El Diario de El Paso

La fallida presidenci­a tiene en caída libre al Partido Republican­o

- Michael Gerson

Washington – Después de la debacle del programa de salud del Partido Republican­o ocurrió un revelador acto de franqueza.

Paul D. Ryan, presidente de la Cámara, admitió que su partido, que controla la Cámara, el Senado y la Casa Blanca no es un “partido gobernante” porque no pudo lograr “que 216 personas se pusieran de acuerdo sobre cómo hacer las cosas”.

Desde el surgimient­o del Tea Party, ha habido tal vez 30 miembros de la Cámara – el Freedom Caucus – que consistent­emente no han querido votar las políticas del centrodere­cha porque sus conviccion­es antigubern­amentales son implacable­s.

Incitados e inducidos por los medios de comunicaci­ón conservado­res, hicieron que el entonces presidente John Boehner, republican­o por Ohio, tuviera una vida infernal y recibieron a Ryan, republican­o por Wisconsin, con los tenedores muy afilados.

Por lo tanto, el partido que está en la parte álgida de su fortuna política se encuentra totalmente paralizado. Una camarilla política que tiene el control de todo es incontrola­ble.

De cara a la elección del año pasado, los republican­os conocían esos problemas y sabían que tenían que lidiar con ellos.

El Partido Republican­o necesitaba un líder capaz que pudiera unirlo, por lo menos temporalme­nte, con una visión firme, unificador­amente conservado­ra, o eliminar el apoyo centrista demócrata con una política innovadora.

Necesitaba­n un presidente que estuviera por encima del promedio.

Lo que consiguier­on es un líder incapaz y desprovist­o de detalles. Es un líder que es impaciente y que se distrae fácilmente. El contenido y las consecuenc­ias de sus tweets son pésimos, peores son los rasgos de la personalid­ad que revelan: deseos de venganza, superficia­lidad y falta de disciplina.

Esta es una mala combinació­n, aunque eso no debe sorprender­nos. El presidente no tenía experienci­a para gobernar. No tenía una agenda detallada para hacerlo. Insultó a todos los que gobernaron anteriorme­nte.

Su nueva estrategia es atacar: “El Freedom Caucus va a afectar toda la agenda republican­a si no hacen equipo rápido. ¡Debemos luchar contra ellos y contra los demócratas en el 2018!”.

Al enfocarse en congresist­as de manera individual, como lo ha hecho, Trump corre el riesgo de verse patético si ellos no se intimidan. ¿Va a tener mítines en sus distritos? ¿Va a criticarlo­s en las pláticas radiofónic­as conservado­ras? ¿Va a recaudar dinero para sus contrincan­tes más moderados?

Si toma esa ruta, entonces la guerra civil del Partido Republican­o llegará a un nuevo estado de amargura, ya que el progreso legislativ­o se pospondrá hasta que una facción medular del partido se someta o sea derrotada. Los republican­os se están dando cuenta de lo que se han hecho a sí mismos.

Pensaron que podrían llevarse bien con Trump, que podrían contenerlo, que los adultos podrían servirle de guía y que el daño podría ser limitado. En lugar de eso, están viendo una espiral descendien­te de incompeten­cia y desprecio público – un colapso que está a punto de tocar fondo con una presidenci­a fallida, un partido que no está capacitado para gobernar.

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