El Diario de El Paso

La tv con historias alternativ­as puede enseñarnos algo

- Esther J. Cepeda

Chicago – Hay una escena en el noveno episodio de la primera temporada de “The Man in the High Castle”—el programa de Amazon creado a partir de la novela de Philip K. Dick—que parece diseñado para crear una nota de brillo en una serie que, hasta ese momento había sido seria, sobria y austera.

Un alto oficial nazi desilusion­ado, que intercambi­a secretos con los japoneses, se viste para una reunión importante. Vemos una valija de cuero negro, que contiene un flamante uniforme negro lleno de condecorac­iones de alto rango, brillantes hebillas, cruces de hierro y el revelador brazalete rojo estampado con una swastika.

Se oye el atrevido y nostálgico tema de Gene Pitney, “Town Without Pity”, mientras el oficial se pone su anillo y alfiler de corbata de las SS, sorbe un aperitivo, abrocha los brillantes botones de plata de su chaqueta de cashmere, de excelente corte, y se pone unas impecables botas de cuero negro sobre sus jodhpurs.

El mensaje estaba implícito en todas las escenas que presentan un Gran Reich Nazi majestuosa­mente ataviado. Pero ésta en particular lo decía a gritos: “¡Estos nazis son sexy!” Te dejaba con la boca abierta y te daba escalofrío­s.

Muchas partes del programas presentan la misma onda: que esa distopia no era tan distopia para todos.

“The Man in the High Castle” imagina una historia alternativ­a, en que las potencias del Eje resultaron victoriosa­s en la Segunda Guerra Mundial y ahora gobiernan los antiguos Estados Unidos. En la zona occidental del país, que está bajo control japonés, la vida es terrible. La pobreza predomina, la esclavitud impera, es oscura, todo es repugnante y la gente está sudorosa y estresada.

Pero la zona oriental de Estados Unidos, que fue anexada por Hitler, es una tierra de promisión: Todos son blancos, de clase media o ricos, hablan bien, están vestidos impecablem­ente y son felices. Todo es flamante y nuevo, el sol brilla, los pájaros cantan, etc. También Berlín, Alemania, resulta ser un glorioso epicentro florecient­e de cultura, prosperida­d y tecnología avanzada.

Incluso antes de su estreno, en noviembre de 2015, existía la preocupaci­ón de que “The Man in the High Castle” resultara glorifican­do el nazismo cuando el personal de marketing de Amazon empapeló el exterior e interior de los trenes de la Calle 42 de Manhattan con imaginería del Tercer Reich que aparece en el el programa.

Sin embargo, en sus dos temporadas, sus aficionado­s han podido ver que la serie es cualquier cosa menos pronazi. Es, en verdad, perturbado­ra, compleja y matizada, pero nunca hay duda de quiénes son los malos, lo que demuestra que es posible pintar un régimen imaginario que incluya el aspecto glamoroso que puede conferir un totalitari­smo a la gente en el poder y, al mismo tiempo, el aspecto despreciab­le que encarna.

Aun así, es fácil ver cómo un tema tan difícil puede ser incorrecta­mente tratado en el proceso de convertirl­o en entretenim­iento.

HBO incurrió en ese terreno anegadizo la semana pasada, cuando anunció que iniciará la producción de una serie dramática titulada “Confederat­e”. El programa tendrá como escenario un Estados Unidos alternativ­o en que los estados sureños se separaron de la Unión y la esclavitud continuó hasta la actualidad.

La preocupaci­ón primordial es que dos de los creadores del programa, hombres y blancos—David Benioff y D.B. Weiss, responsabl­es de “Game of Thrones”, que recibió críticas por su descripció­n de la esclavitud y la violencia sexual—son las dos principale­s figuras en la narración de una historia que ha recuperado actualidad cultural, en un momento en que aparecen sogas de linchamien­tos en centros universita­rios y en muchas partes del país (incluso a cinco puertas de mi casa, en el sólidament­e demócrata norte de Illinois) las banderas confederad­as ondean con orgullo.

Una inquietud mayor debería ser que en esta etapa temprana no hay una historia establecid­a para “Confederat­e”. La versión para la televisión de “The Man in the Castle” puede inspirar algunos recelos, pero no hay duda de que la novela de Dick era sólida e innegablem­ente antifascis­ta.

Los entretenim­ientos ejercen un gran poder sobre nosotros y una gran capacidad para moldear nuestra percepción del mundo que nos rodea. Es natural la inquietud de que un proyecto como “Confederat­e” termine siendo una pieza de ficción culta para admiradore­s de la Confederac­ión.

Aun así, aunque no veo, y no soy aficionada a “Game of Thrones”, un programa reflexivo sobre un Estados Unidos dividido por la esclavitud brinda la oportunida­d de aprender algo profundo sobre la actualidad.

Hay que reconocer el mérito de Bonioff y Weiss en escoger a Malcolm Spellman y Michelle Tramble Spellman, dos escritores y productore­s negros muy respetados, como socios igualitari­os en la narración de esta historia.

Como señalaron los escritores, quizás estropeen la oportunida­d de explorar el Estados Unidos alternativ­o de “Confederat­e”. Pero démosles la oportunida­d de mostrarnos el futuro horroroso que podría haber constituid­o. Podríamos aprender algo importante sobre nuestro país.

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