El Diario de El Paso

Sessions revive fallidas estrategia­s contra el narco

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Las sentencias mínimas obligatori­as que prevalecie­ron durante los años 80 y 90 llenaron las cárceles federales con delincuent­es de bajo nivel, con un gran gasto para los contribuye­ntes y para las comunidade­s negras e hispanas del país. Las ciudades, por otro lado, no fueron más seguras.

En 2013, el entonces fiscal general Eric Holder cambió de estrategia al anunciar una iniciativa llamada “Smart on Crime” que buscaba penas más cortas para los delincuent­es no violentos y reservaba cargos más duros para los criminales violentos y los narcotrafi­cantes de alto nivel.

Los fiscales federales dejaron de invertir recursos que no tenían en juicios contra vendedores y consumidor­es de droga sin vínculos con pandillas o cárteles.

Ese enfoque obtuvo un amplio respaldo porque trató de contrarres­tar la devastació­n social causada por el encarcelam­iento masivo, mientras que dirigía los recursos a combatir el crimen organizado. El resultado: La población carcelaria federal se redujo de 220 mil en 2013 a un nivel actual de 188 mil 797.

Pero los fracasos del pasado están por repetirse gracias a que Jeff Sessions, el fiscal general del presidente Donald Trump, vuelve a políticas menos tolerantes de uso y venta de drogas.

A principios de este mes, Sessions rescindió la iniciativa de Holder y abrazó las penas mínimas obligatori­as para los delincuent­es no violentos arrestados por crímenes de drogas. Ordenó a los fiscales federales “acusar y perseguir el delito más serio y fácilmente demostrabl­e”, una medida que quita la discreción de los fiscales y obliga a los tribunales a imponer las penas más severas a los infractore­s no violentos y de bajo nivel.

La directiva de Sessions refleja las duras políticas de la delincuenc­ia de drogas del procurador general de George W. Bush, John Ashcroft, quien en 2003 también presionó a los fiscales federales para que persiguier­an casos mínimos obligatori­os, sin importar las circunstan­cias.

Con la política de Ashcroft, la población carcelaria federal se disparó de 172 mil a 220 mil. La política afectó desproporc­ionadament­e a las minorías: Hoy, el 38 por ciento de los presos federales son afroameric­anos y el 33 por ciento son hispanos.

“El encarcelam­iento masivo ha impuesto costos sociales masivos a las comunidade­s y familias, y ese costo ha caído desproporc­ionadament­e sobre las personas de color”, dijeron 15 procurador­es generales estatales, incluyendo Lisa Madigan, en una carta del 18 de mayo pidiendo a Sessions que revocara su decisión.

Los estados que se han basado en programas de tratamient­o y rehabilita­ción en vez de la prisión por delitos de drogas de bajo nivel han tenido éxito. Uno de ellos es Texas, que ahorró 2 billones de dólares al cerrar cárceles que ya no se necesitan. El gobierno federal podría ahorrar dinero si adoptaba un enfoque similar.

Las duras e inflexible­s políticas de condena han resultado contraprod­ucentes en la lucha contra las drogas ilegales. Hay poca ganancia en llenar nuestras prisiones con los clientes de los verdaderos monstruos del narcotráfi­co: los cárteles multinacio­nales y los líderes de bandas organizada­s aquí.

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