La mayoría vacía
Nueva York – Cuando hablamos de las fluctuaciones de las mayorías en la política estadounidense, nos gusta imaginar que hay un vínculo claro entre la política y la estrategia; entre ganar el poder y tener una agenda que implementar, entre ganar votos y responder a desafíos reales, entre las mayorías de Franklin D. Roosevelt y su Nuevo Trato o las victorias de Ronald Reagan y su Reagonomía.
El Partido Republicano de estos días representa una burla de este concepto. Es un partido mayoritario que se comporta como si estuviera en el páramo político, una máquina de ganar elecciones que no tiene idea de qué hacer con el poder nacional.
Tiene los tics de un partido opositor, las heridas abiertas de una coalición golpeada, las ideas obsoletas de una fuerza en bancarrota. No es solo doloroso observar sus intentos por aprobar un proyecto de ley sobre la atención de salud; estos tienen la misma calidad atemorizante de un becerro nacido con dos cabezas, la sensación de ver algo que las leyes de la política o la naturaleza no deberían permitir que existiera.
Y, sin embargo, existe: el mismo Partido Republicano ineficaz en un estado constante de guerra civil de bajo nivel controla no solo el Congreso y la Casa Blanca, sino la mayoría de los parlamentos y legislaturas estatales también. Todos los críticos del Partido Republicano contemporáneo – izquierdistas, centristas y conservadores – siguen diciendo que este está destrozado y a la deriva, y años de cierres del gobierno, debacles del Obamacare y todo en la era de Trump siguen probando que tenemos la razón.
Sin embargo, el poder republicano perdura y, aunque es políticamente vulnerable, no hay razón para estar seguros de que no pueda sobrevivir a las elecciones intermedias de 2018 y, en realidad, a todo el mandato de Donald Trump.
Esta extraña permanencia es un hecho central de nuestra política presente. Tenemos una mayoría vacía, un partido que puede regir pero no puede gobernar. Y, ya sea uno un conservador que quiere reformar al Partido Republicano o un liberal que quiere sofocarlo, se necesita lidiar con el porqué los republicanos siguen regresando al poder aun cuando es claro que las debacles como la que hemos estado viendo en la atención de salud son lo que es probable que produzcan.
Una posibilidad es que esta es una situación temporal, un momento de transición; que la mayoría republicana parece rara porque es un cadáver andante, que los estadounidenses votan por los políticos republicanos por un hábito forjado por Reagan que simplemente toma mucho tiempo romper por completo.
Esta teoría radica detrás de la creíble comparación, que he citado antes, entre Donald Trump y Jimmy Carter. Carter heredó una coalición de centro izquierda envejecida y agrietada que había recibido un latigazo de vida por el Watergate y su propio personaje externo. Como Trump, disfrutó de mayorías en el Congreso; como Trump (hasta ahora) no consiguió nada, y la mayoría vacía de su época fue la última fase en la larga declinación de la antigua coalición demócrata.
Encuentro esta analogía convincente, pero la historia no se repite tan cuidadosamente. Si el distintivo populismo de Trump parece “disyuntivo”, en la jerga de los científicos políticos a horcajadas entre la larga era de Reagan y una nueva política a la espera de nacer, también lo pareció el “conservadurismo compasivo” de George W. Bush. Cuando la presidencia de Bush encalló y Barack Obama fue elegido, todos supusieron que ese era el fin del Reaganismo, con el segundo mandato estilo Carter de Bush dando paso a los 80 de liberalismo.
Pero resultó que no y, en vez de ello aquí estamos, casi una década después, teniendo el mismo tipo de conversación. Y una lección de esa década, de cada elección en que Barack Obama no estuvo en la boleta, es que un partido que es horrible al gobernar puede seguir ganando elecciones si el otro partido es incluso peor en política.
Y, sorprendentemente, los demócratas lo han sido. O, para ser menos sentenciosos, digamos que ha habido un extraño ciclo en funcionamiento, donde la incompetencia republicana ayuda al liberalismo a consolidar su dominio en un Estados Unidos altamente educado … pero esa consolidación, a su vez, engendra una estrechez liberal y una confianza excesiva (en grandes datos y ciencia electoral, en inevitabilidad demográfica, en la sabiduría de declarar ciertos debates estratégicos cerrados) y ayuda a que persista el apoyo republicano como una especie de voto de protesta, un intento de limitar la hegemonía del liberalismo manteniendo el poder legislativo en las manos del otro partido.
¿Cómo podría romperse este extraño ciclo? Una crisis lo suficientemente grande bajo Trump probablemente haría de la mayoría vacía una ex mayoría temporalmente. Pero incluso la Guerra de Irak y la crisis financiera no evitaron que la política estadounidense se revirtiera a favor de los republicanos.
Un presidente republicano comprometido y visionario podría escapar del ciclo, vertiendo nuevas ideas en el recipiente vacío de su partido; como hizo Trump, en su forma demagógica, durante la campaña de 2016. Pero Trump no es un visionario, y a su sombra no es probable que se desarrolle un conservadurismo de nuevo modelo, ni es probable que ascienda un futuro líder.
Así que eso deja a los demócratas como los únicos con el poder de poner fin al espectáculo actual de la incompetencia y estupidez republicanas.
Todo lo que necesitan hacer es convencer a los estadounidenses de que tienen más que temer de un trabajo de rutina conservador que de un liberalismo al mando de la política así como de la cultura.
Eso es todo. Sencillo. Hagan sus apuestas.