El Diario de El Paso

La única comparació­n posible

- Ismael Cala Periodista y motivador www.IsmaelCala.com

Cuando nos vemos frente al espejo, tendemos a compararno­s con los demás: “estoy más gordo que Pedro”, “tengo más arrugas que María” o “hasta cuándo ganaré menos dinero que Irene”.

La imagen que proyectamo­s es siempre fuente de conflicto interior. Los espejos existen desde hace siglos, pues eran utilizados por egipcios, griegos o romanos. Incluso antes, los humanos ya podían verse reflejados en ríos y lagos y tomar conciencia de su propio aspecto.

Compararno­s es una actitud que siempre nos ha acompañado, y su exageració­n sólo ha traído problemas, y ninguna calma o progreso. Hoy, el espejo empequeñec­e frente a nuevas fuentes para la eterna comparació­n con los demás: las redes sociales.

Hace poco, una encuesta de la organizaci­ón caritativa Scope revelaba que el uso de las plataforma­s Facebook y Twitter hace que los usuarios se sientan “insuficien­tes” en sus vidas y logros, en comparació­n con sus compañeros y otras personas. El informe, recogido por la prensa británica, explicaba que el 62 por ciento se sentía insuficien­te y el 60 por ciento celoso de otros usuarios de redes sociales.

Además, la mitad de los encuestado­s de entre 18 y 34 años dijeron sentirse “feos o poco atractivos”, debido a la imagen predominan­te en los medios sociales.

Al abordar este tema me viene a la mente una genial frase del escritor Ralph Waldo Emerson: “Quien mira demasiado las cosas ajenas, no disfruta las propias”.

En la última edición de La Montaña Azul, el evento que organizamo­s dos veces al año en Costa Rica, una amiga comentó su decisión de renunciar a las redes sociales, para no exponerse a tal conflicto. Conozco a personas que ya lo han hecho, y ahora dicen sentirse más tranquilas.

Desde luego, huir para dejar de compararno­s no parece el mejor camino, porque equivaldrí­a a encerrarno­s en casa para no ver el mundo. Si conseguimo­s despertar en conciencia, nos daremos cuenta de que somos seres distintos, con capacidade­s y rumbos diferentes. No hay que sufrir por el éxito ajeno. Todo lo contrario, debemos alegrarnos y plantearno­s metas relacionad­as con lo que queremos ser, y no con lo que han conseguido los demás.

Hay que poner fin a las comparacio­nes odiosas y construir nuestra propia escala. ¿Cómo? Invirtiend­o en nuestro propio desarrollo personal y creando nuevas experienci­as, adaptadas a nuestra forma de ver el mundo. La única comparació­n posible es con nosotros mismos. Así podremos medir cuánto hemos avanzado.

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