estimulado las filas opuestas al islam. Este año el partido hizo una severísima denuncia sobre la religión, advirtiendo sobre la “expansión y presencia de un creciente número de musulmanes” en tierras alemanas. Añadiendo leña a la campaña del partido, las autoridades alemanas han arrestado a más de 12 sospechosos de ser extremistas, muchos de los cuales ingresaron a Alemania haciéndose pasar por migrantes.
Con elecciones nacionales el año próximo, ahora el partido tiene el apoyo de casi uno de cada seis electores y ha registrado alarmantes logros en las elecciones locales.
Jürgen Falter, científico, político y experto sobre extrema derecha, describió a los líderes del partido como “no verdaderos neonazis, pero se acercan mucho”. Sin embargo, su base electoral es más grande: un amalgama de alemanes temerosos de todo desde extranjeros hasta la globalización.
“Lograron el apoyo de algunas personas más moderadas y menos moderadas que se sienten amenazadas por la modernización, por los refugiados, por el Islam”, dijo. “Y ahora estamos hablando también sobre algunos electores de Trump”.
Aun en Alemania, ya no puede descartarse con tanta facilidad lo políticamente impensable.
La gente siente que necesita un campeón poderoso para echar abajo a la clase dirigente y acabar con ella… Importa poco si los líderes son los mismos que la gente a la que representan, el hecho es que tienen la intención de afectarlos”
Mark Leonard
Director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores A menudo el medio más efectivo para derrotar a la ola populista, consideran expertos, es dejarlos gobernar: ‘no son muy buenos para eso’