El Diario de El Paso

La victoria de la cruz

- Francisco R. Del Valle

En la aportación anterior anotamos que la verdadera Pascua es la resurrecci­ón de Jesucristo de entre los muertos, y no la del conejo y los huevos. Ahora trataremos las razones por las cuales la resurrecci­ón de Cristo es la victoria de la cruz, y causa de nuestra gran alegría.

La terrible pasión y muerte que sufrió y su crucifixió­n pudieran haber parecido que la vida de Jesucristo había sido un fracaso. A pesar de haber curado a múltiples enfermos, resucitado a varios muertos, predicado a multitudes, multiplica­do peces y pones, caminado sobre las aguas y calmando tempestade­s, murió igual o peor que cualquier malhechor, burlado, humillado y rechazado por las multitudes.

¿Fue la vida de Jesucristo un fracaso? Esto hubiera sido cierto si no hubiera resucitado. Pero sí resucitó, y su resurrecci­ón convirtió su muerte en la cruz en una gran victoria. Al resucitar, Cristo triunfó sobre el maligno, el pecado y la muerte. También verificó la veracidad y valor de todas las predicacio­nes que había hecho en su vida terrenal, que fueron posteriorm­ente comunicada­s en los evangelios, los Hechos de los Apóstoles y las epístolas.

La razón por la que Jesucristo tuvo que sufrir y padecer tan horrible muerte fue la de reparar todos los pecados cometidos contra Dios, empezando con el pecado original de Adán y Eva –que, junto con el maligno cerró las puertas del cielo a todos los humanos– y por los demás pecados cometidos por todos los humanos de todos los tiempos. Como todos los pecados son ofensas contra Dios, sólo un Dios-Hombre podía repararlos. Con su muerte y resurrecci­ón, renovó la amistad con Dios que todos habían perdido, y abrió las puertas del cielo que habían sido cerradas por Adán y Eva. A Jesucristo se le reconoce como “el segundo Adán y su madre María, que lo concibió y sufrió con él, la “segunda Eva”.

En su vida terrenal Jesucristo fundó todos los sacramento­s que otorgan la gracia –la vida de Dios– a las almas. El bautismo perdona el pecado original, hace hijos de Dios y otorga el Espíritu Santo a las personas que lo recibe; la reconcilia­ción (confesión) perdona todos los pecados, mortales y veniales (grandes y pequeños), y renueva la vida de gracia que se había perdido por los pecados mortales; y la eucaristía, que renueva el sacrificio de Cristo en la cruz, lo hace presente en la hostia consagrada (su Cuerpo), y el cáliz consagrado (su sangre), que nos unen con Él en la comunión. Quienes reciben la comunión dignamente –sin pecado mortal– participan del sacrificio de Cristo en la cruz.

La resurrecci­ón de Cristo es el fundamento de la fe cristiana. Citamos al apóstol San Pablo: “Pero si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrecci­ón de entre los muertos? Porque si no hay resurrecci­ón de entre los muertos, tampoco Cristo resucitó. [,,,] Como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrecci­ón de los muertos, y como en Adán todos murieron, así también Cristo todos serán vivificado­s”.

Debemos alegrarnos por la resurrecci­ón de Jesucristo quien triunfó sobre el maligno y abrió las puertas del cielo. Por el pecado original de Adán y Eva –provocado por el mismo maligno– las puertas del cielo quedaron cerradas. “Abrir las puertas del cielo” significa que, si cumplimos las leyes de Dios durante nuestra vida terrestre, tenemos la posibilida­d de entrar al cielo –antes imposible.

Así como después de su resurrecci­ón Jesucristo surgió con una nueva vida, por su resurrecci­ón nosotros podemos surgir a una nueva vida. La respuesta radica en lo que él dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

¿Cuál es “el camino”? Éste es seguir a Cristo quien dijo “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame. Pues quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda la vida por mí, ése se salvará. Porque ¿de qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?”.

“Negarse a sí mismo” significa privarse uno, con sacrificio, de las cosas que le gustan; y “tomar la cruz” significa unir a la cruz de Cristo todos nuestros sufrimient­os: -pequeños, grandes e inevitable­s.

¿Qué es “la verdad”? Esto se refiere al hecho de que Jesucristo, porque es Dios, es la verdad misma. Debemos tener la seguridad de que todas sus enseñanzas son verdaderas y nos conducen a la salvación eterna. El maligno es la misma mentira y todo lo que procede de él es falso y conduce a la perdición eterna (el infierno).

¿Qué es “la vida”? Ésta es la vida eterna, es decir el cielo. Si durante la vida cumplimos la voluntad de Dios y morimos en estado de gracia –libres de pecado mortal– tendremos la vida eterna. Como uno no sabe cuándo va a morir, es importante luchar para siempre cumplir los mandamient­os y conservars­e pre en estado de gracia, confesándo­se con frecuencia con un sacerdote católico.

La resurrecci­ón de Cristo es la victoria de la cruz. Muchas iglesias católicas tienen imágenes de Jesucristo crucificad­o, que además de expresar su muerte, expresan la victoria de su resurrecci­ón.

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